Fragmentos de lo desconocido

El ultimo golpe

El último golpe

Sinopsis:

Lo que parecía un robo sencillo se convierte en una pesadilla cuando Mauro y su equipo irrumpen en el lugar equivocado. Nada es lo que parece, y cada decisión puede ser la última. En un juego donde el peligro acecha en cada sombra, solo los más astutos logran salir con vida.

La noche había caído sobre la ciudad, cubriéndola con un manto de sombras y neón. Las calles estaban mojadas por la lluvia reciente, reflejando las luces de los postes como espejos distorsionados. En un callejón oscuro, tres hombres esperaban en silencio.

—¿Seguro que esto es buena idea? —murmuró Diego, pasándose la lengua por los labios secos.

—Deja de preguntar lo mismo —respondió Bruno, ajustando la capucha de su chaqueta—. Lo hemos planeado durante semanas.

El tercero, Mauro, el líder del grupo, encendió un cigarro y exhaló el humo con calma.

—Escuchen —dijo en voz baja—. Entramos, tomamos el dinero y nos vamos. Nadie tiene que salir herido.

Diego asintió, pero su mano temblorosa sobre la culata de la pistola traicionaba sus nervios.

El objetivo estaba frente a ellos: una joyería de fachada discreta pero con una caja fuerte repleta de dinero y piezas invaluables. El dueño, un hombre mayor llamado Ernesto, siempre cerraba tarde. Esa era su oportunidad.

Bruno forzó la cerradura con habilidad. La puerta se abrió sin hacer ruido. Dentro, la joyería estaba oscura, pero las luces de seguridad iluminaban las vitrinas. Avanzaron con sigilo, con las armas listas.

El plan era simple: entrar, reducir a Ernesto, abrir la caja fuerte y desaparecer.

Pero los planes rara vez salen como se esperan.

Un ruido en la trastienda los detuvo en seco.

—¿Qué fue eso? —susurró Diego.

Mauro levantó la mano para que se callara. Señaló a Bruno para que revisara. Con la pistola lista, Bruno avanzó hacia la puerta trasera y la abrió con cautela.

Un disparo retumbó en la joyería.

Diego y Mauro se quedaron petrificados. Bruno cayó de espaldas, con los ojos abiertos y la sangre manchando su camisa.

—¡Nos tendieron una trampa! —gritó Diego, retrocediendo.

Antes de que Mauro pudiera reaccionar, la puerta de la trastienda se abrió de golpe y cuatro hombres armados salieron de ella. Sus rostros estaban cubiertos con máscaras negras.

—Bajen las armas —ordenó uno con voz firme.

Diego dejó caer la suya de inmediato, pero Mauro dudó. No era un ladrón cualquiera. Había pasado años en esto y nunca lo habían atrapado.

Pero esta vez… algo estaba mal.

—¿Quiénes son ustedes? —preguntó, manteniendo la calma.

El hombre de la máscara negra sonrió.

—Los verdaderos dueños de este negocio.

Antes de que Mauro pudiera decir algo más, sintió el golpe en la nuca. Todo se volvió negro.

La verdad en la sombra

Despertó con un dolor punzante en la cabeza. Estaba atado a una silla, en un sótano mal iluminado. Diego estaba a su lado, con una venda en la boca y los ojos llenos de pánico.

Frente a ellos, el hombre de la máscara negra se quitó la capucha, revelando un rostro curtido por los años. Ernesto, el dueño de la joyería.

—¿Sorprendidos? —dijo con una sonrisa fría—. Pensaron que estaban robando a un anciano indefenso… pero la verdad es que ustedes entraron en el peor lugar posible.

Mauro intentó moverse, pero las ataduras eran firmes.

—¿Qué demonios es esto? —gruñó.

Ernesto encendió un cigarro.

—Esto no es solo una joyería. Es una fachada. La caja fuerte no tiene dinero, sino información. Documentos, nombres, datos que valen más que cualquier diamante. Y ustedes, idiotas, casi los exponen.

Mauro sintió un escalofrío.

—¿Mafia?

Ernesto soltó una carcajada.

—Digamos que… hay gente a la que no le gustaría que esa información saliera a la luz.

Diego sollozó, con la cara empapada en sudor.

—¿Qué van a hacer con nosotros?

Ernesto chasqueó los dedos. Dos de sus hombres sacaron sus pistolas.

Mauro cerró los ojos. Sabía que no saldrían de allí con vida.

Los disparos resonaron en el sótano.

Pero cuando Mauro abrió los ojos, seguía vivo.

Diego, sin embargo, tenía la cabeza colgando, con un agujero en la frente.

Mauro sintió náuseas, pero Ernesto le dio una palmada en el hombro.

—Tú, en cambio, me caes bien —dijo con una sonrisa torcida—. Eres listo, tranquilo bajo presión. Y necesito gente así.

Mauro entendió.

—¿Me estás ofreciendo un trato?




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.