Fragmentos del edicto

☆ CUMPLEAÑOS ☆

Había estado corriendo del perseguidor, con el ardor en su garganta y el dolor que recorría sus piernas.

Su cuerpo a punto de ceder al cansancio, su esperanza, rendida a la señal de vida que no llegó... colapsó a unas calles de su casa.

Entonces sintió una fuerza abrumadora que la tomó del cabello y la arrastró al fondo del callejón.

—Por favor, déjeme ir… por favor… —rogó con voz rota, temblando.

Trató de levantarse, pero junto al filo del cuchillo un frío distinto atravesó su cuerpo.

No dolía, simplemente dejó de sentir.

Sus párpados pesaron—no tuvo la oportunidad de preguntarse si ese era su final.

Cuando volvió a abrirlos...una figura pequeña, frágil y desconocida se reflejaba en el espejo con marco de metal.

Manos suaves, intactas y unos ojos llenos de vida e inocencia.

No era ella.

Antes de poder preguntarse algo, los recuerdos llegaron en oleadas, algunos entrecortados, otros más claros, llenos de dolor, risas, momentos que no eran suyos…pero tan vívidos que dolían, tan reales que lo habrían sido…si no recordara su hogar.

—Kaia, ya ven… estás lista? —preguntó una voz cálida al otro lado de la puerta.

Ese era su nombre esa era su casa y sin embargo, todo dentro de ella gritaba que no lo era.

Al salir miró la tarta con cubierta de chocolate, escuchó la canción que le cantaban y mientras las alegres voces sonaban, sus lágrimas comenzaron a caer.

La copa de metal reflejaba a esa niña, vio la preocupación en los ojos de aquellos desconocidos, la ropa y las pequeñas manos

Y recordó la figura en el espejo.

Todo pasó en segundos

Y entonces corrió.

Volvió a esa habitación en la que había aparecido, cerró la puerta. No gritó, no dijo palabra, con facilidad se arrastró debajo de la cama...cabía? claro que cabía, había estado ahí en algunas ocasionesy en todas ellas se sintió segura, pero esa seguridad no le trajo calma, solo hizo que su desesperación se hiciera más grande.

Dónde estoy?

Qué es esto?

Quiénes son ellos?

Por qué estos recuerdos…?

Qué pasó?

Mamá

Papá

Michelle

Quién soy?

—Kaia…Kaia, estás bien? Qué pasó?—Vamos a entrar, okey?

El sonido de la cerradura quebró su refugio.

Entraron.

Las voces, llenas de ternura y angustia, preguntaban una y otra vez si estaba bien.

Su escudo desapareció como si nada, la cama fue levantada y ella quedó expuesta en los brazos de una mujer que decía ser su madre.

El abrazo era cálido

Casi perfecto

Pero ella no lo deseaba.

Las preguntas continuaban, y ella no las respondía, no porque no pudiera

Sino porque si hablaba...aceptaría ese idioma, ese que ya entendía, pero no quería entender, ese que le negaba

su hogar

su mundo

su nombre.

Continuó llorando y sin pensarlo demasiado, cedió a la calidez de los brazos que la sostenían, no sabía si por debilidad o necesidad, pero se permitió descansar, al menos por un instante.

Cuando abrió los ojos, ya era de noche, la luz de luna se filtraba por la ventana, y la habitación estaba a oscuras. El aroma de las mantas la rodeaba, cálido, ajeno, pero tranquilizador.

Ahora era una niña, hija de una pareja de magos. Su madre, una costurera de manos hábiles; su padre, un maestro de academia con libros por todos lados. Cada día vestía vestidos hermosos—aunque incómodos—tenía amigos y hoy, era su cumpleaños.

Pero también era una adolescente que tenía un hogar distinto, recordaba las manos ásperas de su madre cocinando con prisa, las carcajadas de su hermano pequeño jugando con el loro que nunca dejaba de repetir groserías.Sabía que había salido del trabajo de su padre, que había decidido caminar a casa, que su madre la esperaba con un pastel suave, uno que habían elegido juntas hace una semana.

Eran recuerdos que dolían porque seguían vivos, porque aún no habían aceptado ser reemplazados.

Volvió a llorar, no desde la desesperación.era un llanto suave, resignado, lleno de una amarga certeza de que hoy comenzaba otra vida, una vida que no había elegido, a la que no podía negarse.

Desde hoy viviría desde las memorias de este cuerpo que la aprisionaba. Extrañaría a su familia, hoy y los días siguientes, no volvería a ver a sus amigos, no tendría a quién contarle esto

Tenía que vivir

Para ellos, ella estaba muerta.

Volver era imposible. Y eso dolía más que todo lo anterior.

Lloró en silencio, acompañada por la penumbra y esas mantas que no eran suyas y entonces, por fin, las primeras palabras salieron, temblorosas, frágiles… rotas.

—Mamá…




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