Seguían a María, que con pasos lentos, pero ojos brillantes no podía ocultar su emoción por mostrar su gran habitación de juegos. En ella había grandes peluches, caballos de madera, trompos pintados a mano. La mayoría esparcidos por el suelo, como si hubiesen vivido una guerra. Tropezar con uno no sería raro.
Kaia bajó la mirada hacia una muñeca de trapo. La tomó entre las manos, apenas tenía lana café como cabello, y dos botones verdes por ojos. Era una pequeña y torcida imagen de su dueña.
—Je... se parecen —murmuró
Dejó la muñeca sobre una mesita y volvió a mirar la habitación. A diferencia de la sala, llena de plantas, aquí solo había un triste cactus en el alféizar de la ventana. Las cortinas eran cortas, los espirales y triángulos decorativos se repetían en los pequeños estantes donde se apilaban cuentos ilustrados.
Se sentó sobre la alfombra cálida, hundiendo un poco los dedos. Tomó un libro de tapa de cuero, algo incómoda al tacto, y lo abrió.
Las hojas eran más gruesas de lo que esperaba, con un ligero crujido al pasar. Nada que ver con las hojas suaves de su mundo, incluso las baratas.
Iba a echarlas de menos.
Elian, con el ceño fruncido, no apartaba la vista de su hermano. Marcos, que ya estaba montado en uno de los caballos de madera.
Ese no era el actuar de un caballero, pensó el mayor.
Pero a Marcos poco le importaba. Con su brillante sonrisa, tendió una mano a María para que subiera con él. Ella dudó, pero sus rizos rebotaron con entusiasmo al aceptar. Elian, prefirió no mirar más y se sentó cerca de Kaia, quien hojeaba el libro con una expresión perdida.
—Estás triste?
—...No —respondió, volviendo la vista al rubio—Por qué estaría triste?
—Parecías triste.
—No —repitió, y se volvió al libro.
Cómo no estaría triste? ¡No hay teléfonos aquí! Estuve tan ocupada sobreviviendo estos días que ni pensé en eso...
Cómo voy a vivir?!
Su lamento interno fue interrumpido por la voz amable de una criada
—Niños, quieren galletas?
—Sííí! —respondieron María y Marcos al unísono
Elian, dijo un “si no es molestia” y Kaia, por reflejo, contestó con un “gracias”.
La criada la miró sorprendida. Luego sonrió antes de retirarse.
Elian parpadeó
Un simple gracias la hizo sonreír? Nadie le da las gracias a las empleadas… Listo, voy a probarlo en casa.
Iba a volver al libro ilustrado cuando un golpe sordo resonó, los niños alzaron la mirada. María y Marcos estaban en el suelo, este último había amortiguado la caída de la niña. Estaban por reírse cuando Elian llegó, furioso, mientras distintas quejas inundaban su mente.
Su hermano actuaba con demasiada familiaridad con una miembro de la familia Levine, aunque María perteneciera a una de las ramas más distantes de esa casa, no podía permitirse que su hermano interfiriera en una posible colaboración.
—Sabes que no debiste hacer eso! —reprendió
—Estábamos jugando! —se defendió Marcos, aún sonriendo
—Tonto! Por qué nunca te comportas como papá dice?!
Los ojos azules de Marcos se endurecieron. No respondió, solo se lanzó sobre su hermano y comenzó a golpearlo.
Kaia no planeaba intervenir, pensaba que en unos segundos se detendrían solos. Pero pasaron cinco... y seguían.
Entonces gritó:
—¡Ya basta!
Error de cálculo. Olvidó que ahora medía 1.07 cm y que ningún niño en plena pelea haría caso al “basta” de otro niño. No pensaba acercarse, pero cuando vio a María con ese gesto
Ese aire tembloroso de los niños que están a punto de llorar, se levantó de golpe.
Fue inútil.
El grito salió y junto a eso una súplica
—No... peleen! —balbuceo María
—Sssh, ssh, tranquila... —intentó calmar a María, aún con una sonrisa ladeada que buscaba ser reconfortante.
Pero la puerta se abrió, cuatro mujeres entraron a la habitación, alertadas por el alboroto.
Dudo un poco en decir lo que pasó como si fuera una confesión de un delito.
Era su conciencia la que la empujó a actuar, la misma que le decía que debía cuidar a los niños después de todo, era una adolescente en su anterior vida, no?
Aunque, ese sentido de responsabilidad se desvaneció tan pronto como Miriam se acercó y le preguntó si estaba bien, si no se había hecho daño.
No la regañó, no la culpó y eso la hizo sentir segura por primera vez en este mundo.
Después de hacer que los hermanos se pidieran perdón, los cuatro se sentaron en la alfombra a comer lo que la sirvienta había traído. Galletas tibias, zumo dulce... y algo de paz por un rato.
Ese ambiente le trajo recuerdos.
Comer en el suelo junto a su familia, todos con sus platos alrededor de la comida en el centro.
Una oración de agradecimiento, luego servirse: cada quien tomaba los acompañamientos que quería. Michelle, siempre impaciente, quemándose la lengua con el arroz caliente, su padre, repartiendo las bebidas en vasos disparejos: unos de princesas, otros de vidrio pesado.
Su madre, riéndose con una papa aún en la boca, mientras el loro Mango trepaba por su hombro hasta la cabeza, imitando las carcajadas familiares.
Y el gato negro, al acecho, esperando un solo descuido para robar un trozo de pollo.
Su familia.
Cómo estarán ahora…?
___☆___☆___
Imperio Draethar
Marnor - Reino de Ruthaleth
Volvía de traer agua del arroyo, el aire frío le hacía temblar los brazos, a lo lejos, su casa. Poniendo más fuerza en sus pasos, avanzó rápidamente, al llegar dejó el pequeño carruaje junto a la puerta y acarreo las vasijas hacia el interior.
Su padre salió a ayudarlo, a pesar de haber conseguido agua para algunos días, no había felicidad. Su madre había muerto el día anterior, y apenas tenían lo justo para cubrir los gastos del crematorio. Tendrían que pasar hambre un tiempo, hasta "estabilizarse".
Después de almorzar un pan con agua, tomó sus cepillos y corrió por las calles apenas empedradas por los propios habitantes. Tras un par de cuadras, ya en el centro de la ciudad, llegó a la casa de su empleador… un hombre de clase media.
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Editado: 19.05.2025