Estoy solo, mi familia se destruye y no hago más si no pensar que sucederá ahora, que será de mí en un futuro, solo quiero cerrar los ojos y poder abrirlos en una dimensión alterna de este desastroso presente.
Estoy en mi habitación encerrado, llorando, quiero conciliar el sueño y no seguir atormentándome de lo que mis ojos ven día tras día. Es amargo y oscuro, frio y solitario; quiero tener amigos, pero mis padres no me permiten salir de mi habitación. La comida que ellos me dan es insípida; tengo días sin bañarme, solo puedo salir cuando ellos me lo permiten. A veces cuando ellos están de un buen carácter, me regalan postre; no es el mejor del mundo, pero si lo suficiente para tranquilizar mis temores hacia ellos.
A veces odio mi ropa, mi camisa me queda grande y a la vez un poco ajustada, pero a veces la aprecio mucho, porque me abriga del frio que hace aquí en mi hogar.
Mi cuarto es extraño, es tan blanco e iluminado, que a veces no logro ver las paredes ni la unión de ellas; pero me gusta, el piso es tan suave y flexible, que hasta podrías dormir en él. Les cuento un secreto: –yo duermo en el piso–. A veces siento que estoy flotando en las nubes, cuando me recuesto en él.
Ahí días en donde se oyen fuertemente los gritos de mis hermanos.
–¡Ayudaaaaa, no más por favorrr!
–¡Alguien que me ayude, auxilio por favor!
Pero no puedo salir de mi cuarto, si lo hago mis padres también me castigaran y yo no quiero eso, no lo soporto, el castigo duele mucho; lo hacen porque ellos se han portado mal, o porque no quieren comer sus postres, yo si lo hago porque no quiero ser lastimado.
Hace dos semanas no quería levantarme de mi cama, que por cierto la sentí más cálida y arrulladora como cualquier otro día. Fue una de las mejores noches, una de las más tranquilas y profundas como nunca jamás la había tenido. Esa misma mañana mis padres notaron que todavía seguía en cama. Nuestros padres nos tienen establecido un horario para cada actividad, solo podemos dormir de 08:00 pm hasta las 07:00 am. Ese día decidí disfrutar de mi profunda relajación. Mis padres entraron casi destruyendo todo a su paso, fue tan fuerte el golpe en la puerta que la bisagra y la cerradura parecían como las muñecas hula, hula, de esas que utilizan en los coches, las bailarinas hawaianas. Por unos segundos pensé que mi habitación se estaba cayéndose a pedazos. Mis padres me tomaron de mis brazos, sin compasión alguna, sentía que ellos se desprendían de mi cuerpo. Me llevaron a la habitación en donde nos reprendían por no cumplir las reglas que ellos tenían establecido.
Es una habitación oscura y solo tiene una bombilla en el centro de ella, de solo recordarlo mis heridas reviven el dolor que en aquella habitación me causaron. Me llevaron arrastro como un cuerpo sin vida, no proteste ni tampoco forceje por liberarme de sus ataduras.
Es escalofriante, me dejaron tirado en el centro de la habitación, la verdad no tenía miedo en ese momento, de lo contrario, estaba sorprendido de que mi cuerpo no tuviera reacción alguna por la tortura y el castigo que estaba por recibir en ese momento, creo que estaba dispuesto a soportarlo..
Sujetaron mis brazos de cada costado, mis manos en la parte derecha de la habitación colgaban de unos gruesos y desgastados lazos. En la habitación se hallaban tres de mis padres, ellos son los encargados de reprendernos. Después de unos minutos, uno de mis padres llegó con una máquina; ellos la llaman “La niña buena”.
Mi cuerpo seguía sin obedecer, creo que fue en ese momento en donde entendí, que ya era hora de enfrentar la realidad, y que tal vez nunca saldría de allí; al lugar, que suelo llamar mi hogar.
Uno de mis padres más estrictos, es Gabino dio la orden de conectar la máquina a mi padre menor, Eulogio.
–Eulogio, enciende la máquina.
–Sí señor. –Respondió.
Yo solo observaba todo lo que sucedía, era de esperar que llegara el momento de mi castigo.
Eulogio, conecto dos ganchos a mi cuerpo, engrapado cada a mis pies, parecían dos garras de tigre. Estaban heladas, tanto así, que mi cuerpo al fin reconoció aquel metal que sujetaba mi cuerpo; pero no demostró miedo alguno ante ellos. Eulogio estaba listo para dar inicio a mi castigo, mis otros dos padres Demetri y Arquímedes. Ellos estaban a los costados de cada uno de mis brazos y antes de que Eulogio subiera la palanca de “la niña buena” una risa de maldad en sus rostros alcance observar.
–¡Ahora! –gritó Gabino, y “la niña buena” hasta mis entrañas logró penetrar.
Yo grité, pero mi voz se ahogó en aquella habitación, era como estar atrapado en el fondo del mar. Solo escuchaba risas y voces de aliento, para que mi tortura fuera mucho más dolorosa y sin pena alguna.
Mi voz perdió su fuerza, mi cuerpo descolgado así quedó.
Creo que ya he muerto; no reconozco este nuevo lugar. Es bello e iluminado, con un hermoso florar alrededor. Este es mi nuevo hogar.
* Hola, mi nombre es Frank Morristt y desde este momento los acompañare a conocer mi historia. «tosió dos veces lentamente».
Editado: 28.03.2020