Fraude

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Chamberí, Madrid, 25 de enero de 2024.

El cálido y amargo olor a café impregna todo el ambiente. Sentados en una cafetería en una esquina soleada de Chamberí, Silvia y Damián cruzan miradas. Ella no ha ido a clase esta mañana, su novio, Damián le ha pedido ir a tomar un café y pasar tiempo juntos. Es su segundo aniversario, recuerdan cuando ella con quince y él con dieciocho empezaron su relación en aquella cafetería.

La cafetería de tía Patri, la favorita de Silvia, allí hacen su café favorito. Siempre ha sido un lugar antiguo, con ladrillos visibles, baldosas oscuras que reflejaban la luz tenue de las lámparas colgantes, esas que se componían de una bombilla colgada de una cuerda. Así lucía cuando estaba Patri, pero se jubiló y ahora la cafetería es de su hijo, que se encargó de modernizarla y darle un enfoque más minimalista. Las paredes ahora son lisas y blancas, con pinturas simples de tazas de café, ramas de canela y granos tostados; las baldosas desaparecieron y ahora hay un parqué de abedul iluminado por unos focos circulares encastrados en el techo. Los enamorados piensan que el nuevo aspecto del lugar ha perdido su esencia retro, pero, aun así, sigue teniendo una gran importancia para su relación.

Damián tiene la mañana libre, trabaja con su padre en el taller de coches de Vallecas, donde vive. No está estudiando, pues no terminó la educación secundaria y su padre no tiene suficiente dinero para pagar la universidad, por lo que el joven se hizo a la idea de ayudar en el negocio de su padre. Aparentemente le gusta, tiene muy buena mano con los coches y tiene muy buena relación con la gente de la zona. Muchos sienten pena por él, pero otros sienten odio, pues está envuelto en asuntos peligrosos, marcados por sustancias nocivas. Su padre le advirtió dejar su negocio paralelo, el de la venta de veneno dulce, pero no puede hacerlo, necesita el dinero. Silvia no conoce ese trabajo secreto de su novio, pero ni aunque un cliente habitual le enseñe pruebas, ella sería capaz de saberlo. Eso sucede cuando estás ciega, cuando tienes una bestia delante pero el amor no te permite verlo; una clase miopía emocional.

El muchacho estaba preocupado por la reacción de su novia al ver el cardenal que tiene alrededor del ojo. La joven al verlo se ha impactado, pero no ha querido preguntar por lo sucedido. Sabe que algo no va bien con su pareja, sus amigas lo advierten, pero le da miedo conocer la verdad.

Silvia lleva todo el día esperando a darle un regalo a Damián, su regalo por el segundo aniversario.

—Cierra los ojos —Silvia se levanta y saca una caja de su bolsillo—. 3… 2… 1… ¡Ábrelos!

En la mano de Silvia una caja abierta, contiene un reloj con un brillo hipnotizante, unas manecillas que parecen de oro y la correa de piel de cocodrilo que le daba un toque sofisticado a la vez que extravagante.

Damián se queda paralizando, mientras contempla su nueva adquisición su cabeza ya se ha puesto en marcha. Observa el cristal, parece de zafiro; sus manecillas tienen un destello inconfundible, oro puro; la correa de cocodrilo tiene un buen acabado natural. Calcula que ese reloj debe costar una fortuna, probablemente más de lo que él podría permitirse en varios meses. Mientras se siente emocionado por su regalo empieza a calcular el dinero que podría ganar al venderlo. Por otro lado, siente un nudo en la garganta, él no tiene nada para regalarle a ella. Quizás podría utilizar el dinero del reloj para comprarle un detalle, pero realmente necesita el dinero para otro asunto.

—¿Y bien? —pregunta con una sonrisa en la cara, esperando que su novio le agradezca el regalo— ¿Te gusta?

—Es muy caro.

—Pero es un regalo, te lo mereces —Se acerca y le besa la mejilla.

—Lo siento, Silvia… No he podido comprarte nada. Ya sabes, estoy pelado, mi padre no me ha podido pagar este mes, el alquiler es muy caro…

—No te preocupes, no necesito nada. Con estar contigo me doy por regalada —miente con una sonrisa, ocultando su cara de disgusto.

Realmente está acostumbrada: en el primer aniversario no le pudo regalar nada, pero le invitó a cenar, aunque después de cenar no puedo pagarlo y le retó a salir sin pagar. Todo son señales, pero ella no las consigue ver. Su familia tampoco, su madre adora al muchacho y su abuela le invita a comer todos los lunes, martes y miércoles; su tía es la única que no se traga la falsa cara del joven, sabe que algo hay detrás de él, pero todavía está en proceso de observación.

Damián intenta poner cara de afectado, pero cuando mira el reloj solo consigue ver billetes. Tiene dinero, pero no quiere aparentarlo, prefiere llevar la careta de pobre todos los días, paga lo que necesita su padre del alquiler, por lo que, aunque su padre no está de acuerdo con el negocio clandestino del joven, sabe que no tiene otra opción. Pero ¿qué hace con el resto del dinero?

Silvia vuelve a su asiento tragando el disgusto. Se prepara para darle la noticia a su novio.

—He decidido que quiero tenerlo.

Damián deja de mirar el reloj y levanta la mirada. Esas palabras provocan un leve tic en su ojo, una gota de sudor recorre el lateral de su cara, atravesando la oreja y cayendo en el cuello. Esa pequeña gota no le hace cosquillas, la noticia le ha quitado las sensaciones. Incapaz de reaccionar, agarra con fuerza la mano que Silvia le ha tendido.




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