Fresa como Amarea

Capítulo 2

Querido diario,

Hoy fue otro día raro. Ya sé que no puedo decir que los días son raros solo porque pasan cosas que no entiendo, pero, no sé, últimamente siento que todo es confuso. Es como si algo estuviera cambiando, pero no sé qué es. Es como cuando el cielo se pone gris, y sabes que va a llover, pero no sabes cuándo. Te preparas, pero la lluvia tarda en llegar, y mientras tanto solo hay esa sensación de que algo va a pasar.

En la escuela todo estuvo más o menos igual. Excepto que lo volví a ver. A Élan. Estaba en el pasillo otra vez, y me miró. O sea, no es que me mire siempre, pero cuando lo hace, me siento rara. No sé si es incómodo o… bueno, algo más. Lo que sé es que lo noto. Y eso me molesta. ¿Por qué debería importarme si él me mira o no? Es solo un chico de la escuela. Ni siquiera lo conozco bien. Pero cuando me llama "Fresa", no puedo dejar de pensar en eso. Y hoy lo hizo de nuevo.

Estaba en el recreo, sentada en mi lugar de siempre, cerca de la esquina del patio. Me gusta estar ahí porque es tranquilo, y nadie viene a molestarme. A veces leo, otras veces solo escucho música o escribo en mi cuaderno. Hoy estaba escribiendo, nada en especial, solo algunas cosas que se me venían a la mente. Pensé en escribir sobre el cielo, que estaba medio nublado, pero entonces escuché una voz.

—Hola, Fresa.

No lo vi venir, pero ahí estaba él. Con esa sonrisa suya que me pone nerviosa, como si supiera algo que yo no sé. No sabía qué decir, así que solo lo miré.

—¿Por qué me llamas Fresa? —le pregunté, aunque no estaba segura de querer saber la respuesta.

Él se encogió de hombros, como si no fuera gran cosa.

—No lo sé. Creo que te queda. —Y después de decir eso, se sentó a mi lado.

No supe qué hacer. No es que alguien se siente conmigo en el recreo. Siempre estoy sola, y eso está bien. Pero ahí estaba él, sentado, como si fuera lo más normal del mundo. Pasaron unos segundos, o tal vez fueron minutos, no lo sé. Solo sé que me puse nerviosa y no sabía de qué hablar.

—¿Qué estás escribiendo? —me preguntó.

Lo cerré rápido. No iba a mostrarle lo que estaba escribiendo, ni loca. Era demasiado personal. Era mi cuaderno, y él no tenía por qué leerlo. Me miró con esa misma sonrisa, pero esta vez parecía más divertido. Como si le hiciera gracia que me pusiera nerviosa.

—Nada importante —dije, intentando sonar casual, pero seguro lo notó. No soy buena fingiendo que estoy tranquila cuando no lo estoy.

—Bueno, yo tampoco escribiría cosas importantes —respondió, apoyando la cabeza en la pared detrás de nosotros—. Nunca me ha gustado escribir. Prefiero observar.

Eso me llamó la atención. ¿Observar? ¿Qué observaba? Lo miré de reojo, pero él seguía tranquilo, mirando al frente como si nada.

—¿Qué observas? —le pregunté, aunque me arrepentí en cuanto lo dije. No sé por qué me interesa lo que piensa. Pero ya era tarde para cambiar de tema.

—A ti —dijo sin girarse hacia mí.

Sentí que me subía el color a las mejillas. No sé por qué, pero me puse muy nerviosa. ¿A mí? ¿Qué podía haber para observar en mí? Soy solo una chica con el pelo rojo y que no tiene muchos amigos. No soy interesante. De hecho, trato de no llamar la atención para no destacar.

—¿Por qué? —pregunté casi en un susurro.

Élan giró la cabeza para mirarme y sonrió, pero esta vez su sonrisa no parecía burlona, sino más... no sé, diferente.

—Porque eres diferente —dijo simplemente, como si fuera la respuesta más obvia del mundo—. No como los demás.

No supe qué decir. ¿Diferente? ¿En qué sentido? Y, además, ¿eso era algo bueno o malo? ¿Me estaba elogiando o solo estaba señalando que no encajaba con los demás?

Pasaron unos segundos incómodos en los que no dije nada. Me sentía como si estuviera siendo analizada, y no me gustaba. Así que hice lo que suelo hacer cuando me siento rara: me puse los audífonos y encendí la música. Esta vez estaba escuchando una canción de los 80s, una de mis favoritas. No sé por qué, pero esa música me hace sentir mejor. Es como si me transportara a otro lugar, uno donde todo tiene más sentido.

Cuando me puse los audífonos, Élan se rió un poco. No de una manera mala, sino más bien como si supiera lo que estaba haciendo.

—Te gusta la música vieja, ¿no?

Asentí. ¿Cómo lo sabía? A lo mejor me había visto antes escuchando música, no lo sé. De todas formas, no era un secreto.

—Es la única que me gusta —dije, esta vez sintiéndome un poco más segura porque era verdad. La música de ahora no me gusta. Es demasiado ruidosa, o vacía. No tiene alma, como la música de antes.

Élan asintió, como si lo entendiera, pero no dijo nada más. Solo se quedó ahí, sentado, en silencio. Era raro, pero al mismo tiempo, era cómodo. No sé cómo explicarlo, pero no me sentía obligada a hablar con él. Era como si el silencio estuviera bien.

Después de un rato, sonó la campana y ambos nos levantamos. Mientras caminábamos de regreso a clase, pensé en lo que me había dicho antes. ¿Diferente? ¿Yo? No estoy segura de que eso sea algo bueno. Pero cuando lo dijo, no sonó mal. Al menos, no lo dijo como los demás lo hacen cuando se ríen de mi pelo rojo o de que soy la chica rara que siempre está sola.

Élan se despidió con una inclinación de cabeza y esa sonrisa suya antes de desaparecer por el pasillo. Yo me quedé ahí, parada, pensando en lo que acababa de pasar. Me sentía... confusa. No sé si era algo bueno o malo, pero definitivamente fue diferente.

Cuando volví a casa, mi mamá me preguntó cómo había sido mi día. Le dije que había sido normal, como siempre. No iba a contarle sobre Élan. No sé por qué, pero no me gusta hablar de estas cosas con mi mamá. Ella siempre tiene una opinión sobre todo, y a veces es mejor que no diga nada. Solo subí a mi cuarto, encendí la computadora y me puse a programar.

Me gusta programar porque me siento como si estuviera en control. Puedo crear cosas y hacer que funcionen como quiero. No como en la vida real, donde las cosas pasan sin que yo las entienda. En la computadora, todo tiene un orden. Las cosas siguen las reglas que les doy. Ojalá la vida fuera así, pero no lo es.




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