Fresa como Amarea

Capítulo 5

Querido diario,

Hoy fue un día de esos en los que no sabes si todo está bien o si simplemente lo estás ignorando. Me desperté con esa sensación extraña de que algo iba a pasar, pero, como siempre, no pasó nada. Bueno, nada importante, al menos al principio.

Llegué a la escuela con la música en mis oídos, intentando distraerme de los pensamientos que me llenaban la cabeza. Últimamente, he estado pensando demasiado, y la verdad es que no me gusta. Pensar tanto cansa. Y a veces, simplemente quisiera apagar el cerebro y dejar de sentir todo tan intensamente. Pero no puedo.

El día comenzó normal, como siempre. Me senté en el fondo de la clase de matemáticas, donde nadie me molestaría, y saqué mi cuaderno. Estaba en uno de esos días en los que no quería interactuar con nadie. Pero entonces, claro, apareció él.

Élan.

Siempre aparece cuando menos lo espero. Y hoy, no fue la excepción.

Se sentó a unas filas adelante, como siempre lo hace, pero en un momento, giró la cabeza y me miró. Esta vez no aparté la vista tan rápido. Me quedé mirando, preguntándome por qué siempre parece tan tranquilo, como si el mundo no lo afectara en lo más mínimo. A veces quisiera ser como él, pero al mismo tiempo, me asusta lo poco que parece importarle todo.

Después de clase, él me alcanzó en el pasillo.

—Hola, Fresa —dijo, como si fuera lo más natural del mundo.

"Fresa". Ya debería estar acostumbrada, pero cada vez que lo dice, siento algo extraño. Como si esa palabra tuviera un significado más profundo, uno que no logro entender del todo. Esta vez, no intenté evitarlo. Le sonreí un poco, aunque me costó.

—Hola —respondí, tratando de sonar casual.

—¿Vas al patio? —preguntó, aunque ya sabía la respuesta.

Asentí. Siempre voy al mismo lugar en el recreo. Es mi refugio. Pero esta vez, él decidió acompañarme. No se sentó a mi lado de inmediato, como había hecho las otras veces. En lugar de eso, se quedó parado frente a mí, mirándome como si estuviera intentando leerme. Eso me incomodó un poco, pero traté de no mostrarlo.

—¿Por qué me sigues? —pregunté, antes de darme cuenta de lo directo que había sonado.

Élan sonrió, pero no era una sonrisa burlona, sino una que me hizo sentir como si hubiera hecho la pregunta correcta.

—No te sigo —respondió—. Solo estoy curioso.

—¿Curioso de qué? —pregunté, frunciendo el ceño.

Él se sentó finalmente, apoyándose en la pared detrás de nosotros y mirando al cielo.

—De ti.

Su respuesta me dejó en blanco. ¿De mí? ¿Qué había en mí que le causaba curiosidad? Soy solo una chica normal. Bueno, normal no, supongo, pero tampoco es que tenga algo tan interesante.

—No soy tan interesante —murmuré, bajando la vista a mi cuaderno.

—Eso es lo que tú crees —dijo él, con una calma que me puso nerviosa.

Nos quedamos en silencio por un rato. Yo no sabía qué decir, y él, como siempre, parecía cómodo en ese silencio. Mientras lo miraba de reojo, me di cuenta de que nunca había conocido a alguien como él. No es que sea misterioso de una manera exagerada, pero hay algo en su actitud que siempre me deja pensando.

—¿Por qué te llamo Fresa? —dijo de repente, como si hubiera leído mis pensamientos.

Lo miré, sorprendida.

—¿Por qué me llamas así? —pregunté, sintiendo que finalmente estaba llegando al punto de todo.

Élan se encogió de hombros.

—Porque eres diferente. Pero no de la manera que crees. Eres… única.

Me quedé en silencio. Esa palabra, "única", me hizo sentir algo que no puedo describir. Siempre pensé que ser diferente era algo malo, algo que me hacía destacar de una forma incómoda. Pero cuando él lo dijo, no sonó mal. De hecho, por primera vez, no me molestó ser llamada diferente.

—No lo sé —respondí, bajando la vista—. No me siento así.

—Eso es lo que te hace única —respondió él, como si todo fuera tan simple.

Lo miré, buscando alguna señal de que estaba bromeando, pero no la encontré. Élan era en serio. Y eso me desconcertó aún más.

—¿Por qué te importa tanto? —pregunté, tratando de entender por qué alguien como él, que parece no preocuparse por nada, estaría tan interesado en mí.

Élan me miró durante unos segundos, y luego sonrió de nuevo, esa sonrisa que siempre me deja más confundida que antes.

—No lo sé. Pero supongo que esa es la gracia de todo, ¿no?

Nos quedamos en silencio de nuevo, pero esta vez el silencio no era incómodo. Me di cuenta de que, por primera vez en mucho tiempo, no me sentía completamente sola. Y aunque todavía no entendía por qué él me prestaba tanta atención, algo en su forma de ser me hacía sentir que tal vez, solo tal vez, estaba bien ser diferente.

Antes de que sonara la campana, Élan se levantó y me miró una vez más.

—Nos vemos mañana, Fresa —dijo, antes de alejarse.

Me quedé sentada ahí, viendo cómo se iba, y por alguna razón, no pude evitar sonreír. No porque lo entendiera, sino porque me di cuenta de que no necesitaba entenderlo todo en este momento. Tal vez, como dijo él, esa es la gracia de todo. No saber siempre por qué las cosas suceden, pero estar abierta a descubrirlo con el tiempo.

Cuando volví a casa, me encerré en mi habitación como siempre, pero esta vez no me puse los audífonos de inmediato. Me quedé mirando al techo, pensando en lo que había pasado hoy. Y por primera vez en mucho tiempo, no me sentí tan perdida.

Todavía no entiendo del todo quién soy o por qué soy como soy, pero tal vez no necesito saberlo ahora. Tal vez, como dijo Élan, el valor está en ser diferente. Y aunque no estoy segura de que él tenga razón, algo en mí quiere creerlo.




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