Fresa como Amarea

Capítulo 7

Querido diario,

Hoy ha sido uno de esos días en los que me siento atrapada entre lo que soy y lo que los demás ven en mí. No es nada nuevo, pero a veces pesa más que otras. Estuve pensando en lo que Élan me dijo ayer: "Te queda." Esa simple frase sigue dándome vueltas en la cabeza. ¿Qué significa que algo te "queda"? ¿Cómo algo tan superficial como un apodo puede quedar bien?

Quisiera entender por qué me afecta tanto lo que él piensa. No es que quiera gustarle, ¿o sí? No lo sé. Todo es tan confuso. A veces pienso que solo quiero que alguien me vea de verdad. No como "la chica del pelo rojo", ni como la rara que siempre está sola con sus libros. Solo quiero ser yo, pero ni siquiera sé quién es "yo".

Hoy en la escuela fue como cualquier otro día, aunque sentí que las miradas pesaban más que de costumbre. Es como si el hecho de que Élan me llame "Fresa" hubiera cambiado algo. No lo sé. A lo mejor soy yo la que está cambiando, pero no sé si me gusta.

Cuando llegué al salón, como siempre, me senté al fondo. No tenía ganas de hablar con nadie. Solo quería desaparecer entre las páginas de mi cuaderno y escribir hasta que las palabras dejaran de hacer eco en mi cabeza. La profesora de matemáticas nos dejó unos problemas que no pude resolver, no porque no supiera cómo, sino porque no podía concentrarme. Cada vez que trataba de resolver una ecuación, mi mente volvía a él, y a esa maldita frase.

Élan no estaba en clase hoy. Me di cuenta de inmediato, aunque intenté no darle importancia. Pero, para ser sincera, me molestó un poco. Quería verlo. Quería saber si me diría algo, si volvería a llamarme "Fresa", si haría alguna de esas cosas que me dejan con más preguntas que respuestas.

Al final de la clase, recogí mis cosas y salí al pasillo, pero sentía que todo estaba más vacío de lo normal. Mis amigos, bueno, los pocos que tengo, me saludaron y me invitaron a almorzar con ellos, pero no tenía ganas de socializar hoy. Solo les dije que tenía mucho que hacer y me fui sola al patio.

En mi rincón de siempre, me senté con mi cuaderno y empecé a escribir. Lo hago cuando no sé qué más hacer. Es como si poner mis pensamientos en palabras me ayudara a entender lo que pasa dentro de mí. Pero hoy, las palabras no salían. Solo miraba la página en blanco, esperando que algo ocurriera, pero nada. Ni una sola palabra.

Empecé a sentir esa frustración que sube desde el pecho hasta la garganta. Es un nudo, uno que te aprieta cuando no puedes hacer nada para cambiar lo que sientes. La única cosa que siempre me ayuda a calmarme —escribir— no me estaba funcionando hoy.

Y entonces, justo cuando estaba a punto de cerrar el cuaderno, alguien se sentó a mi lado.

—¿Otra vez bloqueada? —dijo una voz que ya conocía demasiado bien.

Era él. Élan. No sé cómo lo hace, pero siempre aparece en los momentos en los que menos lo espero y más lo necesito.

—¿Qué haces aquí? —pregunté, sin poder ocultar la sorpresa.

—Vine a ver qué escribes —respondió, con esa sonrisa suya que siempre me deja confundida.

—No estoy escribiendo nada —dije, cerrando el cuaderno rápidamente.

Élan se encogió de hombros, como si no fuera importante, pero no se fue. Solo se quedó allí, en silencio, observando el cielo. Ese silencio entre nosotros ya no me resulta incómodo. De hecho, a veces es mejor que cualquier conversación. Con él, el silencio parece estar lleno de algo, como si no hiciera falta decir nada para entenderse.

—A veces, las palabras no salen cuando las necesitas —dijo, rompiendo el silencio de una forma que parecía leerme la mente—. Pero eso no significa que no estén ahí.

Lo miré, sin saber qué responder. ¿Cómo puede decir cosas que parecen tan simples y a la vez tan profundas? Yo, que siempre trato de analizar todo, de entender lo que pasa en mi cabeza, me pierdo cuando él habla de esa manera. Es como si todo tuviera un significado que yo no soy capaz de ver, pero que él ya conoce de antemano.

—No es tan fácil —murmuré, más para mí misma que para él.

Élan giró la cabeza hacia mí y me miró con esos ojos que parecen siempre estar viendo algo más allá de lo que está frente a él.

—¿Qué no es fácil? —preguntó.

No supe qué decir. Todo no es fácil. La vida no es fácil. Ser diferente no es fácil. Aceptar quién soy no es fácil. Pero decir todo eso en voz alta parecía demasiado, así que solo me quedé callada.

—A veces no tienes que entenderlo todo de inmediato —dijo, como si estuviera respondiendo a lo que no había dicho—. Solo tienes que dejar que las cosas pasen.

Me quedé pensando en eso el resto del día. Después de que Élan se fue, traté de escribir, pero las palabras seguían sin salir. Decidí cerrar el cuaderno y, por primera vez en mucho tiempo, simplemente me quedé sentada, sin hacer nada, dejando que todo fluyera sin intentar controlarlo.

Y, aunque no lo entendí del todo, algo en mí empezó a relajarse.




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