Fruto del destino

Capítulo 21: La historia de cuando la conocí

Connor

La llevé hasta la playa y el camino era la mejor sensación que me podía dar. Ese leve viento, esa brisa, ese leve roce entre nuestros cuerpos, su mano tocando mi torso era una sensación mágica y maravillosa.

Era indescriptible todo lo que me hacía sentir.

Me encantaba darle sorpresas, así sentía que todo era más fluido, no me gustaba nada la monotonía y hacer cada día cosas distintas era lo que más me gustaba, sentía que de alguna manera así nunca se cansaría de mí.

Cuando llegamos andamos por la arena y para aligerar el paso le dije que se subiera a mi espalda. Sentir la brisa marina en mi rostro y teniendo en mi espalda a la única persona que necesitaba era el mayor placer de la vida, había tocado el mismísimo cielo y ni siquiera me había dado cuenta.

—¿Cómo sabes de tantos sitios preciosos y relajantes? — preguntó.

—Bueno...cuando lo que quieres es huir de la realidad a veces necesitas un sitio en el que refugiarte para respirar profundamente y pensar que todo mejorará— dije.

Era cierto, buscaba sitios en los que evadirme de la realidad, respirar hondo y dejar pasar las horas, buscaba la paz en un sitio de caos.

—¿Y si nos bañamos? — dijo muy decidida mirando hacia el mar.

—Estas loca Olivia Shields— dije mientras me reía —Por eso me gustas.

Me gustaba su espontaneidad, sus cambios de humor, su risa, su nerviosismo, su intensidad, su fragilidad...Todo de ella me gustaba y a veces me odiaba por ello, estaba enamorándome de la chica que me complicaría la vida pero que a la vez conseguía arreglármela de alguna manera.

Nadie en esta vida es perfecto, todos somos el claro ejemplo del imperfeccionismo en este triste mundo. Pero para mí ella era perfecta y siempre lo será. Porque no todo gira en torno al físico de una persona si no las emociones que conlleva, lo que te hace sentir y las sensaciones que te da al estar con ella. Para mí eso era la definición de perfeccionismo y de felicidad, simplemente ella era todo lo que necesitaba.

Nos quitamos la ropa y me quedé observando cada centímetro de su perfecto cuerpo, cada curva, cada línea, cada imperfección que la hacía más perfecta aún.

Contamos hasta tres y salimos corriendo hasta el mar, juntos, sentí como las olas del mar chocaron al instante en nuestros cuerpos desnudos.

Nos quedamos mirándonos fijamente y en ese momento sentí muchísimo, tanto que ni siquiera sabía que sentía, solo sabía que fuese lo que fuese ella era la causante de todo en mí, me estremecí al poner mis manos en su cintura, era verdaderamente increíble.

—¿Sabes? Al principio creí que eras un chico sin sentimientos— soltó.

—Y lo soy— hubo un silencio en el que no nos dejábamos de mirar—Tú sacas mi lado tierno y a veces me asusto de mí mismo.

—Pues ese lado me gusta— dijo golpeándome suavemente en el hombro.

—Antes de conocerte todo esto del amor me hubiese parecido una estupidez— solté una risa irónica.

—¿Por qué? — preguntó.

—Porque nadie había roto mis esquemas, yo antes me dedicaba a salir con las chicas y sin quererlo les hacía daño porque ellas comenzaban a sentir algo que yo no podía.

—¿Nunca te has enamorado?

—No.

Realmente quería decirle que nadie me había hecho sentir tanto como ella, que cada vez que la miraba mi día se hacía más llevadero, que con ella estaba aprendiendo el significado de la palabra amor, sentimientos, seguridad...Ella era lo que siempre había deseado, quería decirle y gritarles a los cuatro vientos lo que sentía por ella, que realmente me estaba enamorando de ella. Pero yo era un cobarde, no supe expresar todos esos sentimientos en aquel momento y yo solo me callé guardando todas palabras para mí.

—¿Eres un chico sin sentimientos? ¿Eras como los malotes de la historia?

—No me vuelvas a llamar así.

—¿Así cómo? ¿Chico sin sentimientos? — me desafió.

—Sí, o prefieres que yo te llame Olivia Rose Shields— no pude evitar reírme mientras lo decía.

—¿Cómo lo sabes?

—Te dije que le había caído bien a tu madre.

—No es gracioso, mi madre era muy fan de Titanic.

—Claro, Olivia Rose Shields.

Era cierto, el día en el que yo conocí a su madre fue antes de lo que Olivia pensaba. El día de la mudanza, ese día en el que mi mundo cambió drásticamente por culpa de una sonrisa que quedó en mi mente grabada y que no conseguía sacarla de ella.

Cuando yo corría por la calle, me detuve a observar a la nueva familia que estaba mudándose en la acera de enfrente a pocos metros de la mía, mientras yo corría no pude evitar no mirar, vi como una chica bajó del coche mientras no dejaba de sonreír, esa maldita sonrisa que hacía estremecerme solo de recordarla. Yo me detuve a observarla, a mirarla detalladamente, quería saber más sobre ella, sentía que lo necesitaba.

Ella estaba con los ojos cerrados apuntando hacia el cielo mientras la brisa llegaba a su rostro. Ella simplemente desapareció en un instante cuando se metió en la casa, yo no podía quedarme de brazos cruzados y fui directo hacia su madre.

—Hola, ¿sois nuevos? Veo que estáis de mudanza, yo soy Connor Green, el vecino del 43— dije.

—Hola, encantada, yo soy Sara Shields— me extendió la mano—¿Cuántos años tienes? Mi hija parece de tu edad y no le vendría mal conocer a alguien, le cuesta hacer amigos…—dijo entristecida por su hija— básicamente en la otra ciudad no tenía y no quiero que esté sola de nuevo.

—Tengo 18 años, señora Shields y me encantaría ser amigo de su hija, acabo de verla entrar en la casa. Nunca está mal conocer a nuevas personas.

—Puedes llamarme Sara—dijo mientras sacaba una sonrisa —mi hija tiene 17 años, ella se llama Olivia Rose Shields. Espero que os llevéis bien. A simple vista eres muy alegre. Solo te pido una cosa, ella es una persona sensible, ha pasado por muchas cosas de pequeña, si no es capaz de abrirse contigo o con nadie, es normal, le cuesta hablar de esos temas. Ni siquiera lo hace conmigo, solo cuídala, con eso me quedo tranquila.




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