—¿Quieres hablar de lo que sucedió hoy? —pregunta Jude al otro lado de la linea.
—Lo siento —respondo al tiempo que me quito los zapatos y los voy dejando a un lado en el pasillo.
—¿Por qué?
—Por haberme ido sin decir más y dejarte atrás.
—Tonta, no tienes que disculparte. Lo entiendo.
—Gracias, Jude. No sé qué haría en Michfield sin ti.
—Deja de ser tan cursi. ¿Cómo te sientes?
—Confundida. Cansada...
«Muerta de miedo» Quiero decirle, pero solamente lo pienso. Si Sam está tan cerca que se ha dejado ver, es porque mi padre lo ha enviado y por supuesto que me ha tenido en la mira por días.
—Trata de dormir. Necesitas descansar y despertar renovada. Te espera un camino largo, y necesitarás energía para aguantar el andar.
—Lo sé.
—Bien. No olvides de la comida el domingo, te espero en mi casa.
—Tranquila, allí estaré.
Después de colgar, trato de recobrar mi tranquilidad, y evitar que se derrumbe el balance que le he dado a mi existencia.
No paro de hacer las mismas preguntas en mi cabeza... ¿Cómo me encontró? ¿En qué movimiento fallé? He sido muy cuidadosa con cada movimiento que he hecho. ¿Cómo Reginaré con esto ahora? Él no se irá tan fácilmente.
Verlo nuevamente por solamente esos minutos ha sido tan doloroso. No creí que, removería recuerdos de nuestro tiempo juntos, pero al llegar en el momento que nuestro matrimonio terminó, me recuerda también que no merezco sentirme así.
Debo ser feliz.
Tengo que ser feliz.
Voy a ser feliz.
Y no puede ser con él.
No será con él.
[...]
Por la mañana tuve la ligera sensación de que samuel aparecería en cualquier momento, de pronto me siento inquieta donde sea que vaya, por lo que hoy decidí cancelar la comida con las chicas. Siento que estar metida en la oficina me garantiza tranquilidad.
El horario de oficina termina y solo quiero irme a casa, pensar si debo seguir huyendo ahora que me han encontrado, o quedarme y afrontar lo que sea que venga con la llegada de Samuel.
―¿Estás bien? ―Volteo de pronto dejando de lado de mis pensamientos.
Me toma unos momentos para caer en cuenta, de que el responsable en captar mi atención es nada más ni nada menos que Shane. No me sorprende que sepa donde trabajo, más bien me sorprende que no haya venido antes.
―Ehm, sí. Lo siento, estaba un poco distraída.
―Pude notarlo ―revela con una encantadora sonrisa.
―¿Qué haces por aquí? ¿Buscas algo en especial? ―pregunto buscando con la mirada a Raymond como excusa. Lo cual es estúpido porque no es que Shane pueda leer mis pensamientos, o saber que busco a mi amigo al que probablemente ni conoce para evitar mirarlo.
―Sí, yo... ―cavila antes de hablar, sonríe, y continúa―, buscaba unos auriculares. Los míos ya no funcionan muy bien.
«Auriculares, sí claro»
―Electrónica está por allá ―le indico, y voltea hacia donde apunta mi dedo.
―Sí, lo sé. Solamente que te vi, y me acerqué a saludarte, Regina.
―Entiendo.
―Estuve llamándote. Dejé de insistir cuando recordé lo que mencionó tu amiga... ―deja las palabras al aire, como intentando recordar el nombre.
―Jude.
―¡Sí! Jude.
―Vi algunas llamadas perdidas del mismo número. Perdona, es que olvidé que Jude te lo dio, y bueno, no acostumbro a contestar llamadas de números sin registrar.
―Si, lo supuse ―reveló un poco desanimado―. Debí enviar un mensaje.
―Habría sido lo mejor.
Parece que he dicho las palabras mágicas, porque sonríe esperanzado. Y no tengo manera de retractarme o cambiar lo que dije.
―La próxima lo haré.
―Claro.
―Me dio gusto haberte saludado. Debo ir a... ―anuncia señalando torpemente con las manos.
―Adelante.
Se va golpeándose contra un exhibidor, pero se recompone alejándose, no sin echar una rápida mirada sobre su hombro en mi dirección. Dentro de lo que cabe, no parece un mal chico, y debo admitir que, si bien no tengo interés en él, me cae bien. Sacudo mis pensamientos y me encamino al estacionamiento.
Me llevo nuevamente la sorpresa de encontrar a Samuel recargado en el mirador a unos metros de donde me encuentro. No me ve, así que aprovecho para irme rápidamente sin que me note aún, pero las sorpresas no se terminan ya que, en el ascensor se encuentra el ojiazul del Starcoffe.
Su fragancia puede olerse desde donde estoy, pero es terreno ajeno y eso se respeta.
A medida que voy acercándome, opto por tomar las escaleras desviándome. Puedo ver que se queda boquiabierto cuando las puertas comienzan a cerrarse.
Al bajar ya no lo veo, lo cual es un alivio; espero que no se haga una costumbre encontrármelo.
Finalmente, camino atravesando el amplio estacionamiento. Agotada. Confundida. Triste.
Escucho la campanilla del ascensor, pero continúo sin mirar atrás.
—¡Regina! ―grita Samuel disparando mis nervios
Las piernas me tiemblan; traicioneras.
Miro por encima de mi hombro, y continuo a paso tembloroso mi intento de huida, pero me da alcance sujetando de mi brazo.
―Regina.
―¡No! ―espeto zafándome de su agarre.
—Tenemos que hablar —suplica sujetándome una vez más.
—¡Es que yo no quiero hablar contigo! —Me vuelvo a zafar girándome hacía él.
—Por favor ―ruega tratando de convencerme, pero manteniendo distancia esta vez.
—Ahórratelo. No tenemos nada que hablar —zanjo con la voz entrecortada retomando mi camino al ver su intención de acortar la distancia que nos separa.
—Yo... sé que todo ha sido culpa mía ―continúa caminando detrás de mío―. Solamente escucha lo que tengo que decir.
La curiosidad comienza a asomarse, pero no voy a caer.
No puedo caer.
—No. No hay nada que puedas decir a tu favor. Y que reconozcas tu culpa debería dejártelo más que claro. Solamente aléjate, y mantente fuera de mi vista, así como lo has hecho todo este tiempo. Por favor déjame tranquila.