El viento había comenzado a cambiar cuando Mirna supo que su vida daría un giro irrevocable. Los meses pasaron lentamente, pero con una intensidad feroz. Los nueve meses de embarazo fueron como una danza de esperanza, miedo y amor. Al principio, Mirna sentía cómo su cuerpo se adaptaba a la nueva vida que crecía dentro de ella, pero con cada día que pasaba, un vago presentimiento la invadía, como si la luna de fuego ya comenzara a influir sobre su destino.
Eryon, siempre a su lado, se mostró más protector y atento que nunca. Cada día, su amor por ella y la pequeña Lyria se multiplicaba. El mundo parecía detenerse cada vez que ambos se encontraban bajo el cielo estrellado, compartiendo sueños sobre lo que serían como padres. Pero incluso el más brillante de los sueños tenía sombras, y Mirna comenzó a notar que, a pesar de la tranquilidad aparente, una tormenta se cernía sobre ellos.
En el séptimo mes de embarazo, la luna de fuego, la luna roja y llena, apareció en el cielo. Ese mismo día, Eryon y Mirna discutieron sobre algo trivial, un pequeño desacuerdo que parecía tan insignificante, pero que de alguna manera presagiaba lo que estaba por venir. La luz de la luna de fuego iluminaba todo el horizonte, como un presagio de que algo importante estaba por suceder.
El octavo mes llegó con más tensiones. Mirna no podía evitar sentirse inquieta. De noche, soñaba con Minsk, una figura en sus pesadillas: una criatura eléctrica, cuyas descargas recorrían los cielos con la furia de un rayo, capaz de destruir todo a su paso. Aunque al principio pensó que solo eran miedos infundados por la proximidad del parto, pronto supo que algo mucho más oscuro y peligroso acechaba. Eryon, preocupado por su bienestar, intentó tranquilizarla, pero un destello de angustia cruzaba sus ojos cada vez que ella mencionaba el nombre de Minsk.
Finalmente, llegó el día. La luna de fuego estaba en su apogeo, llena de una energía sobrenatural que parecía envolverse en un halo de magia pura. Mirna, en el momento exacto del parto, sintió cómo una corriente de energía recorrió su cuerpo, como si todo el universo estuviera alineándose en ese preciso instante. Era el momento de traer al mundo a Lyria.
Eryon no se apartó de su lado. El amor que compartían se reflejaba en su cara, en cada gesto, en cada palabra susurrada. La agonía del parto fue acompañada de una bendición, pues, cuando la niña nació, el cielo pareció explotar en una luz intensa, como si el nacimiento de Lyria fuera un acto divino.
La pequeña Lyria, con ojos brillantes y una energía inquebrantable, fue recibida por el cálido abrazo de su madre, pero la paz fue efímera. En ese mismo momento, el cielo se oscureció de manera inexplicable, y un relámpago cruzó el horizonte. Minsk había llegado.
La criatura, un ser electrificado con una armadura de energía pura, apareció ante ellos. Su cuerpo resplandecía como una tormenta viviente, sus ojos como dos agujas de electricidad dispuestas a destruir todo a su paso. Eryon, en un intento desesperado por proteger a su familia, se interpuso entre Minsk y Mirna, con el alma llena de valentía.
— ¡Corre, Mirna! ¡Lleva a Lyria lejos de aquí!”— gritó Eryon.
Pero antes de que ella pudiera reaccionar, Minsk descargó una ráfaga de electricidad directa al pecho de Eryon.
Eryon cayó al suelo, el aire chisporroteando con la electricidad que recorría su cuerpo. Mirna, paralizada por el terror, observó cómo el hombre que había amado con todo su ser se desvanecía ante sus ojos, su vida apagándose con un estertor final. El amor de su vida ya no estaba allí, y ella, incapaz de hacer nada, abrazó a Lyria con fuerza, cubierta de lágrimas y desesperación.
El ser eléctrico, Minsk, se desvaneció tan rápidamente como había llegado, dejando detrás de sí un rastro de destrucción. La luna de fuego iluminó el desolado escenario de la tragedia, como una testigo silenciosa de lo que acababa de ocurrir.
Esa noche, bajo la luna de fuego, Mirna lloró la pérdida de Eryon, pero también juró que Lyria crecería fuerte, que su hija llevaría consigo la luz de su padre. A pesar del dolor y la tragedia, sabía que en la niña brillaba la esperanza del futuro. Y así, bajo la protección de la luna, la historia de Mirna y Lyria comenzaba una nueva era, llena de sombras, pero también de una fuerza inquebrantable.
FIN DE LA PARTE 0: Interludios Del Antiguo Mundo