Fuego Bajo La Corona De Cristal

Capítulo 2: Una Vida Sencilla

El día en Brasaalba transcurrió como un lento oleaje de rutina. El horno comunal seguía siendo el corazón del pueblo, y Lyria, como cada día, era su guardiana. Desde el amanecer hasta el mediodía, sus manos se mantuvieron ocupadas: encendiendo las llamas, horneando pan y distribuyéndolo entre los aldeanos que esperaban en la fila.

Algunos de ellos la saludaban con sonrisas sinceras. Para la mayoría, Lyria era una figura confiable, una joven que había encontrado su propósito en el calor del horno. Sin embargo, no todos compartían esa opinión.

—Mira nada más a nuestra soñadora favorita —gruñó Darren, el herrero, cuando llegó a recoger su pan. Sus brazos musculosos estaban cubiertos de hollín, y su expresión siempre parecía al borde de una pelea—. ¿Sigues con esas ideas de salir de Brasaalba?

Lyria no respondió de inmediato. Había aprendido que discutir con Darren era como arrojar leña húmeda al fuego: inútil. Pero ese día algo en su interior, un fuego pequeño pero creciente, no la dejó callar.
—¿Y si hay algo más allá? —replicó, con el tono más firme que pudo.

Darren soltó una carcajada áspera.

—No hay futuro fuera de Brasaalba. Solo frío, nieve y muerte. Si quieres perderte en las montañas,

adelante, pero no vengas llorando cuando descubras que no hay nada allí.

Las palabras le dolieron más de lo que esperaba, pero Lyria no dejó que Darren lo notara. Sin decir nada más, le entregó su pan y regresó al horno, intentando ignorar cómo su pecho se llenaba de un calor distinto, una mezcla de enojo y determinación.

Esa noche, después de terminar su trabajo, Lyria caminó hacia la plaza del farol. Era un lugar especial en el centro del pueblo, donde los aldeanos colocaban pequeñas velas en honor a las Antorchas Eternas. Aunque muchos decían que las leyendas no eran más que cuentos antiguos, la tradición persistía, especialmente en las noches más frías, cuando el invierno parecía implacable.
Lyria encendió su vela y la dejó sobre el pedestal de piedra, junto a otras docenas que ya ardían con una luz vacilante. El resplandor cálido iluminaba los rostros de los aldeanos que se habían reunido allí. Sus sombras bailaban sobre las paredes de las casas cercanas, como si el fuego mismo intentara combatir el frío y la oscuridad que los rodeaba.

—No creí que vinieras esta noche —dijo una voz conocida detrás de ella.

Lyria se giró y vio a Rina, su amiga de la infancia. Rina llevaba un abrigo viejo pero cálido, y su bufanda estaba cubierta de copos de nieve. A pesar del cansancio en su rostro, sus ojos brillaban con curiosidad.

— No podía quedarme en casa.Necesitaba salir un poco —respondió Lyria mientras ajustaba su chal.

Las dos comenzaron a caminar juntas por las calles cubiertas de nieve, alejándose del bullicio de la plaza. Durante un rato, solo se escucharon sus pasos y el crujido del hielo bajo sus botas. Finalmente, Rina rompió el silencio.

—Escuché algo hoy en el mercado —dijo en voz baja, como si temiera que alguien las estuviera escuchando—. Algo malo.

—¿Qué cosa? —preguntó Lyria, volviendo la cabeza hacia ella.

Rina tragó saliva, y su expresión se volvió seria.

—Dicen que varios pueblos al norte han desaparecido. No queda nada, solo ruinas heladas.

El aire parecía haberse vuelto más frío de repente. Lyria sintió un escalofrío recorrerle la espalda.

—¿Qué pasó?

—Nadie lo sabe con certeza —continuó Rina, mirando al suelo mientras caminaba—. Pero hay rumores... la gente dice que las Sombras Heladas podrían estar regresando.

Lyria se detuvo en seco.

—¿Las Sombras Heladas?

Rina asintió con un gesto sombrío.

—Es solo un rumor, claro. Nadie lo dice en voz alta, pero... tú sabes cómo son las historias en Brasaalba. Siempre hay algo de verdad en ellas.

El recuerdo de su sueño de la noche anterior volvió con fuerza: la mujer envuelta en llamas, sus ojos brillantes como brasas. Lyria apretó el saquito donde guardaba la pequeña piedra que había encontrado en el horno.

—¿Qué piensas tú? —preguntó, intentando que su voz no revelara lo agitada que se sentía.

Rina se encogió de hombros, como si quisiera quitarle importancia al asunto.

—No lo sé. Tal vez sea solo el invierno jugando con nuestras cabezas. O tal vez... tal vez las Sombras Heladas nunca se fueron del todo.

El silencio volvió a caer entre ellas mientras el viento soplaba con fuerza, llevando consigo una nieve fina que les golpeaba los rostros. Finalmente, llegaron a la pequeña cabaña de Rina.

—Ten cuidado, Lyria —dijo Rina antes de entrar—. Si esas historias son ciertas, puede que este invierno sea peor de lo que imaginamos.

Lyria asintió, pero no dijo nada. Mientras regresaba a casa, su mente estaba llena de preguntas. Si las Sombras Heladas estaban regresando, ¿qué significaba eso para Brasaalba? ¿Y qué tenía que ver con el fuego extraño que ardía dentro de ella?

Esa noche, mientras el viento azotaba las ventanas y el sonido del hielo resonaba en la madera de su cabaña, Lyria sostuvo la piedra entre sus manos. El calor que emanaba de ella era reconfortante, pero también inquietante. Sentía que estaba al borde de algo más grande, algo que no podía entender del todo.

Antes de cerrar los ojos, recordó las palabras de Darren: “No hay futuro fuera de Brasaalba”. Sin embargo, mientras el calor de la piedra pulsaba en sus palmas, Lyria supo que eso no podía ser cierto. Había algo allá afuera, algo que la llamaba.

Y esta vez, no iba a ignorarlo.

El amanecer llegó a Brasaalba con un frío que parecía morder. Las primeras luces apenas lograban atravesar el cielo cubierto de nubes, y el viento hacía silbar las rendijas de las ventanas. Lyria se despertó antes que el resto, como siempre, pero esta vez había algo diferente. La piedra que había guardado junto a su cama todavía irradiaba un leve calor, como si guardara un fuego oculto en su interior.




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