Fuego Bajo La Corona De Cristal

Capítulo 7. La Figura Misteriosa

La noche en Brasaalba era más oscura que de costumbre. Las nubes bajas cubrían el cielo, ocultando las estrellas, y el viento helado aullaba como una criatura herida. Lyria apenas sintió el frío mientras cruzaba los campos nevados más allá del pueblo. El fuego que ardía en su pecho parecía combatir la crudeza del invierno, pero también la mantenía inquieta.

La cabaña familiar ya no era un refugio; Mira apenas le dirigía la palabra, y los murmullos de los aldeanos pesaban sobre ella como una cadena invisible. Necesitaba escapar, aunque solo fuera por un momento.

Se detuvo al borde del bosque que cercaba Brasaalba. Los árboles se erguían como columnas negras, sus ramas desnudas agitándose contra el cielo. El aire olía a corteza fría y tierra congelada. Lyria cerró los ojos, dejando que el silencio la envolviera, pero entonces una sensación extraña recorrió su piel, como el roce de una sombra invisible.

—No deberías vagar sola por la noche, niña de las llamas.

La voz llegó suave pero firme, resonando en el aire gélido. Lyria abrió los ojos de golpe. A unos metros de distancia, una figura alta y encapuchada se destacaba contra la nieve. La capa del desconocido ondeaba con el viento, negra como la noche misma.

Lyria retrocedió, su mano instintivamente buscando el cuchillo que llevaba en el cinto.

—¿Quién eres? —preguntó, tratando de sonar desafiante, aunque su voz temblaba ligeramente.

El hombre inclinó la cabeza, dejando entrever un rostro anguloso, pálido, con ojos oscuros que brillaban como brasas apagadas.

—Un amigo, quizás —respondió, dando un paso hacia ella—. O tal vez solo un mensajero.
—¿Mensajero de qué?

El hombre sonrió, pero la expresión carecía de calidez.

—Del fuego que arde en tu interior.

Lyria sintió que el calor en su pecho se intensificaba, casi como si respondiera a las palabras del extraño.
—No sé de qué hablas —dijo, tratando de mantener la compostura.

—Oh, pero lo sabes —replicó él—. Lo has sentido toda tu vida, esa chispa que te hace diferente de los demás. El fuego no es un accidente, Lyria. Es tu legado.

La mención de su nombre hizo que su corazón se acelerara.

—¿Cómo sabes mi nombre?

—Sé muchas cosas sobre ti —respondió el hombre—. Porque tú eres una Antorcha, aunque aún no lo entiendas.

Lyria sintió que el mundo se tambaleaba bajo sus pies. Las historias de las Antorchas Eternas eran viejas leyendas, cuentos para entretener a los niños durante los inviernos interminables. Pero ahora, frente a este hombre que parecía materializado de esas mismas leyendas, las palabras de Gerrold resonaron en su mente: El fuego no es malo. Lo malo es no entenderlo.

—No creo en leyendas —dijo, aunque su voz carecía de convicción.

El hombre dejó escapar un suspiro casi teatral.

—No necesitas creer, Lyria. Solo despertar.

Antes de que pudiera responder, Kael —porque ese era su nombre, lo sintió como un susurro en su mente— dio un paso atrás, como si la niebla misma lo reclamara.

—Espera —dijo ella, dando un paso hacia él—. ¿Qué significa ser una Antorcha?

—Pronto lo descubrirás. Pero recuerda, el fuego ilumina... y consume.

Con esas palabras, Kael levantó una mano, dejando caer algo que brilló fugazmente antes de hundirse en la nieve. Luego, desapareció, como si el viento lo hubiera borrado del mundo

.
Lyria corrió hacia el lugar donde había estado, su respiración formando nubes blancas en el aire. Allí, medio enterrado en la nieve, encontró un medallón. Lo levantó con dedos temblorosos. Era pesado, de metal oscuro, y en su centro brillaba el símbolo de una llama estilizada.

El fuego en su pecho pareció responder al toque del medallón, enviando un calor reconfortante por todo su cuerpo.

—¿Qué significa esto...? —susurró, pero solo el viento respondió.

Lyria se quedó allí, sola bajo el cielo sin estrellas, con el medallón en la mano y la certeza de que su vida había cambiado para siempre. Las palabras de Kael seguían resonando en su mente: El fuego ilumina... y consume.

Mientras regresaba al pueblo, su mente se debatía entre el miedo y una creciente determinación. Había mucho que aún no comprendía, pero una cosa era clara: ya no podía ignorar el fuego que ardía dentro de ella.

El viento ululaba mientras Lyria atravesaba el bosque de regreso a Brasaalba, pero el frío no la tocaba. El medallón colgaba de su mano, su peso extraño y familiar al mismo tiempo. Cada tanto, la luz del símbolo de la llama centelleaba débilmente, como si respondiera al latido de su corazón.
La noche parecía viva, sus sombras pulsando entre los árboles. Lyria no podía apartar de su mente la figura de Kael y sus palabras inquietantes: Eres una Antorcha.

Al cruzar los límites del pueblo, las calles estaban desiertas, el silencio roto solo por el crujido de sus botas sobre la nieve petrificada. Las ventanas estaban cerradas y las chimeneas humeaban en busca de calor contra la helada implacable.

Cuando llegó al horno comunal, se detuvo. Las paredes ennegrecidas parecían respirar con el calor que aún permanecía en su interior, como si el fuego nunca quisiera apagarse del todo. Lyria entró, buscando refugio en el calor familiar.

El horno dormía, pero Lyria sabía cómo despertarlo. Con un movimiento automático, colocó leña en la cámara ennegrecida. Sus manos temblaban al acercarse al fuego casi extinto, y entonces sucedió.
Sin necesidad de chispa ni piedra, las llamas brotaron, vibrantes y hambrientas. El horno se iluminó de inmediato, y las sombras de las paredes parecieron bailar al ritmo del fuego. Lyria retrocedió, jadeando.
No es normal, pensó, con el medallón aún apretado en su mano.

Las palabras de Kael la asaltaron nuevamente. El fuego ilumina... y consume.

—¿Qué eres, realmente? —murmuró, observando la llama que había nacido de su propia voluntad.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.