Fuego en el corazón

Capítulo 3

Lady Isobel salió al jardín donde se celebraba el banquete de bodas con el firme propósito de finiquitar cualquier trato que su hermana hubiese tenido con ese hombre. Oteó entre los invitados en busca de una cabeza castaña; la única que no llevaba la clásica peluca ensortijada de los lores. Esperaba que la impresionante altura del «hombre de la espada» la ayudara con su propósito.

Sin embargo, no contaba con que lady Emily la viera a lo lejos y se acercara a ella. Que la perdonara su madre, pero en esos momentos no se sentía apta para sostener ninguna charla.

—Cariño, ¿cómo está tu hermana? —preguntó la condesa viuda en voz baja en cuanto llegó junto a ella, miraba de reojo a los invitados que estaban a su alrededor, vigilando que no escucharan su conversación.

—Todo está bien, madre —respondió sin prestarle mucha atención, su mirada seguía paseándose por el jardín, atenta a la gente que reía y disfrutaba del banquete.

Ni rastro de la chaqueta verde con brocado dorado.

«¿Se habrá retirado como le pedí?» se preguntó en sus adentros, esperanzada.

Lady Emily, ajena a los pensamientos de lady Isobel, se sintió un poco más tranquila. El desmayo de su hija menor la tenía muy preocupada y aunque habría preferido acompañarla en su habitación para asegurarse de que no corría peligro alguno, se quedó a atender a los asistentes junto a lady Bristol y la madre del duque, la duquesa viuda.

“La emoción”, había dictaminado la duquesa viuda sonriendo a los invitados, con la misma autoridad que si lo hubiera hecho su médico de cabecera.

—Oh, ahí viene —dicho eso, lady Emily se apresuró a ir al encuentro de la ahora duquesa de Grafton, que se dirigía a la mesa principal del brazo de su esposo.

Los nervios de lady Isobel se alteraron en cuanto la fornida silueta del hombre que buscaba atravesó el jardín en dirección a la mesa donde los duques acababan de sentarse. A pesar de la distancia, observó con claridad la manera en que la chaqueta se ajustaba a su espalda.

Decidida a evitar el inminente desastre, se recogió las faldas y caminó a prisa los metros que la separaban de la pareja. Llegó casi a la par que él, a tiempo para escuchar a su excelencia saludarlo con una familiaridad que la sorprendió.

—¡Dan, qué sorpresa! —Lord Grafton se levantó de su lugar de honor para recibir la felicitación de su antiguo amigo.

El mentado Dan sintió que le chirriaron los oídos al escuchar el apelativo; hacía años que nadie lo llamaba de ese modo y que lo ensartaran con su espada si iba a permitir que el duquecito lo hiciera.

—No se imagina cuánta, excelencia —contestó con una sonrisilla que le puso los vellos de punta a lady Isobel, quien se preguntó si serían imaginaciones suyas el dejo de burla con que el individuo pronunció “excelencia”—. Pero, por favor, llámeme Aidan, ese mote no lo uso desde que dejé los pantalones cortos —continuó él, sin perder la sonrisa.

Lord August le devolvió el gesto.

—Permíteme que te presente a mi esposa. —El duque tendió su mano a la aludida, en espera de que esta la tomara y se levantara—. Lady Amelie Grafton, mi duquesa —dijo con ella de pie a su lado, su rostro exhibía una orgullosa sonrisa y sus ojos tenían un brillo que daba fe de la emoción que el hecho le causaba.

—Excelencia. —Aidan tomó la mano que lady Amelie le ofreció y depositó un beso en los enguantados dedos de la dama; tal como el protocolo exigía.

Lady Isobel observó la escena con el aliento atorado en la garganta. Sentía el estómago apretado y que sus pulmones no alcanzaban a llenarse con cada inspiración. Inhaló despacio, en un intento por dominar la angustia que comenzaba a embargarla. ¿A qué estaba jugando ese hombre?

Los nervios de lady Isobel casi colapsaron ante la caída de pestañas con que su hermana obsequió al tal Aidan, como ahora sabía que se llamaba. ¿Es que acaso su hermana estaba loca? ¿Cómo se atrevía a coquetear con él en presencia de su esposo? ¿En qué momento se convirtió en una descocada sin moral?

—Querida, Aidan es un viejo amigo de la infancia —aclaró Lord Grafton para desconcierto del par de hermanas.

El hecho de que fueran conocidos ya era de por sí una contrariedad, pero el que fueran “amigos de la infancia” le daba un cariz de tragedia que lady Isobel no quería siquiera imaginar. Era fundamental que detuviera lo que sea que el hombre planeara con esta pantomima. Adelantó un paso para hacerse notar y así poder intervenir en la plática en caso de que esta tomara derroteros no aptos para los oídos del duque. No debía permitir, bajo ninguna circunstancia, que el amorío de lady Amelie con ese rufián traspasara las delicadas líneas que separan a un secreto del escándalo.

—Un placer. Nos habría encantado que nos acompañara en la ceremonia —comentó lady Grafton, sus ojos tenían un brillo lacrimógeno que cualquiera atribuiría a su reciente matrimonio.

“¿Por qué no llegaste antes e impediste que me casara?” fue lo que lady Isobel interpretó y casi podía asegurar que él entendió lo mismo. Se moría por meterse a la conversación, pero no podría hacerlo mientras no fuera presentada. Odió más que nunca esas reglas de etiqueta que le impedían hablar con un hombre al que no había sido debidamente presentada. Carraspeó un poco para atraer la atención de August —como lo llamaba en sus pensamientos—, sin embargo, fue Aidan quien se dirigió a ella.




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