Fuego en el corazón

Capítulo 5

«Desposaré a su hermana», las palabras de él rebotaron en sus pensamientos, aturdiéndola.

Aidan la soltó de pronto y ella se tambaleó, más por lo dicho por él que por la falta de apoyo.

—¿A Isobel? —preguntó la duquesa a media voz, sin poder creerlo.

—¿Tiene otra hermana acaso? —repuso burlón, volviéndose hacia el aguamanil para retomar su afeitado.

—Pero… pero… ¡Ella es monja! —susurró para sí, incrédula, su mirada clavada en el piso de tierra.

—Aún no toma los votos; tal como ella misma se encargó de aclararme.

Aidan se abstuvo de decirle que la congregación de sor María no estaba reconocida en suelo inglés como una orden religiosa, por lo que tal vez los votos no tuvieran el peso de la iglesia. Eso era cosa que a la arpía no le incumbía.

—¿Qué? —Levantó la cabeza para mirarlo a través del espejo.

Aidan estaba quitándose los restos de espuma con el agua de la palangana.

—Es hora de que se marche, lady Grafton. —Tomó su camisa y, mientras se quitaba el exceso de humedad con esta, espetó—: Podría comprometer su reputación —dicho esto salió de la cabaña.

Lady Amelie no se movió. Se sentía extraviada, como una barcaza que iba de aquí para allá, impelida por el viento.

¿Aidan iba casarse con Isobel? ¿Con la inocente e ingenua Isobel? No, de ninguna manera, no iba a permitirlo. No dejaría que le arrebatara a Aidan. Airada se dio la vuelta para salir del lugar cuanto antes.

Aidan, sentado bajo la sombra de un árbol a pocos metros de la cabaña, escuchó el golpe de la vieja puerta y supo que su indeseada visita acababa de irse. Ahora, con la cabeza fría y el cuerpo lejos del influjo sensual de lady Amelie, se dio cuenta de su torpeza.

—Imbécil —masculló entre dientes.

Más tardaría él en vestirse que la mujerzuela en ir a reclamarle a la hermana. Apresurado regresó a la cabaña, se puso ropas “decentes” y se fue, dispuesto a ganarle el brinco a lady Grafton para evitar que le echara a perder los planes.

                      

Lady Isobel estaba en la cocina, ayudando en la preparación de la comida cuando una de las hermanas le informó que Sor María requería su presencia. Extrañada se quitó el mandil que usaba para no ensuciarse el hábito, se lavó las manos y se puso lo más presentable posible. Uno no podía apersonarse frente a la rectora en malas trazas, así hubiera estado alimentando a los cerdos debía cuidar su apariencia.

Mientras caminaba por el pasillo que daba a la oficina de sor María, buscó en sus recuerdos algún motivo para la petición de la religiosa. En las semanas que llevaba ahí, solo la mandó a llamar una vez, cuando le entregó el mensaje de lord Grafton poco antes de la boda. Se preguntó si acaso hizo algo mal sin darse cuenta. Era muy diligente en las tareas que le tocaba realizar, nunca se quejaba y siempre estaba dispuesta a ayudar si se precisaba.

Rodeó un pilar y se encontró de frente con el pasillo que conducía a la habitación que fungía como oficina. En el camino se cruzó con un par de hermanas que la saludaron con un disimulado movimiento de la cabeza, correspondió el gesto con una pequeña sonrisa que enseguida borró de sus labios, el motivo del llamado de sor María seguía dándole vueltas en la cabeza.

Frunció el ceño.

No recordaba haber tenido ninguna desavenencia con ninguna hermana de la congregación, así que tampoco podía ser eso. La preocupación que sentía desde que le informaron que la rectora deseaba verla, se desvaneció un poco al no encontrar nada que pudiera ser digno de una amonestación.

A menos que…

El encuentro con el señor Aidan apareció en su memoria.

Ninguna mujer tenía permitido entrevistarse a solas con un hombre y una a punto de dedicarse al servicio del Señor mucho menos.

Tembló. Aunque no supo si por el recuerdo o las posibles consecuencias.

«¿Nos habrá visto alguien?», se preguntó en silencio, a punto de santiguarse, pero una voz que conocía muy bien le llegó nítida desde la oficina de sor María.

—Amelie —musitó.

¿Estaría Lord August también?

Ralentizó un poco sus pasos, dándose un tiempo para calmar los acelerados latidos de su necio corazón. La perspectiva de ver al dueño de estos, era suficiente para que su ritmo cardiaco se le desbocara. Su decepción no fue poca cuando llegó a la puerta abierta y solo vio a sor María tras su mesa y a lady Amelie sentada frente a ella en una de las sillas para visitas.

«Es mejor así», se consoló, tragándose la desilusión.

—Pasa, Isobel —la invitó sor María en cuanto la vio bajo el dintel—. Lady Grafton ha traído un generoso donativo para nuestros niños —informó la religiosa con una cálida sonrisa—. Lo único que pidió a cambio fue abrazar a su hermana, y, como comprenderás, sería una grave falta negarme.

Lady Isobel se acercó a lady Amelie, que acababa de levantarse, sin embargo, ella no percibió ningún deseo en su hermana de prodigarle muestra de afecto alguno. Por el contrario, avistó un deje de hostilidad en la mirada ambarina de ella.




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