Fuego en mis venas (radwulf #2)

Prólogo

El demacrado salón del trono carecía de la belleza de antaño. Aquellos diez años de abandono y sangre derramada, aún se aferraban a las paredes de piedra, las cortinas y alfombras carcomidas por el mismo frío del aire.

Ahí en medio, el príncipe Ambón -a minutos de ser coronado-, observaba el demacrado trono que un par de soldados terminaba de arrancar de su lugar, sintiendo la añoranza de los antiguos días en que acompañó a su padre. Pronto sería colocado un nuevo trono, nuevo y fuerte, alzándose hacia el cielo a casi cuarenta centímetros por sobre su gente. Los escasos doscientos habitantes aún de pie en la ciudad Real y el pueblo costero de Hishka, nada comparables a los diecinueve jóvenes sobrevivientes de Duhjía. El único gran poblado entre la gran montaña Quajk y la ciudad Real.

La devastación extendida desde las alturas de Quajk, azotó con fuerza todo el sector oriente de la isla, provocando el desplazamiento de gran parte de los sobrevivientes hacia el lado occidental del río Onode. Solo los valientes fieles a la corona, lograron mantenerse de pie entre aquel frío mortal y la persistente amenaza de aquellas criaturas monstruosas del abismo.

Era cuestión de tiempo para que Tarsinno lograse extender sus fuerzas hacia el resto de Radwulf...

Pero el joven general Clim, poderoso Bletsun de Fuego, guió a sus tropas con audacia por las congeladas tierras de Duhjía hacia Quajk, arremetiendo a las criaturas del abismo sin titubear, arrasando con su fuego toda la congelada tierra.

Y ahí, en las grandes puertas del salón, se hallaba Clim, de vuelta luego de largas semanas de ausencia.

El joven dio algunos pasos acercándose a Ambón, mientras que los soldados acarreaban los restos del antiguo trono fuera del salón, dejandoles solos. Ya a poco más de un metro del príncipe, Clim dobló una rodilla sobre el suelo y saludo.

—Majestad.

—Bienvenido a casa, General —asintió, observando con atención el desgaste en su joven mano derecha y la bolsa que traía en su mano.

—Mi señor, el traidor ha caído —dijo Clim, con la cabeza baja mientras dejaba la bolsa sobre el piso de piedra.

—Todo gracias a usted, general. Y a la bendición de nuestro gran Dios Déiw, por supuesto. —Frunciendo el ceño, Ambón dio la espalda a su general acercándose al lugar del trono—. Pero aún no descifró dónde habéis dejado a Amace de Quajk.

—Ruego me exima, majestad. La bruja de los hielos huyó antes de ingresar al castillo. —Se disculpó, frunciendo el ceño a la desgastada piedra a sus pies.

—Esta bien. Pero, general, debéis hallarla y traerla al palacio. —Volteando, Ambón espero a que Clim alzase la mirada para agregar—; Se debe llevar a cabo un juicio, como corresponde.

Clim se abstuvo de gruñir y replicar. En su lugar asintió y se excuso, para ir a refrescarse antes de la ceremonia.

Si se concentraba lo suficiente, podía sentir la presencia de la bruja en la distancia, efímera, pero seguro como estaba de su nombre, sabía que era ella. Y la encontraría, solo para acabar con la amenaza que suponía al reino.




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