Al atardecer paseaba por el salón principal con la ansiedad carcomiendo mi poca paciencia. Hasta que la sentí, más y más cerca por segundos, tan fría y reconfortante como nunca.
—Lyssa, Cyna. —Las llamé, sabiendo que me escucharían desde el pasillo en que paseaban nerviosas.
Lyssa se asomo con mala cara.
—¿Qué? —gruñó.
No tenía ni la menor idea de porque se mostraba tan molesta conmigo. Pero bueno.
—Macy llegará en unos quince o diez minutos. Deberían...
—Prepararle un baño y subir su cena. —Me cortó—. Conozco mi trabajo, General.
Sin darme tiempo a superar el desconcierto, salió llamando a Cyna y se dirigieron a la cocina. No entiendo cómo Lesson la soporta, pensé, dejándome caer en el sofá más cercano. El dolor del golpe reverberando en la condenada jaqueca.
Debería descansar en mi cama.
Los minutos avanzaron en un lento y tortuoso compás, hasta que la sentí ingresar a la ciudad. Solo entonces me puse de pie y salí por las puertas principales, deteniendome a medio camino hacia su encuentro. ¿Qué estás haciendo?, me gruñí, y di media vuelta regresando al Palacete.
Más que inquieto pasee por el vestíbulo, cerrando el puño derecho mientras buscaba inconscientemente mi ausente espada, fijando mi atención en los detalles de la decoración. Intentando pensar en cualquier cosa lejos de su presencia cada segundo más cerca. Lo que fuera, incluso el hecho de que aquel lugar fue en que nació y creció Hazel, eran pensamientos que creí podrían calmar mis ansias.
No fue hasta que la vi salir del pasillo que conecta con las caballerizas, caminando hacia donde me hallaba con ojos brillantes, las ropas arrugadas y empolvadas, y sus mejillas y nariz un tanto sonrojadas, que finalmente logré respirar.
La sonrisa en sus labios titubeó cuando nuestros ojos se encontraron.
—Bienvenidos. —Les dije a ella y sus guardias, Verhá y Alton.
—Gracias, General —dijeron ellos.
—Pueden retirarse. —Asentí, ordenandoles con una mirada que se fueran.
Ambos se encogieron de hombros con pequeñas sonrisas, pero a diferencia de Wills o Lesson, se limitaron a dar media vuelta y dirigirse a la cocina. Ella volteó y les vio marchar, para luego dirigirme un ceño fruncido que casi me hace reír. Apenas logré contener el alivio de verla y su repentina actitud, no ayudó a ocultar mi sonrisa.
—¿Qué? —preguntó luego de un extraño minuto.
—Nada —respondí rápidamente, y recurrí a lo primero que cruzó mi mente como escudo a la incomodidad—. Ve a tus habitaciones, las chicas están preparando tu baño.
—Pero... —murmuró.
—Ve. Luego hablamos —dije, y dando por terminada la breve plática, me dirigí a la cocina para preguntar a sus guardias sobre el viaje.
Sentí la mirada de Macy sobre mi hasta que ingrese al pasillo, provocándome escalofríos. Antes de llegar a las puertas que conducen a la cocina, Lesson y Wills ingresaron desde los establos.
—¿Qué tal les fue? —Les pregunté, deteniéndome a medio pasillo.
—Bienbien —dijo Wills, tan sonriente como siempre—. Macy disfrutó su tiempo con la señora Camelh y el señor Gullner...
—¿Macy? —gruñí, no logrando ignorar la molesta familiaridad que el idiota se refería a la Virreina.
—No empieces con tus celos, Clim. Estamos cansados. —Intervino Lesson, con un tono cortante demasiado similar a Lyssa.
Antes de poder replicarle, Lyssa salió de la cocina topándose con nosotros. Durante largos segundos se balanceo sobre sus pies, provocando el tintinear del puñado de pequeños frascos sobre la bandeja en sus manos.
—Están en el camino —gruñó finalmente.
Lesson y Wills dieron un paso atrás, y les imite de mala gana mordiendo mi lengua. Ella continuó su camino, pero no sin antes alzar su rostro y besar una mejilla de Lesson, como si nada. El sonrojo que cubrió el rostro del pobre imbécil, alivió un poco la molestia por la que casi me dejo llevar.
Relajate idiota, Macy ya está aquí, me repetí varias veces antes de romper el silencio.
—Como sea, reportense más tarde.
Sin darles tiempo a más réplicas, di media vuelta y seguí a Lyssa hasta las escaleras.
—Lyssa. —Le llame, cuando iba a medio camino.
Giro el rostro en mi dirección, con un ceño fruncido al que decidí no prestar atención. Había tomado la decisión horas atrás, y ella no me haría titubear.
—¿Qué necesita, General? —inquirió con tono cortante.
—¿Podrías, por favor, conseguirme las medidas de la coronilla de Macy? —Le pedí, utilizando aquel tono que Haz suele llamar "agradable" con una sonrisa traviesa.
—¿Las medidas de la coronilla de Macy? —repitió lentamente, con los ojos entrecerrados sobre mi.