Fuego en mis venas (radwulf #2)

Capítulo XXXIX

Durante el atardecer del tercer día, después de estar inconsciente más de cuarenta horas, Amace finalmente abrió los ojos. Me fue informado a boca de Wills, quien abrió las puertas de mi oficina de golpe esbozando una sonrisa. Por un momento me pareció verle agitar una cola, esperando mi reacción sin perder la alegría.

—Bien —dije con sequedad, cosa que por breves segundos menguó su alegría.

—Oh, vamos mi General. Sé que le alegra la noticia —berreo, recuperando la sonrisa antes de agregar un—; quizá ver su rostro le quite el mal humor...

Cogí la pequeña figura de mármol que reposaba sobre el escritorio e hice ademan de arrojarcelo a la cabeza. El muy idiota ni siquiera se inmuto, comenzando a reír mientras retrocedía hacia las puertas con pequeños pasos, provocándome. Le maldije por lo bajo.

Parecía tan simple... dejarme engullir por los sentimientos hacia Macy.

Trate de volver a los documentos apilados sobre el escritorio, descartando las ansias de ir y comprobarla con mis propios ojos. El tiempo avanzó lento, demasiado lento, hasta que la sentí. Su frío tanteo a mi alrededor, apretando el nudo en mi garganta. Devolví el gesto cerrando los ojos.

Podría jurar que escuche un lejano “gracias” antes de sentirla alejarse y volver a su letargo anterior.


 


 

***


 


 

Con los ojos irritados y un dolor de cabeza, deje el comedor principal del Palacete. No había pensado, claramente, antes de ingresar en la misma habitación que Tyrone de Zufhwyth. Pero la presencia de Lesson, Lord Caylen y Lady Alice, fue un ineludible aliciente a quedarme.

Que error fue.

Quería golpear algo, quería gritar, llorar... y aun así, me limite a golpear las puertas y esperar en el pasillo.

Lyssa abrió y me dejo pasar.

—Está durmiendo —dijo, cerrando las puertas tras de mi—. Deberíamos llamar a un sanador...

—No. Sólo necesita tiempo para descansar. —Le corté, dejando salir algo de mi enfado. Pero me calme al ver la preocupación en sus ojos—. Lyssa, un sanador no comprenderá a que se debe su estado. Probablemente nos “recomiende” mantenerla despierta mientras consulta sus síntomas con sus colegas, cosa que sólo empeorara su estado. Lo único que podemos hacer es velar porque coma, beba y descanse lo que su cuerpo pida.

—Pero, ¿y si no vuelve a despertar?... —murmuró.

Suspiré, viendo hacia las puertas cerradas de la alcoba. Esa posibilidad me aterraba.

—Despertará. —Sentencié, pidiendo a Deiw Dyheu un poco de su benevolencia.

—Los dioses le oigan.

Abrí las puertas, deteniéndome en el umbral para darle un vistazo antes de ingresar. Su nula molestia era tan desconcertante como reconfortante. Me acerque al lecho, mientras ella permanecía en el salón, y vi el rostro de Macy bajo luz de las velas. El cálido brillo bailaba sobre cada ángulo, sus pestañas acentuando las sombras bajo sus ojos... y las curvas de sus labios llamaron mi atención...

¡Ey!

Aparté de la mirada viendo hacia las puertas. Lyssa seguía ahí, pero viendo hacia fuera con los brazos cruzados. No pude dilucidar si notó mis impuros deseos.

Suspirando, disminuí la intensidad del fuego y me incliné para acariciar su frente. Sin fiebre ni sudor, respiración constante y tan fría como le es natural. Deseaba verle despierta.

Ya la veré mañana.

Otra mirada a Lyssa, y cedí al impulso de besar su frente. Rápidamente me aleje y pase junto a Lyssa, haciéndome el desentendido ante la curiosa mirada que me dirigió.

—Buenas noches, Lyssa —dije, apresurando mis pasos hacia mi habitación provisional.

Esa noche fue incomoda. Di vueltas por el lecho, obligándome a mantener los ojos cerrados, el cuerpo inerte y la mente despejada. Aunque comprobaba la presencia de Macy cada tanto, lo hacia sin pensar. Quizá impulsado por algo más que la preocupación.

Por los siguientes dos días, me sumergí en los deberes, visitándola ocasionalmente. Para mi mala fortuna, no la encontré despierta hasta la tarde del segundo día.

Golpee ligeramente las puertas e ingrese sin esperar.

—Macy. —Le llame mientras me acercaba al lecho.

—¿Qué? —murmuró adormilada, e intento sentarse.

Cayo devuelta al colchón, incapaz de soportar su propio peso con los brazos. Apenas contuve la risa que me provoco semejante escena. A pesar de la penumbra, su cabello revuelto y las arrugadas mantas a su alrededor, le conferían un aire infantil.

Cliiiiim, no seas malo...

—No te esfuerces demasiado. —Le dije, sacudiéndome los recuerdos—. Poco a poco.

—Poco a poco —asintió, mirándome con una sonrisa.

Trague el nudo en mi garganta y casi por costumbre, extendí mi mano y acaricie su cabello.

—Boba —murmuré.

—Agh, no me trates como una niña —berreo, y sostuvo mi inquieta mano entre las suyas.

Suspiré y tome asiento a su lado, sobre el lecho. Sus delgadas y frágiles manos apretaron la mía, y sus ojos, aunque somnolientos, no dejaron los míos.

—Primero comportate como adulta —dije, provocando que frunciera el ceño y soltase mi mano de golpe.

Enfurruñada, cruzo los brazos y aparto la mirada.

—No tenían porque delatarme —refunfuñó.

Todavía sonriendo, volví a colocar mi mano sobre su cabeza, acariciándola por un largo minuto hasta que suspiró, y la sostuvo entre las suyas una vez más.

—¿En verdad debo comer con tan poco sazón? —inquirió.

Suspire e imite su tono.

—¿En verdad no puedes soportarlo ni un día más?

Entrecerró los ojos como queriendo golpearme, pero en su lugar apretó mis dedos con toda su fuerza. Su frío se filtro por mi brazo, escalando hasta mi hombro, donde la detuve.

—Macy —gruñí, forzando mi calor contra su frío.

—No seas malo —replicó.

Soltó mi mano, suspiró y reacomodo las mantas. Me contuve de volver a palmear su cabeza.




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