Fuego en mis venas (radwulf #2)

Capítulo XLIX

Decidí ceder a la petición de Macy, y disminuir los guardias a los tres primeros, e incluir a Guim y Mirt, quienes insistieron en que tres guardias no eran suficientes. Bastaba con leer sus informes para comprobar que se habían encariñado con ella.

¿Debería sentirme celoso?

Una parte de mí se alegraba de que, aun después de todo lo ocurrido, otras personas pudiesen verla como la joven dama que es; capaz, abnegada, gentil... pero me sentía angustiado. En medio de la monotonía de nuestros respectivos deberes, ella se mostraba distante conmigo, incluso en sus sonrisas. Mientras tanto, se encontraba con Tyrone.

Sabiendo que no tenía derecho a enfadarme por ello, intente mantener las distancias que ella obcecadamente me impuso.

Ya no me necesita...

Intentaba no pensar en ello mientras la nieve quedaba atrás, y el calor golpeaba medio Radwulf.

—Mi General —Me llamó Gale desde las puertas—, por favor, ¿podría bajar la temperatura?

A regañadientes, disminuí la temperatura de la oficina y sus alrededores. Los quejidos agradecidos desde el pasillo, acompañaron la expresión aliviada de Gale, quien finalmente se acercó al escritorio y dejó una pequeña caja llena de cartas.

—Gracias —suspiró—. Aquí le dejo las invitaciones que llegaron esta mañana.

Asentí, continuando con mi trabajo durante un largo y silencioso minuto antes de notar su ceño fruncido.

—¿Qué sucede? —Le pregunté.

—Hum... pues, ¿no sería mejor que participe en los eventos sociales...?

—Gale —gruñí—, estoy ocupado. No tengo tiempo para estupideces.

—Pero su majestad dijo que debe socializar con los nobles —insistió, golpeándome con los hechos—, incluso con Lord Tyrone. Que no le agrade la nobleza, no quiere decir que convierta a todos los nobles en sus enemigos.

—Yo no...

—Lo sé, lo sé. Pero al menos piénselo. Si el día de mañana dejase el cargo de General, seguiría siendo un miembro de la nobleza y un amigo cercano de sus majestades. Las propuestas de matrimonio comenzarán a llegar en cuanto se estabilice la economía... o al menos eso dice Lady Maica.

—¡¿Matrimonio?!

—¿Por qué se sorprende? Es joven, poderoso y sobre todo, muy apuesto. Las damas nobles ya hablan sobre quién será la afortunada...

—¡Deja de decir idioteces! —Le interrumpí, tentado de lanzarle el tintero a la nariz—. ¡Mejor concéntrate en el trabajo antes de que te despida!

Malditos rumores...

—Ya, ya. Como ordene, mi General.

Él se marchó desestimando la amenaza, mientras me reclinaba en la silla, gimiendo internamente mi desdicha. El año casi acababa y todavía quedaba mucho por hacer para regresar a "la normalidad". La reconstrucción de Duhjía y Quajk, sus ciudades, pueblos y villas. Debíamos regresar el cauce de los ríos Seisho y Gakï a sus límites anteriores, o por lo menos redirigirlos de modo que no sean un peligro para las tierras bajas. Encima de todo, su majestad Ambon continuaba dependiendo en gran medida del tesoro real, por lo que reanudar la extracción y exportación de minerales de las minas debía ser prioridad...

Cerré los ojos intentando hallar calma en mis fuerzas, en la cálida magia con que había nacido y que me permitía disfrutar del caluroso día. A diferencia del resto de Radwulf.

Ugh, quiero renunciar.

Abandoné la oficina pensando en ir a entrenar por un par de horas, pero... las puertas que se cerraron tras de Tyrone, eran las que llevaban a las habitaciones de Macy.

—Espere, General —gimotearon los guardias detrás de mí, mientras daba pesados pasos hacia él.

La furia encendiendo mi sangre, incrementó al verle sonreír y dar media vuelta alejándose. Una sonrisa "triunfal".

Maldiciendo, alcancé las puertas y las abrí de golpe. Recorrí con la mirada cada rincón de la sala, pero solo pude ver a Macy sentada en el sofá. Ni Lyssa, ni Cyna estaban presentes como se les había ordenado.

¡Estaban a solas!

—¿Por qué estabas a solas con ese imbécil? —le gruñí, intentando mantener el esquivo control.

—Sólo fue un momento, Clim. ¿Puedes calmarte? —dijo, con las mejillas rojas y el ceño fruncido.

—Condenado abismo —murmuré, acercándome a ella con ganas de zarandearla.

Me obligué a parar y busqué, quizá con demasiada desesperación, una distracción en los rincones de la habitación. Una excusa que aliviase la frustración, por favor.

—Clim. —Regrese mi mirada a sus ojos y dijo con un irritante tono tranquilo—; entiendo que no te agrada Tyrone, pero es de mi entera confianza. No hay nada de malo en que estemos a solas unos minutos...

—¡¿Cómo que no hay nada de malo?! —grité.

—Solo platicamos. Nada inapropiado ocurrió en esos cinco minutos...

La furia empujo coloridas maldiciones a través de mi garganta,

—¿Se puede saber de qué iba la platica para necesitar tanta privacidad? —pregunté lentamente.

Sus ojos se abrieron con sorpresa, y tardó varios largos y tensos segundos en soltar un:

—No es de tu incumbencia.

No le creí ni por un segundo. Sabía que de alguna forma yo estaba implicado en su "amistosa plática" con ese idiota. La sonrisa que me había dirigido Tyrone en el pasillo y la evidente tensión en su menudo cuerpo, que se removía bajo mi mirada, ¡me lo decía a gritos!

¿Cómo puedo averiguar de qué le hablo?

¿Fue sobre mis días en las catacumbas...?

—Clim...

Sus palabras fueron ahogadas por la alarma que había implementado Noemia. Un replicar de campanas que se mezclaba con el viento, recorriendo cada rincón del Palacio. Sólo una vez le había escuchado sonar, cuando Noemia probó su efectividad meses atrás, y significaba que alguien había intentado traspasar la barrera mágica que resguarda el Oscuro libro del Caos.

Di un vistazo al cielo raso sintiendo como la preocupación desplazaba mi enfado... por completo.




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