Fuego en mis venas (radwulf #2)

Capítulo XLXI

Regrese al Palacete con la culpa enredando mis pensamientos. No sabía cómo arreglarlo, si es que era posible, ni podía imaginar otro escenario que no incluyese el eterno odio de Amace de Quajk hacia Clim de Kuejt.

—Soy patético —dije al viento.

—¿Eh? ¿Por qué dice eso? —preguntó Gale tras de mí.

A pocos pasos detrás de él, venía Wills.

—¿Y ahora qué hizo? —Me preguntó el susodicho, con el ceño fruncido.

—¿Por qué le preguntas eso? —intervino Gale.

—¿Me vas a decir que no notas las miradas de ese par?

Wills señaló a Verha y Alton, quienes nos miraban varios metros más allá, desde las puertas que daban a las habitaciones de Macy. Bueno, más bien tenían sus molestas miradas clavadas en mi. No podía culparlos, ni quejarme.

—Oh. ¿Y ahora qué hizo? —preguntó nuevamente Gale, adoptando la postura de Wills.

Les ignoré, sopesando durante un minuto mi auto desprecio y las opciones frente a mi.

Estoy enterrado bajo una enorme pila de...

—No les incumbe —respondí al fin, y fui a mi oficina.

 

 

 

***

 

 

 

Fui incapaz de concentrarme en el trabajo, ni siquiera tuve fuerzas para caminar más allá del pasillo. Quizá fuese mi imaginación, pero sentía que todos me miraban con merecida hostilidad. Desde Gale hasta Lesson, quien fue a cuestionarme porque Macy no recibía a nadie, hasta Hazel, quien se había escapado de sus doncellas cuando escucho que la virreina no había sido vista a la hora de la comida. Incluso Noemia me había enviado una nota preguntando si necesitaba ser golpeado.

Me sentí tentado a responder con un "si".

—No ha comido —Me recordó Gale.

Podía sentir su mirada erosionando mi rostro mientras ignoraba sus palabras, una vez más. Su frustración, era incapaz de atravesar mi culpa, dolor, tristeza y preocupación.

¿Cómo puedo remediar mi error?

La noche cayó sobre Radwulf, y no hallé respuesta. El tic-tac del reloj en la pared, fue socavando la fuerza de voluntad que me mantenía sentado, observando la carta a medio leer sobre mi escritorio.

Ella debe estar durmiendo, pensé.

Me percate del inconsciente movimiento de mi pie, y lo detuve, cerrando los ojos con una sarta de maldiciones danzando sobre mi lengua. Y me obligue a salir de ahí e ir a mi dormitorio. Pero las paredes se cernieron sobre mí antes de poder atravesar el umbral, y el aire dentro de mis pulmones se sentía áspero y pesado...

Me asomé al pequeño balcón intentando engañarme con la idea de que ese aire, tan fresco, sería diferente al del interior.

Quizá ese fue mi segundo error.

Extendí mi magia, tanteando mis alrededores. Dos personas a pocos metros, dentro de la sala de Macy. Sus guardias, sin duda. Caminando abajo y por los pasillos, otros tantos soldados... y ella en su habitación, sobre su lecho.

¿Puede dormir?

—¿Qué se supone que debo hacer? —pregunté al aire.

Estoy perdido. ¿Qué habría hecho mi padre?

Tras ese pensamiento, recordé esa vez en que mi padre trajo a casa la tarta de arándanos favorita de mamá, como disculpa después de una discusión. Una tonta discusión que quedó en el olvido cuando se disculpó y consiguió que ella sonriera.

Macy estuvo ahí, y recuerdo claramente la gran sonrisa con que miraba a mis padres.

Deseaba tanto un futuro como ese a su lado...

Di un vistazo hacia su balcón. La cornisa que unía ambos era lo suficientemente ancha como para llevar a cabo la idea que cruzó mi mente, y que no me permití replantear.

Trepe la baranda y cruce sobre la cornisa y hacia el siguiente balcón, asomándome brevemente por el ventanal antes de continuar hacia la ventana que daba hacia la alcoba de ella. Para mi fortuna, Alton y Verha parecían estar inmersos en una platica, por lo cual no me notaron. O eso esperaba, mientras me deslizaba hacia el ventanal que daba a su alcoba y me colaba dentro.

Ella se apresuraba a las puertas, pero conseguí atraparla antes de que alertase a sus guardias. La envolví con mis brazos y cubrí su boca desde atrás.

—No grites —le pedí... le rogué, sintiendo que la desesperación se me escurría entre los dedos.

Ella se mantuvo quieta, y alcé su cuerpo hasta dejarla sentada sobre su lecho.

—Lo siento —murmuré apartando mi mano de sus labios, tanto por haber invadido su alcoba, como por sujetarla y cubrir su boca, como por... todo.

Le he hecho demasiado daño.

Ella evitó mi mirada observando su regazo. Solo nos iluminaba la tenue luz de luna que ingresaba por la ventana, pero su herida figura era completamente visible para mi. Era demasiado consciente de cada aliento que tomaba, de cada temblor que recorría su cuerpo, cada movimiento de su garganta y boca...

No me arrepiento de besarla.

Ese pensamiento me puso de rodillas y, con deseos de llorar, sostuve su barbilla y alce su rostro, obligándole a verme a los ojos. Las disculpas y excusas danzaron sobre mi lengua, no obstante, la tristeza en sus claros ojos mantuvieron cada palabra lejos de sus oídos, mientras un impulso inapropiado hizo a un lado la razón.

Y la bese.

Acaricie sus labios con los míos, abriéndolos a mi intrusión. Mi corazón latía desenfrenado mientras me embriagaba con su sabor, con la frescura de su tacto y el profundo amor que nunca había muerto en mi alma.

Querida Sismerhry...

Sus pequeños y dulces gimoteos me tentaban a ir más lejos, más y más profundo... y entonces ella me apartó.

Las manos que hasta un segundo atrás se aferraban a mi camisa con desespero, me empujaron dejándome sentado sobre la alfombra. Abrumado, tan sólo le vi apartarse, deslizándose por la cama hasta el otro lado. Lejos de mi.




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