Fuego en mis venas (radwulf #2)

Capítulo IV

El hielo que aún se mantenía en gran parte de la montaña, provenía de un sólo lugar.

Cerrando los ojos sobre Sath, mi corcel, deje que mi fuerza se conectara con la suya una última vez. Se hallaba a eso de un kilómetro. Abriendo los ojos, espolee a Sath y nos apresuramos a través de la nieve. Azotando el frío del aire con mi fuerza, nos abrimos camino hacia una alejada cabaña.

Deteniéndonos a pocos metros, desmonte con mi corazón palpitando fuertemente y la vocesita entonando una maldita frase que erizaba mis cabellos.

La encontré.

—Según los registros, aquí vive Gullner y su esposa. Un antiguo oficial de Duhjía. —Me informó Lesson, dándome alcance antes de llegar a la puerta.

Golpee la puerta por puro respeto a un oficial retirado, y esperé. La encontré... Un hombre bien entrado en años, abrió la puerta mostrándose sorprendido.

—¿En que les podemos ayudar, general? —preguntó. A lo que estuve muy cerca de gritar.

—Ella está aquí —dije sin más, sintiendo mis músculos más tensos de lo que me hubiese gustado.

—¿Mi esposa, señor? ¿Eso no es obvio? —Sonrió Gullner, ganándose que le mirase con ojos entrecerrados.

—¡No trate de mentirme! ¡La puedo sentir! —Le grite finalmente. Entre haciéndolo a un lado con brusquedad.

—General, no sé de qué... —Me siguió.

—Será mejor que piense bien en lo que hace, señor Gullner. Ayudar a un criminal es un acto castigado como traición. —Le recordé, tratando de que comprendiera mi poca paciencia.

—Querido... —gimoteo su mujer, acercándose con pasos titubeantes mientras estrujaba su delantal.

Gullner trato de calmarla con suaves palabras, mientras yo veía las pequeñas habitaciones y sentía... la sentía tan cerca.

—General...

—¡Silencio! —Silencie a Gullner, fijando mi mirada en el suelo cerca de la mesa, tratando de ignorar las punzadas de dolor que martilleaban mi cabeza—. ¡Aquí!

Una trampilla oculta bajo una raída alfombra, llevaba a una bodega subterránea.

—¿Con que pretendían engañarnos? —dijo Wills con humor.

Baje cada peldaño de las escaleras, aspirando el frío del aire con lentitud. Algo se agitaba en mi pecho, y no era mi corazón o mi estomago, ni siquiera la contracción de mis pulmones en cada aliento desesperado. Era algo... extraño, familiar pero sobretodo muy perturbador.

Tras un par de cajas con patatas, ahí estaba. Apenas a dos metros de mi.

—¡Te tengo! —Me lance hacia ella, sosteniendo una de sus manos mientras la jalaba lejos de las cajas.

—¡Augh!

La frescura de su carne, aun cubierta por una gruesa tela, provocó un fuerte azote en la boca de mi estómago. Sin embargo, mantuve mi rostro impasible. Como había aprendido a hacerlo hace tanto.

—¿Creías que poder escapar, bruja? —Le gruñí, dejando que mi mirada vagara sobre su rostro. Un rostro que en mis recuerdos comenzaba a tomar consistencia.

La encontré...

Dejando que mi mente racional y molesta tomara el control, la jale hacia las escaleras arrastrándola tras de mí, y hacia arriba.

—¡Oh, dioses! —Comenzó a gritar la señora de Gullner—. ¡General! ¡General, déjele por favor! ¡Ella no ha hecho nada...!

—¡Calla a tu mujer, Gullner! —grité al hombre, sintiendo la insistencia de las punzadas en mi cabeza.

La presencia de Amace expelía frío a grandes ráfagas, apenas contenidas. Como si no pudiese... como si no pudiese controlarse. Así que azote con mi fuerza hacia ella y nuestro alrededor, tratando de ignorar el inmediato pensamiento; ¿cómo logro no congelar a aquellas personas?

—¿Esta es la gran bruja de Tarsinno? —rió Row, ignorando la mirada que le lance—. ¡Tiene que ser una broma!

—¡Silencio! —rugí.

Ansioso de encontrar algo de silencio para pensar, para poner en orden toda la gama de sensaciones que su sola cercanía provocó. Y el dolor. ¿Por qué me duele la cabeza?

Un último jalón, y estábamos junto a un inquieto Sath. Su cabeza marrón se inclinó hacia mí, como preguntando a qué iba todo el ajetreo. Más me limité a coger las cadenas y colocarlas en las frías muñecas de Amace.

Ni siquiera ha intentado defenderse...

—¿Clim? —susurró, con algo más que miedo en su suave voz.

Maldiciendo mentalmente, gruñí sin verle a la cara. La sensación perturbadora se volvía más y más irritante a segundos.

Me aleje hacia los soldados y ordené que montaran ya. No perderíamos más tiempo. Dejando dos hombres atrás vigilando a Gullner, volví mis pasos hacia Sath y ella. Lesson se inclinaba hacia ella, montado en su corcel.




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