Fuego en mis venas (radwulf #2)

Capítulo VIII

Sentir sus fuerzas agitándose, puso en alerta todos mis sentidos. Algo ocurría con Amace, y la urgencia de correr a socorrerla me envolvió, apenas dejándome respirar con un estremecimiento recorriendo mi cuerpo.

Maldiciendo por lo bajo, me deje caer en la escuálida silla del escritorio. La mirada cuestionadora de Lesson me enervaba, pero él no tenía culpa alguna del extraño actuar de mis sentidos. La posible culpable en realidad tampoco podía cargar con ello... y mi cabeza ¡Dioses!

—Está inquieta —murmuré reticente.

Tardó un momento en aparecer en sus claros ojos la comprensión, y algo más que molestia que la tiñó rápidamente.

—¿No piensas ir a verla? —Su pregunta sólo provocó un gruñido en mi pecho.

—¿No basta con que la mantenga controlada?

Lamentablemente, mi voz sonó más altanera de lo que pretendía, encendiendo el propio disgusto de Lesson. Algo atípico de ver.

—¡No puedo creerlo, Clim! ¡Ma... Lady Amace no tiene culpa en lo ocurrido! ¡¿Cuándo piensas que es apropiado disculparse?!

—Te estás fastidiando por nada —espeté, recargando mi barbilla en una mano, tratando de comprenderlo. En realidad traté.

—¡Por todos los Dioses! —gruñó, volviendo a su mirada asesina mientras se inclinaba en el escritorio, más cerca de mi.

Abrí la boca para soltar alguna palabrería nada agradable, cuando escuche algunos golpes en la puerta.

Maldiciendo por lo bajo, vi como Lesson suspiraba y se alejaba hacia la puerta sin esperar mi orden. Al abrirla, la oscura figura de Noemia ingreso como un torbellino. Su mirada tan o más cargada de irritación que Lesson, no auguraba algo bueno.

—Quiero a todos tus hombres reunidos en el atrio —gruñó, cruzándose de brazos.

Durante un largo minuto la observe, cuestionándome si valía la pena negarme a su orden/petición. Obviamente no vendría a mi sin consultarlo con Ambón, sin embargo, dudaba de sus razones para recurrir ella misma a mi. Bien es conocido que no somos muy cercanos.

—¿A qué se debería? —pregunté finalmente. Me abstuve de gruñir cuando soltó un suspiro exasperado.

—Necesito hablarle a tus soldados y eso es todo lo que debes saber. —No me convencía ni su tono, ni su actitud para pedir algo de tal envergadura.

—Sabes que no todos los soldados asistirán, ¿verdad? —Por el bordillo de mi mirada vi a Lesson tratando inútilmente de no reír.

—Todos los que puedas, será.

Reprimiendo maldiciones y replicas nada agradables, asentí.

—Lesson, encárgate. —Fue toda mi orden.

Y así, sin más, ambos se retiraron de mi habitación. El dolor de cabeza aumento con un tirón de la energía de Amace. Poniéndome de pie, planeaba llamar a una doncella por algo de comer, cuando volví a escuchar golpes en la puerta.

Inhale con fuerza, buscando algo de calma.

Cálmate... no puedes explotar por nada.

—Adelante. —Volví asentarme, viendo como dos soldados abrían las puertas y el mismísimo rey entraba a la habitación.

¡Dioses!

De pie con un salto, salude a Ambón con una leve reverencia.

—Majestad.

—¿Mala noche, General? —La sonrisa tirando de sus labios, no hacía nada por calmar mis revueltas sensaciones.

—Algo —murmuré. Con un gesto de su mano, Ambón despacho a los soldados—. Noemia ya...

—No es por eso que estoy aquí. —Me cortó. De pronto, su mirada cambio tiñéndose de preocupación.

—Claro, siéntese...

—No es necesario. Necesitamos aclarar este asunto con Lady Amace. —Mi estómago se agito en protesta.

—¿Este asunto?

Su lugar en el reino, General —aclaró escuetamente, mientras su mirada vagaba por las paredes, demostrando un cansancio desconocido—. Los nobles están preocupados por la situación.

Asentí, incapaz de dar alguna seguridad en cuanto a esas dudas que la sola presencia de Amace provocaba.

—Si me permite unos minutos. —Me disculpe, dirigiéndome a la puerta de la alcoba.

Ambón asintió, y me apresure en cambiarme y refrescarme, antes de lo que seguramente sería una conversación nada agradable.

Llamamos a la puerta de las habitaciones de Amace. Una doncella se asomó y nos dejó ingresar con evidente nerviosismo.

—Lady Amace se encuentra descansando, majestad. —Se excusó la muchacha, no mayor de quince años.

El Rey asintió, sin señales de molestia. Una sonrisa gentil fue todo lo que necesito.

—Me temo que es importante. —La muchacha se apresuró a intentar disuadirlo—. Vaya con cuidado, a Lady Amace no le molestara nuestra visita. Será breve. —Señalando las puertas, Ambón mantuvo su apacible exterior con maestría.




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