—Seré muy directo —comenzó Ambón—. Sería muy sencillo para mi dejar que permanezca bajo mi cuidado en Palacio, pero Clim no está dispuesto a dejar sus deberes como General por mucho tiempo.
Una nueva punzada arremetió contra mi pecho, pero no aparté la mirada de ella, aun cuando la suya estaba puesta en el Rey.
—Así que haremos lo siguiente... —continuó él—; comenzará a entrenar tanto su poder como su cuerpo, y me servirá tal y como lo hacen Noemia y Clim.
Me contuve de maldecir en voz alta.
—Es una locura —gruñí en su lugar.
—Es lo mejor... —dijo Ambón, observándome de reojo—, para todos.
Su descolorida mirada azul, bajo hacia sus manos cerradas en firmes puños teñidos de rosa. Un arrepentimiento por mis palabras y acciones, subió por mi garganta en una marea ácida. Y su delicada cabeza se agitó asintiendo.
—Bien. Una vez se sienta mejor podrá comenzar —concordó Ambón.
Me costaba creer que pudiese mantenerse indiferente a la frágil figura frente a él.
Soy un maldito...
—Descanse, Lady Amace —Se despidió su majestad, recibiendo una leve inclinación.
Su mirada permaneció baja.
Con un último apacible vistazo en mi dirección, el Rey se retiró de la sala de Amace.
Sentí el resurgir del impulso de protegerla con demasiada fuerza. Tomó todo de mi no abalanzarme hacia ella y ayudarla a ponerse de pie, envolverla en mi calor y pedirle... ¿pedir perdón?
Las puertas se cerraron tras ella.
No pude apartar la mirada por lo que me pareció una eternidad. Sabía que tenía que salir de esa sala y mantener distancia, pero el murmullo se tornaba ensordecedor a segundos.
Debo ir con ella...
Me necesita...
Sacudí la cabeza, negándome a mí mismo continuar con el calor que inevitablemente expelía. Desee por un momento haber logrado odiarla, haber conseguido una distancia que fuese resistente y ninguna emoción desbaratara mi mundo. Estaba furioso... pero conmigo.
Y aun cuando luche contra mi mismo, de igual modo ingrese a su alcoba. Rápidamente la ubique en medio de su cama, recostada entre las mantas con sus ojos cerrados y la respiración lenta. Envié un gracias a nadie en particular, tan solo agradecido de que ya se encontraba dormida. No existía una explicación sensata en mi mente para mi presencia.
Su cabello desparramado por un lado de su cuello, sus finas facciones relajadas. A simple vista parecía una sencilla dama sin problemas ni bendición, completamente en paz consigo.
No me percate de en qué momento me acerque hacia ella, pocos centímetros a su lado. Sus manos relajadas flexionadas sobre su pecho, tan blancas y delicadas, me llevaron a recordarla... solo un recuerdo que se volvió claro como el agua. Ella, durmiendo en una pequeña cama, con su fino ser enredado en las mantas. Aquella vez la desperté con la mañana apenas asomándose en el horizonte.
—Un nuevo día, Macy. Anda, levántate antes que despierten tus padres —canturree junto a su oído.
—Es muy temprano... —gimoteo, girando entre las mantas quedando aún más enredada.
—Macy... —insistí, comenzando a sacudirla—. Anda, o no nos dejarán ir al bosque.
—Ya-ya. —Se sentó rápidamente, pestañeando somnolienta.
La calidez habitual en mí se intensificó sin razón aparente, y trate de no reírme del desastre en que su cabello se había convertido.
—Tu cabello. —Le indique, sujetando mi estómago por el dolor de silenciar mi risa.
Frunciendo el ceño, alzó sus manitas exaltada y comenzó a palpar su cabeza.
—¡Basta! —gruñó—. ¡No te rías, Clim!
Tragué con dificultad, decidiendome a guardar las sensaciones y recuerdos para analizarlos después. Debía alejarme de ella... pero la manta no la cubría bien. Deslice mi mano varios centímetros sobre su figura, hasta alcanzar la manta y deslizarla sobre su cuerpo, cubriéndola. Retuve el aliento mientras me inclinaba y con suavidad, evitando forzosamente tocar su piel, retire el mechón de cabello que se deslizaba por un lado de su rostro hacia su barbilla.
La frescura que emanaba su cuerpo,su baja temperatura, me atrajo con fuerza...
Maldiciendo mentalmente, me aleje de golpe y salí de su habitación tan rápido como pude. De vuelta en la mía me di un fuerte golpe en la frente, tratando de aclarar mis pensamientos, pero sólo logrando aumentar el dolor de cabeza.
El resto de la tarde me dedique a leer los informes y arreglar unos pocos problemas, nada graves en comparación con los propios. Para cuando me percate, mi estómago rugía y mi visión era borrosa. Necesitaba mucha comida y varias horas de sueño, así tal vez los dolores desaparecerían y podría pensar mejor.
Una doncella trajo comida y en pocos minutos me lance de vuelta a la incómoda cama.
Su cama se ve más cómoda...