Fuego en mis venas (radwulf #2)

Capítulo XIV

Amace abandonaba las habitaciones de Noemia –mucho más rápido de lo que debía–, cuando me hallaba escuchando a uno de los soldados de guardia, quien me informaba de un incidente nada agradable que protagonizó Márkoh. En lo que tarde en despedir al soldado con una orden de aumentar las precauciones con el destituido príncipe de Radwulf, perdí de vista la figura de Amace.

Guiándome con su presencia, la encontré en uno de los jardines interiores, sentada en el suelo con la espalda reclinada contra la fuente. Su mirada vagaba por el interior de un antiguo libro en sus manos. Tarde solo un momento en reconocerlo; las anotaciones del maestro Balkar. Supuse que Noemia se lo habría entregado, recordando que la molesta mujer debía encargarse de algunos asuntos correspondientes a los habitantes de la ciudad Real, como una forma de regresarla a aquellos días en que aprendíamos de él.

Balkar de Ghnom, quien fuera confidente, amigo y mano derecha de su majestad Amilcar, fue uno de los primeros caídos aquel fatídico día.

Espere medio oculto de su mirada por un pilar, a que ella hiciera su próximo movimiento. Pidiendo en silencio que ello fuese ir a sus aposentos. Un par de minutos después, ella se puso de pie y caminó hacia donde yo me encontraba. Por un precioso momento sentí como mi corazón saltaba desbocado, y el anhelo de tocarla despertaba un agradable cosquilleo en mis manos. Pero unos pasos replicaron cerca, y ella se detuvo.

A mi lado llegaron sus doncellas, quienes apenas dieron una mirada en mi dirección.

—¡Lady Amace! —exclamó una, de un lustroso cabello dorado—. ¿Por qué os habéis marchado de los aposentos de Lady Noemia sin escolta?

—Y-yo... —titubeó ella.

—Venid, Lady Amace —dijo la otra muchacha, sujetando de un brazo a Macy. Su mano libre se acercó al libro, en lo que apenas logré reaccionar.

—¡Esperad! —grité, pero fue tarde.

La morena recibió la dolorosa descarga de chispas verdes, que era el método de seguridad escogido por el maestro para mantener a salvo el contenido del libro, comenzando a gritar.

Me moví con la mayor rapidez apartando a Macy y el libro de la muchacha, sin lograr hacer mucho más que verla caer al empedrado. La otra muchacha gritó pidiendo ayuda, y me incline sobre el cuerpo de la morena, comprobando el latido de su corazón con un toque en su delgada muñeca. El excesivo calor que emanaba de su cuerpo debía ser menguado, y así lo hice, con lentitud.

Dos soldados se apresuraron hacia nosotros, y les ordené que trasladaran a la muchacha hacia los aposentos de las Doncellas, o al menos a la entrada de estos. Y a una Doncella que observaba todo desde la periferia, le hice señas para que se acercara y envolví el libro en mi pañuelo procurando cubrir la mayor cantidad de superficie posible.

Apoco de apartarme de los soldados y permitir que alzaran a la doncella lastimada, entregue el libro a la temerosa Doncella, recalcándole que lo dejara en mi escritorio y que por nada tocara la cubierta. La Doncella restante de Macy grito;

—¡Lady!

Voltee hacia Amace, tan solo para verla caer.

Solté una maldición y la cargue, dándole una rápida orden a la muchacha, de que fuera con su compañera y se asegurara de que fuese tratada. Con un firme asentimiento dejó su histerismo y corrió tras los soldados.

Lleve a Macy hacia los aposentos de Noemia, tratando de mantener mi cabeza en la grave situación que la muchacha pasaba, y no en la agradable sensación de tenerla en mis brazos. Tan cerca. Tan... Noemia me recibió con el ceño fruncido, sin embargo, logré contarle lo ocurrido mientras dejaba a Macy sobre el sofá más cercano. Su preocupación y ansiedad fueron muy obvios.

—Querido Ahtaná... —murmuró una vez conclui—. Debí... debí advertir a Macy. —Su mirada se mantuvo en Amace durante un minuto, antes de que se pusiera de pie y fuera hacia la mesita junto a la ventana donde siempre tenía alguna infusión.

—No te culpes —dije, atrayendo a medias su atención.

—Si. Yo-yo lo arreglaré —La forma en que hablaba, me recordó aquellos días en que ella paseaba entre los huérfanos tratando de aliviar sus miedos y dolores.

—Noemia... —gruñí.

—¡Oh, no comiences Clim! —Me cortó, dejando caer varias hojas de mentas en el agua caliente de una jarra.

—¡No puedes estar...! ¡No puedes asimilar más recuerdos ajenos, por todos los Dioses! —rugí, dando un paso hacia ella.

—¡No trates de enseñarme como utilizar mis fuerzas! ¡Mejor vete, no soporto que estés en mis habitaciones! —Ladró, dándome la espalda por completo.

—¿Cómo supones que lograrás mantenerte cuerda, Noemia? Te perderás en su dolor —Di media vuelta dispuesto a irme, bien sabía que Macy estaría bien en sus manos mientras me calmaba.

—Macy puede ayudarme.

Sus palabras detuvieron mis pasos, y con brusquedad volví a encararle, aun cuando se negaba a verme.

—Noemia... —volví a gruñir.

—¡Vete de una vez!




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