Durante el medio día, dos días después, llegamos al punto de división para la misión. Poco más allá de Duhjía, donde el río Seishö se divide formando Gakï hacia el occidente, Macy debía quedarse en las inmediaciones mientras yo avanzaba hacia el sur de Quajk, para reducir a vapor el agua y hielo, todo lo que fuera capaz. Con su quebrado control, no tardaría en congelar el curso del agua, y así detener el descontrol en las corrientes que solo desbarataban las tierras bajas.
Reuní a mis Comandantes en la tienda apostada ahí, para aclarar los puntos antes de que escoltase a Macy hasta su ubicación asignada.
Señalaba en el mapa de la zona desplegado sobre una improvisada mesa, observando los rostros de mis cinco Comandantes; Garb, Row, Darren, Chase y Lews. Macy permanecía sentada unos pasos detrás, con un libro en las manos fingiendo leer. No necesitaba confirmación al hecho de que escuchaba atenta todo cuanto fue dicho.
—Espera, ¿dejaremos a Lady Amace sola? —Salto Garb, con la única cosa que había sido más que obvio desde el principio.
—¿Alguna objeción perspicaz, Garb? —gruñí. Estaba harto de que me vieran como un tirano—. Por si no es lo suficientemente obvio, Lady Amace aún no controla del todo sus fuerzas. No tomaremos más riesgos de los necesarios, ¿entendido?
A regañadientes, murmuró un sí, mientras el resto asentía con "seguro, General" y otros "si". Y dimos por terminada la reunión, cada cual yendo a hacer lo suyo, entretanto me dejaban a solas con ella.
¿Por qué asimilaban que yo deseaba dejarla a su suerte? No podían estar mas equivocados, sobretodo Garb. Di algunas vueltas por el pequeño espacio, sintiendo la renovada necesidad de aclararle lo que pensaba y sentía al respecto...
—Ame...
—¡Los corceles están listos, General! —Me interrumpió un soldado desde el umbral.
Luché contra el impulso de chamuscar algo que él pudiese extrañar, mientras entrecerraba los ojos intentando transmitirle un mental ¡largate! Salió corriendo, para su fortuna, antes de que decidiera darle rienda suelta a mi enfado.
—Vamos. —dije, dirigiéndome fuera, con ella poniéndose de pie y siguiéndome sin chistar.
Ella se dirigió a su corcel, y yo fui hasta Wills, para recordarle que él iba a estar a cargo de ese puesto. Algo que no le hacia ni una pizca de gracia. Tras ello, monte a Sath y abrí la marcha en dirección noreste.
Cuando caía la noche, finalmente llegamos al punto en que Seíshö da origen a Gakï. El preciso lugar en que Amace debía quedarse para detener el flujo de ambos ríos con su hielo. Desmontamos y un par de soldados se apresuraron a armar las tiendas. Pernoctamos ahí, esperando tan solo a que rompiera el alba para marchar con prisa hacia el sur, donde nos esperaban por lo menos dos semanas de ardua labor. Mas fui incapaz de conseguir un descanso adecuado.
Nos hallábamos tan cerca de donde solía vivir Macy, tan cerca de esos precisos rincones en donde solíamos jugar, donde pasamos largas noches asomados por una de las ventanas de su pequeño hogar, charlando, planeando un futuro... que ya no parecía posible. No era sorpresa sentirla dando vueltas en su lecho.
Al romper el alba, los soldados comenzaron a desarmar y guardar, como se tenía previsto, mientras me obligaba a dejar el incomodo camastro, y comenzar una jornada a la que en realidad temía.
Viendo que todos cumplían con lo suyo, me dirigí a Sath con todas las intenciones de comenzar a ensillarle, pero el condenado dio un paso atrás soltándome un relincho.
—¿Qué te ocurre? —Le gruñí de vuelta.
Golpeo la húmeda tierra con su pezuña derecha, cual berrinche. Pero no tenía tiempo para perder descifrando qué quería decir.
—No tengo tiempo para esto —murmuré, yendo a coger la montura que reposaba sobre una manta junto a algunas otras.
Volví a su lado y, pese a su renuencia y relinchos, logré ensillarle. Entonces Macy se acercó a su corcel, a pocos pasos de donde me hallaba con Sath. Luchando contra el impulso de mirarla, aseguré las riendas a la montura... justo a tiempo para ver como mi corcel se acercaba a ella.
Traidor.
Macy le tendió un terrón de azúcar, esbozando una tímida sonrisa que estremeció cada pedacito de mi. Los anhelos quemaron mi pecho mientras repasaba cada detalle de sus facciones, apreciando más que comparando, aquellos pequeños y grandes cambios que esos años habían hecho sobre ella...
Maldiciéndome en silencio, me obligué a apartar la mirada.
—¡Dos minutos! —grité, jalando a Sath hacia mi desde la montura—. Ya sabe qué hacer, Lady Amace. —Le dije sin mirarla, para luego montar a Sath.
—Que los dioses le acompañen —dijo suavemente, agitando una mano hacia su corcel que en ese momento era arreado por un soldado.
Dirigí a Sath lejos de la pequeña tienda que quedaba en pie, con el resto de la pequeña comitiva tras de mi. Con gran esfuerzo me mantuve firme, sintiendo como a cada paso de mi corcel afloraba la descontrolada magia de Macy. Imponiéndome al urgente impulso de dar media vuelta, y... ¿y qué? Nos habíamos comprometido con Hazel y Ambón. Ambos aceptamos ser parte de semejante plan, que estaba más tintado por la gracia de Dheugh y el destino que pintaban nuestras decisiones que cualquier sensatez. Dependíamos de, básicamente, un milagro.