Fuego en mis venas (radwulf #2)

Capítulo XXI

Más que molesto, acompañé a Macy hasta las puertas de sus habitaciones, notando que ella se hallaba calmada, o más bien satisfecha. Lo que no disminuía ni por asomo mi molestia.

Sin otra palabra, la vi siendo recibida por sus doncellas, y me dirigí mis habitaciones a un lado.

La urgencia de continuar oponiéndome a semejante idea, nada más que "legarle la reconstrucción de Duhjía a Macy", me mantuvo dando vueltas. El hecho más obvio no parecía ser disuasivo para Ambón, ni para Hazel. Noemia, por otra parte, siempre terminaría apoyando cualquier locura que ambos quisieran hacer.

Pero entonces, para mi entero desconcierto, Hazel ingreso por la puerta oculta de la habitación.

—¿Estás bien? —Inquirió, no tardando en cruzar la distancia que nos separaba y abrazarme.

Sus brazos rodeando mi cintura, pese a que intenté obviarlos, terminaron apaciguando un tanto mi enfado hacia su persona.

—No —respondí—, no estoy nada bien, Hazel. ¿Cómo creías que iba a sentirme con semejante idea? ¿En qué estaban pensando?...

—En proteger a Amace, por supuesto —dijo Noemia, sobresaltándome.

Ella y Ambón habían ingresado por el pasadizo, deteniéndose a un paso de nosotros. Sus semblantes habitualmente estoicos cargados con pesar.

—¿Protegerla de qué? —gruñí—. Todos están más que advertidos de lo que les espera si le lastiman...

—Clim —dijo Hazel, alzando el rostro. Sus grises ojos empañados por lágrima sin derramar—, hay algo que necesitas saber.

Su congoja me estremeció, encendiendo un feroz miedo ahí donde había estado el enfado.

—¿Qué...? —murmuré apenas.

Ella se estremeció dando un paso atrás, apartando la mirada con una expresión que no supe descifrar.

—Es mejor que te lo muestre —dijo Noemia, extendiendo una mano hacia mi—. Solo así comprenderás.

Trague a través del nudo alojado en mi garganta, incapaz de negar que su expresión sin rastro de satisfacción me impulsaba a hacer lo impensable.

Con una mueca, estreché su mano... y en un segundo me hallaba ahí, estremeciéndome por un voraz miedo mientras mis muñecas eran jaladas, elevándome del suelo. El dolor de mi cuerpo ni siquiera menguó lo que desde mi pecho bullía. Pero no era mi cuerpo, no era yo.

Una figura se acercó de entre la penumbra a mi alrededor, esbozando una sonrisa siniestra. Me estremecí, incapaz de controlar la mezcolanza de emociones que esa sola presencia provocaba.

Era un hombre, un hombre joven de oscuros ojos y tez tan clara como la de Macy. No obstante, el crudo miedo que provocaba en mi cuerpo... no, en el cuerpo de Macy. Yo sentí lo que Macy sintió. Me sumí en sus recuerdos, en las emociones que le embargaban entonces.

¿Qué pasa? —Inquirió el hombre—. ¿Sigues llorando por tu familia?

Una punzada en medio de mi pecho y cerré los ojos resguardándome en la oscuridad, la ligera tibieza de las lágrimas surcando mis mejillas.

Oh, pobre Amace. Tan sola y perdida. Tan pequeña y frágil.

¿Quién eres? ¿Por qué haces esto? —murmuré apenas, sintiendo como a cada silaba mi garganta protestaba.

Que curiosas preguntas —dijo—. Me sorprende que todavía tengas algo de cordura para hacerlas.

Algo azotó mi espalda quitándome el aliento, aturdiéndome por un largo minuto en el que sentí, entre la enorme gama de emociones, como algo era arrancado de mi.

Respondiendo tu pregunta —murmuró el hombre junto a mi oído—, soy Tarsinno de Wllnah.

Intenté abrir los ojos, ahogándome, necesitando algo que no lograba alcanzar.

—Clim, te tengo. Abre los ojos, querido.

Seguí la voz de Hazel, logrando pestañear a la luz de la pequeña estancia. Todavía estremeciéndome, de rodillas con sus brazos a mi alrededor.

—Lo siento, Clim —dijo Noemia, desde algún rincón en que no pude enfocarme—. No era mi intensión transmitirte esas emociones. Realmente lo siento.

Soy incapaz de descifrar cuanto tiempo tarde en ordenar mi cabeza, en volver a ser completamente consciente de mi mismo. Por sobretodo, un único pensamiento me ahogaba.

—Le mintió —murmuré—. Ese hombre no era Tarsinno.

—Exactamente —dijo Ambón—, el hombre que lastimó a Amace no fue el Traidor. Sigue libre, impune de sus crímenes y siendo una amenaza no solo para el reino...

Maldije apartándome del gentil toque de Hazel, encarando al Rey con una insolencia nacida de la mezcolanza de emociones que no podía apartar.

—¡¿Y por qué estamos aquí tan tranquilos?! ¡Tenemos que hallarle!




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