Fuego en mis venas (radwulf #2)

Capítulo XXXII

Llevarla rápidamente al interior del Palacete fue sencillo. Después de que sus mejillas se mojaran con la ligera calidez de algunas lágrimas, no me moleste en dar una segunda mirada a la muchedumbre. Rodee sus hombros con mi brazo y le conduje hacia en interior tan rápido como pude. La señora Nicole, antaño nana de Hazel y actual ama de llaves del Palacete de Duhjía, nos esperaba en el vestíbulo con un extraño rictus severo que sus palabras aclararon.

—No debió someterse a semejante escrutinio, milady —dirigió su mirada a mi brazo sobre su hombro—. Sean bienvenidos. Por favor, ambos descansen en la sala principal mientras sus pertenencias son acomodadas en sus habitaciones.

Obedecí, siguiendo a nana Nicole hacia la sala, donde deje a Macy unos minutos para asegurarme de que Lexuss se hacía cargo de distribuir los enseres. Una muy estúpida excusa.

Sólo un minuto... necesito... deshacerme de estos sentimientos.

Así comenzaron nuestros días en Duhjía. Conmigo huyendo de pensamientos y sentimientos que no venían al caso. Y Macy, la abnegada y diligente Virreina, ignorándome la mayor parte del tiempo.

—Oye, ¿puedes hablar con Macy? —Me preguntó Lexuss un día.

—¿Hablarle de qué? —inquirí, sin apartar mi mirada de la pila de informes sobre mi escritorio.

Su suspiro logró su objetivo; arrancarme de mi trabajo.

—¿Qué? —Le gruñí.

—No ha estado comiendo como debe, apenas se ha asomado hacia el exterior del Palacete, se la pasa ensimismada en las pilas y pilas de documentos que recibe, firma y redacta. —Enumeró—. Si no fuese por Cyna y Lyssa, ni siquiera recordaría que debe dormir.

Aparté los documentos y recargue mi espalda en el respaldo de la silla, intentando demostrarle que tenía mi completa atención.

—¿Qué te hace creer que me escuchara? —inquirí.

—Al menos intentalo... —dijo con tono quejoso.

—Puedo llevarla conmigo si surge algo que amerite mi presencia, nada más. Sabes que ella no me escuchará más de lo que te escucha, o a sus Doncellas.

Mi respuesta no fue de su agrado, tan evidente en sus ojos como en el ceño fruncido y la tensión de su cuerpo. Soltando una colorida maldición dio media vuelta y azotó las puertas a su salida.

Deseaba enojarme con él, pero su frustración se asemejaba tanto a la mía, que sólo pude mantener cierta tranquilidad con la nariz metida entre informes y órdenes, envuelto en el ir y venir de mis Comandantes y Mayores. Secretamente esperaba no verme en la necesidad de cumplir mis palabras... como un bastardo cobarde, ¿por qué negarlo?

Entonces, esa mañana Luc llegó corriendo.

—General —jadeó, inclinándose sobre el escritorio con sus manos recargadas en el borde—. Surgió un problema en el atrio; al parecer, un soldado hizo algo inapropiado con una mujer casada.

Inhale profundo, forzándome a no sobrerreaccionar e ir rompiendo cabezas sin preguntar.

—Ya me encargo. —Le dije.

Me puse de pie y rápidamente fui a la oficina de Macy al otro lado del pasillo, entrando sin importarme ni un poco quién estuviese con ella.

—¡Amace!

—¿Si? ¿Ocurre algo, General? —inquirió, sentada en uno de sus sofás, con un tono que preferí ignorar, así como a sus acompañantes.

—Necesito que me acompañes —respondí escuetamente.

Accedió de inmediato, siguiéndome sin mayor dilación. Le guíe al Atrio público tras el Palacete, lugar desde el que resonaban una mezcolanza de voces ininteligibles. Prueba de que mi presencia era necesaria. En su interior, los gritos iban y venían, cargados con insultos y retos. Un grupo de al menos quince campesinos y un puñado de soldados, apenas eran separados por Garb, Wills, Jahid y... Kayle. El imbécil que había hecho llorar a Macy.

—¡Callaos! —rugí, cerrando los puños.

Los ojos cayeron sobre nosotros y se hizo el silencio. Di los últimos pasos internandome entre ambas partes, hasta llegar junto a Garb, palpando la tensión e inquietud.

—¿Qué ocurre? —Le pregunté.

—Todo comenzó cuando Harbs flirteo con la esposa del señor Gustav —respondió, señalando a los hombres más desastrosos a cada lado.

Las voces volvieron a alzarse y los estúpidos intentaron llegar al otro, con alegatos que avivaron mi deseo de golpear cabezas.

Para estupor de todos, Macy, a algunos pasos, empujo ambos lados con fuertes ventiscas heladas que enfriaron el ambiente casi literalmente. Garb, los Mayores que intentaban mantener el orden y yo permanecimos en medio.

Ignorando las miradas, ella dio los pasos que nos separaban y se unió al asunto.

—Debo suponer que el señor Gustav se disgusto —dijo, dirigiéndose a Garb.

—Bastante, milady —aseveró él.

—Señor Gustav, soldado Harbs, venid aquí. —Llame a los hombres.

Ambos se acercaron en silencio, cargados de hostilidad.

—Explicadme lo ocurrido... —Les pedí, pero comenzaron a hablar al mismo tiempo, consiguiendo que les gruñera—. De a uno.




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