Fuego en mis venas (radwulf #2)

Capítulo XXXIII

El pobre Gustav parecía haber sido golpeado en una zona terriblemente sensible, pero se disculpó con Harbs a regañadientes y arrastró a su esposa de una mano, lejos de todo y seguramente para una discusión larga…  Problemas maritales, que extinguieron mis diminutas ganas de golpear cabezas.

Me retire del atrio con Macy, siendo seguidos por Garb, Wills, Jahid, Kyle y, por supuesto, Harbs.

—Nunca más trataré de ayudar a una mujer —berreo Harbs.

—No digas eso. —Le dijo Garb, con el tono propio de un regaño.

—Exactamente. La gente no tiene la culpa de que te topes con depravadas e infieles —agregó el idiota de Wills.

—Wills —gruñí deteniendo mis pasos. Di media vuelta y les observe, deteniendome e Harbs—. Es deber de un soldado ayudar a todo ciudadano, sea quien sea, donde y cuando sea. No podemos darnos el lujo de escoger.

Los grandísimos idiotas sonrieron, como si hubiese dicho algo gracioso y no les estuviese recordando la parte fundamental de pertenecer a la armada. Antes de que pudiera quejarme, se formaron lado a lado y colocaron su mano derecha sobre el corazón.

—¡Sí, General! —corearon fuerte y claro.

No pude evitar removerme, incómodo, ahogándome en la culpa. No merecía su respeto, ni que me siguieran de ninguna forma.

Maldición.

—Largo. —Les ordené con brusquedad.

Tuvieron el descaro de reír mientras se alejaban, dispersandose en diversas direcciones.

Macy oculto con un mano su sonrisa, recordandome ese profundo deseo de ser la causa y el receptor de ella, y cuantas fuese capaz de esbozar. Un deseo tan estremecedor, pero que venía envuelto en las ansias de ser perdonado, en conseguir aplacar la culpa por todo lo terrible que se vio obligada a vivir. Por no ser capaz de protegerla como tantas veces prometí… por olvidarla.

En silencio, y tras un largo minuto, ella dio unos titubeantes pasos hacia el Palacete.

—Amace… —dije, deteniendola.

Volteó, sus ojos vagando nerviosos mientras jugaba con su boca, casi distrayendome.

—¿Si? —murmuró, mientras yo daba pequeños pasos en su dirección, forzándome a mantener mis ojos en los suyos.

Lexuss insistió en que hablara con ella.

—Demos un paseo. —Medio  pregunté, sonando áspero a mis propios oídos.

—Claro —murmuró, viéndose extrañamente más relajada.

Continuamos andando por las calles con tranquilidad, alejándonos sin prisa del Palacete. La gente nos dirigían miradas curiosas, así como los soldados, que también nos saludaban inclinándose con una mano sobre el corazón. El ajetreo habitual nos envolvía, junto a la brisa impregnada con aroma a tierra húmeda y pan.

Una dulce voz femenina llegó a nosotros luego de unos minutos, entonando una familiar canción que reavivó ciertos recuerdos.

«Verás que pronto el día vendrá…»

Ingresamos a un callejón, justo cuando las nubes se apartaron permitiendo que la luz del sol me insulfara algo de valor. Alce la mirada al azul del cielo y dije;

—Gracias por venir sin dudar.

—Cualquier cosa es mejor que los gruñidos de esos tres —soltó sin más, como si no hubiera razón para que alguien se preocupase de ella.

—¿No crees que tengan razones para preocuparse? —Le pregunté molesto, encarándole.

    —Estoy bien…

—Macy —gruñí—. Al menos procura alimentarte bien.

Frunció el ceño con una mueca. Seguramente ya cansada de oir lo mismo una y otra vez.

—Lo sé. Intentaré no preocuparos —murmuró, dirigiéndose a la fuente poco más allá.

Suspiré, siguiéndola un poco a regañadientes. Paseo su mirada por la desgastada piedra, rodeada de matorrales muertos y cubierta por una capa de polvo y moho.

—Amace. —Le llamé.

Ella volteo, provocándome un escalofrío ante el fantasma de un recuerdo. Su perfil enmarcado por la luz del sol, las sombras del cansancio bajo sus ojos…

Dioses, si pudiera arreglarlo todo...

—¿Si?

—Yo… —Me detuve a un par de metros de ella, buscando las palabras que tantas veces quise decirle—. Yo…

—¿Qué ocurre? —preguntó, inclinando un poco la cabeza en una clara señal de su curiosidad.

Sacudí la cabeza y fruncí el ceño, dando un breve vistazo a nuestro alrededor. Estábamos solos, y eso fue una sorpresa.

—Suelen… interrumpir... cuando intento… —balbuceé, rascando mi nuca un poco más que ansioso.

—Oh, ya veo… —murmuró—. Bien, dime.

Se sentó al borde de la fuente, centrando su atención en mi. Inquieto, me acerque paso a paso, desviando la mirada más allá de ella antes de soltar un suspiro, cansado. No era la única oportunidad que se había presentado, pero si a la que me aferre como si mi vida dependiera de ello.

La encaré, anclando mis pies a un par de pasos, y simplemente lo dije;




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