Si existiera una estación que me llevara al amor, sin duda esperaría el tren hacia tus sueños...
Eso sentí cuando te vi aquel día en la estación de tren. Fue un pensamiento que pasó rápidamente por mi mente.
¿Amor a primera vista? ¿Quién sabe?
Lo cierto es que sentí eso que las personas llaman amor. Fue como ver un rayo de luz descendiendo desde el cielo. Sí, de esos que solo duran unos segundos, pero que todos aprovechan para pedir deseos.
Una vez experimenté algo similar con una chica en un parque. Sentí temor de que volviera a ocurrir, que cuando finalmente reuniera el valor para hablarte, apareciera tu príncipe y te ayudara a levantarte.
Esta vez no pasó igual, pues estabas sola allí, tan cerca de mí y a la vez tan lejos.
Me miraste y sentí una conexión. Fue lindo mientras duró. Esos diez segundos representaban para mí un siglo. Un siglo que quería vivir contigo.
Después de más de una mirada, reuní valor y me acerqué a ti:
—Hola.
Recuerdo que te dije con el corazón en la mano, palpitando como si mi vida dependiera de ello.
Tú entendiste mi gesto y respondiste de la misma manera. Al tocar tu mano, sentí algo que antes no había sentido. Fue lindo, muy lindo.
Todo parecía que iba a salir bien hasta que sonó la bocina y todos debíamos abordar el tren. Agarraste tu maleta rápido y corriste.
Mientras te veía alejarte, sonreía y me dije a mí mismo, con permiso de mi corazón:
—Al fin te encontré...
Qué equivocado estaba, pues tu tren y el mío eran trenes diferentes.
Te busqué en todos los asientos y no te encontré; miré por la ventanilla y te vi allí, sentada en dirección contraria.
Volvió a ser fugaz un sueño despierto, un amor incierto...