Pensé que nunca acabaría y que toda mi vida sería un inmaduro de sentimientos fugaces.
Hasta que llegó el año 2027. En ese año cumplí 22. Perdí todo lo que amaba: mis padres murieron de COVID-19, a mi abuela le dio un infarto y quedé completamente solo.
Después de tales sucesos, aunque muchos de mis familiares me brindaron su compañía, me sentía solo.
Recuerdo que lo único que me llenaba de paz era montar en mi bicicleta y pedalear hasta alcanzar el atardecer. Entonces, en ese instante donde el sol se despedía de mí, me sentaba y presenciaba el ocaso.
Un día llegué más lejos de lo habitual, hasta un lugar donde había un barranco y, debajo, a lo lejos, un lago.
Allí, mientras admiraba el atardecer como de costumbre, vi una escena algo triste. Dos jóvenes cuyos ojos los delataban; se veía desde lejos que se amaban. Por alguna razón que desconozco, ella se molestó al escuchar que él tenía un nuevo amor y se fue, dejándolo solo.
Qué triste saber que ya no hay finales felices. Mientras presenciaba esa escena, recordé todos esos sentimientos fugaces que pasaron por mi mente en el transcurso de mi juventud. Aún era joven, pero haber perdido todo lo que amaba me privó de volver a enamorarme. Sé que el amor a la familia y el amor de pareja no son lo mismo en cierto sentido.
Pero aun así, quise cerrarme a toda expresión de amor. Entonces, antes de que se fuera, me acerqué al chico y le pregunté:
—¿Qué sentido tiene amar?
Él me miró con una leve sonrisa y respondió:
—Si conoces el amor verdadero, el amor tiene sentido. Pero si solo vives de ilusiones, llegará un momento en que odiarás el amor, porque los sentimientos fugaces no pueden llenar un corazón que fue destinado para el cielo...
Él siguió hablando, y ese día conocí el amor verdadero. Entendí que, aunque estaba solo, había alguien que me amaba tanto, que dio su vida por mí...
Juan 3:16