Fuimos Canciones 1

Capítulo 19

Resurgir de un pasado

—Mate a mi abuelo —solté de golpe sin despegar la mirada de la suya—. Mate a mi abuelo hace nueve años.

Silencio, su mirada dejaba claro, que no esperaba una confesión así y no sabía qué decir. En parte respetaba que se quedará callado y no me soltará el típico... “Lo siento tanto... eras solo una niña... como ibas a saber qué pasaba”

Me halo del lugar en que me encontraba, para refugiarme en sus brazos. Me abrazo tan fuerte, con la promesa de no soltarme hasta que dejara salir lo que realmente estaba reteniendo.

Rompí en llanto, entre sus brazos, dejando salir aquel dolor que me ha acompañado en la mitad de mi vida. Llore sin miedo, porque sabía que no me juzgaría. Me aferré tanto a él que mis uñas dolían. No quiero que me suelte, no quiero que se aleje.

Estuvimos así los próximos veinte minutos, cuando ya había dejado de correr lágrimas por mis mejillas, separé mi cabeza de su pecho. Nuestras miradas chocaron sin necesidad de palabras, sabíamos lo que necesitábamos, sabíamos que éramos lo que necesitaba el otro.

No importo parecer una maraña de nervios, estar despeinada e incluso toda llorosa, porque con la persona que tenía delante, no necesitaba esconder lo que realmente era.

—¿Quieres otro café? —preguntó de pronto sosteniéndome.

—¿No te importa lo que hice? —respondí con otra pregunta.

—Me importas tú —dictó dejando claro su punto—. Lo que pasó no dependía de ti. Lo que realmente nos importa a las personas que te amamos, es la forma en la que te levantas después de un golpe, no como caes.

Dios, acaba de incluirse en las personas que me aman. ¿Este hombre no puede ser real? Me niego a perderlo alguna vez.

Pasamos un buen rato abrazados, mientras él acariciaba mi cabello, con la mirada pegada al reloj de su mesita de noche.

—Felicidades, pequeña —soltó de pronto, sobresaltándome—. Espera aquí un momento.

Lo vi estirarse hasta la mesilla en su izquierda y sacar una cajita con una nota. Inconscientemente en mi rostro se dibujó una sonrisa, al ver aquel trozo de papel. Mi corazón sabía lo que contenía, alguna nota de una canción ¿Cuál? Esa era la sorpresa.

Cunado fije la vista en el mismo reloj que él había vigilado por un buen tiempo, me percate que eran pasadas las doce. Me sorprendió que hubiera esperado hasta esta hora para darme las felicidades, espero que se acabará mi cumpleaños, respetó las condiciones que impuse hace nueve años.

—Quería que fuera exactamente a las doce —mencionó, extendiendo lo que sostenía en sus manos—. Solo tuve que retirar la mirada del reloj unos segundos y ya estaba marcando las 12:20.

Tomé lo que me brindaba sin saber sobre qué decantarme primero, lo mire con la esperanza de que me guiará hacia uno primero y supo entenderlo.

—Creo que primero deberías ir por la nota —dijo con lo que reconocí como nervios.

Estaba nervioso, por mi reacción a su regalo. No era el único, la verdad, mis manos levantaron el papel que se encontraba con una perfecta caligrafía.

Call and I'll rush out.

All out of breath now.

You got that power over me, my my.

Everything I hold dear resides in those eyes.

You got that power over me, my my.

The only one I know, the only one on my mind.

You got that power over me.

—Eres la melodía que no quiero dejar de tararear, las canciones que no quiero dejar de escuchar. Eres mi canción favorita —confesó con la mirada fija en la mía mientras yo sostenía con manos temblorosas aquellas dos perfectas notas—. La nota musical que le da sentido a mi vida.

Pase mis dedos por aquellos delicados dormilones en forma de nota musical. Mi corazón latió más de prisas con sus palabras, significa todo eso para él. Su canción favorita.

Me lancé a sus labios, dejando un pequeño y rápido beso. No tenía palabras para expresar lo profundas que habían calado sus palabras, ni lo mucho que me había gustado su regalo.

—No sabía que darte —trató de explicar como si no estuviera seguro del obsequio—. Lo tienes todo, eres difícil para hacer un regalo... Así que pensé que esto sería único y diferente, pero entiendo si no te agrada...

Lo callé, con la unión de nuestros labios en un beso más profundo, que me robó el aliento. Acaricié su mejilla y volví a mirar esos ojos café que me robaban el aliento.

—Deja de estar inseguro por tu bonito presente, no es muy Hanse de tu parte —sonreí moviendo la pequeña cajita a la altura de nuestros rostros—. Me encanto tu regalo, es precioso.

Tome los dos pendientes que se encontraban perfectamente en su sitio y los remplace por los que tenía colocados este día. Moví mi rostro a ambos lados para mostrarle lo bonitos que lucían, con la promesa de no reemplazarlos.

—Te amo Amara, te amo de la misma forma que se necesita el oxígeno para vivir —declaró tomando mi rostro entre sus manos—. Eres mi oxígeno, lo que necesito para mantenerme vivo. 
Mi corazón amenazaba con salirse del pecho, mi pulso se aceleró, mi respiración se volvió más delicada, casi nula, de la impresión por su confesión ¿Cómo podía estar tan tranquilo luego de decir eso? No salían palabras de mi boca, no encontraba forma de formular una oración coherente y darle salida.

—No tienes que decir nada —habló nuevamente, pude notar la necesidad en sus ojos.

—Te amo Alex, amo cada una de tus facetas —era hora de abrirme por completo a él—, amo a Hanse, al jardinero que no quería ayudarme con la maleta, a la persona que cocina spaghetti para mí, que me deja notas con canciones. Amo todo lo que eres Alexander McCasthy, te amo.

—Dios, acabas de dejar mi declaración tan pequeña —dijo sonriendo mientras se acercaba—. Joder,Amara, si esto sale mal, va a dolerme toda la vida, pero el miedo no va a impedir que te ame ahora.

Sello nuestras palabras con un beso, un beso lleno de deseo, con ansias de más, mi cuerpo pedía más que un beso, necesitaba sentir su cuerpo desnudo sobre el mío, verlo sonreírme mientras me llevaba al cielo.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.