Elena.
No debería ponerme nerviosa el sonido de mi celular alertándome de una llamada entrante, pero lo hacía. No quería ni mirar la pantalla porque el tono especial que le coloqué hace meses al número de mi padre me atormentaba una vez al mes por lo general.
Él nunca llamaba dos veces en un solo mes a menos a que se tratara de una emergencia. Solo una vez llamó dos veces dentro de un lapso de treinta días y fue el día que casi se mata por ingerir alcohol hasta que no pudo sostenerse el día del aniversario de la muerte de mi madre.
Apreté los dientes antes de levantar mi teléfono detallando la foto del hombre de negocios que me recibió al clavar mis ojos en la pantalla. Jacob Williams, el famoso dueño de una de las constructoras e importadoras más grandes del país, y el hombre al que casi odiaba con todo mi ser pese a ser mi padre.
Una parte de mí se sentía culpable porque estaba culpándolo por los errores que cometió con mi madre, pero la otra sabía que se lo merecía. Y aunque estaba tratando de compensarlo, para mi no era suficiente.
—¿Te pasó algo? —contesté nada mas descolgar la llamada, conteniendo la respiración agitada que hacía martillear mi pecho por la angustia—. ¿Hola?
—Buenas tardes, Elena. —Su voz llena de elegancia y neutralidad, causó estragos en mí como siempre. Lo odiaba, pero le guardaba cierto recelo. Tiempo atrás, conseguía desestabilizarme solo con mirarme, pero con los años, mi respeto hacia él se fue poco a poco a la basura—. ¿Cómo estás?
—Estoy ocupada —respondí secamente al notar que no estaba enfermo o similar. De estarse muriendo, me lo diría nada mas contestar—. ¿Necesitas algo?
—Elena, por favor.
—Habla rápido. —Mi actitud con él no había mejorado nada luego de la muerte de mamá, de hecho, empeoró bastante y con cada palabra sabía que lo hacía sentir mucho mas culpable—. ¿Te cuelgo?
Resopló, rindiéndose a su intento de conversación padre e hija. Sabía que las cosas eran así conmigo.
Lo único que realmente me importaba era mi carrera. Él me preocupaba de vez en cuando, en aquellas ocasiones cuando recordaba los momentos que pasamos juntos en mi niñez, con mamá observándonos reír, pero luego recordaba las visitas a los hospitales cuando el cáncer de mi madre llegó, las lagrimas, como apenas llegábamos a fin de mes, y simplemente no podía evitar dejarme llevar por el resentimiento.
—Quiero verte.
Solté una carcajada presa de la burla por la breve oración que soltó que, aunque se sintió real, no la esperaba.
—Abre mi whatsapp, actualicé mi foto ayer.
—¡Elena! —Mi risa cesó, sintiéndome culpable ante el desespero en su voz—. ¿Nunca será suficiente para ti lo que estoy haciendo?
—¿Y qué estás haciendo? —respondí a la defensiva—. ¿Mantener tus relaciones en secreto mientras supuestamente sufres por la muerte de mamá? Ya está muerta, papá, murió hace años porque no fuiste lo suficientemente capaz de amarla como ella merecía.
—A tu madre la mató el cancer.
—Cáncer que pudo ser tratado si tu hubieses estado al pendiente.
—Ella no me lo dijo.
—Eras su esposo, debías saberlo —repliqué sabiendo que esto no solo había sido su culpa, sino que mamá también fue terca y yo seguí sus deseos—. ¿Para qué quieres verme?
—Elena, por favor, tenemos que hablar —su voz suplicante me conmovió, pero no dije nada. Mi orgullo era mucho mas grande—. Estaré en el restaurante del hotel Krafton en una cena a las ocho, me encantaría que pudieras acompañarme.
—¿Para lucirte con tus amigos diciendo que tienes una familia? —pregunté apartando mis ojos del espejo en el que encontré mi mirada dolida. Odiaba sentirme así por él, odiaba no ser como otros y solo dejar ir—. No iré, no me esperes.
—Elena, hija... —Se detuvo probablemente pensando en la forma de como abordar esto. No era la primera vez que nuestras conversaciones acababan en discusiones, por lo general siempre era así, pero no por eso dejaba de contestarle una vez al mes cuando marcaba—. Por favor.
—No.
Pasé saliva, apretando mis manos alrededor de mi toalla. Lo estaba lastimando y lo sabía, pero no podía, simplemente era demasiado para mí algunas veces. Inicié mi carrera cuando mi madre aún vivía, creyendo que podría verme graduarme, pero no sucedió así.
Me gradué antes y con honores, pero ella no estaba, en su lugar tenía un par de deudas que pagué con un trabajo de medio tiempo que me costó el sueño muchas veces, pero que conseguí pagar.
Ni siquiera le avisé a papá que inicié mi trabajo en uno de los mejores hospitales del país en Boston, solo lo alejé, respondiendo sus llamadas a veces, pero lo veía en el cementerio de vez en cuando. Él realmente se sentía culpable y yo no dudaba en recordárselo cuando tenía la oportunidad. No era su hija hablando, era la hija de mi madre llena de rencor. No podía evitarlo así que, en algunas ocasiones, prefería ignorarlo.
Él no insistió antes de que colgara la llamada, tampoco me importó en el momento, pero cuando dieron las siete, de alguna manera me adentré en un vestido azul por encima de la rodilla cuyo escote era elegante como suponía que era la cena a la que estaría asistiendo.
No le comenté que iría, y ese fue mi error, porque cuando llegué solo encontré a su asistente cumpliendo con una cena en la que él debería estar y no estaba.
Su dolor me obligó a asistir y él no se encontraba por ningún lado.
Por si fuera poco tener que soportar las charlas de negocios de los hombres alrededor que me conocían desde que era una bebé, mis ojos cometieron el error de caer en uno de los recién llegados al salir del baño. Recién llegado que en nuestra última conversación me dijo que no podíamos vernos porque estaba en Atlanta y que me llamaría cuando tuviera tiempo.
Con la respiración acelerada, los pies entumecidos y los pensamientos a millón, mi mirada se encontró en segundos con los ojos grises de Elijah Brown, uno de los hermanos de mi mejor amiga, mi crush de toda la vida y mi acostón ocasional.
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Editado: 19.04.2024