Elena.
Sentía sus pasos tras de mí mientras mis manos se aferraban con fuerza a la botella de vino que mantenía pegada a mi pecho. Encontrar un lugar vacío no fue dificil al momento en que decidí alejarme del bullicio. Había estado aquí con Emma en alguna ocasión, cuando se enteró que Elijah tenía sus negocios fuera del mando de su padre.
Heavenly Hotel tenía un hermoso jardín posterior a escondidas del imponente campo abierto en el que todos estaban y el columpio en el que terminé, lo había encontrado tiempo atrás mientras los hermanos Brown hablaban y no tenía nada que hacer.
—¿Por qué no me dejas sola? —cuestioné en un hablar tan bajo que por un segundo, ante su silencio, creí que no había escuchado.
—Ni siquiera notarás que estoy aquí.
Yo ni volteé a verlo, aturdida por sus palabras. Sin embargo, no dejé que me afectara su presencia. Para mí, sería como algún desconocido en un bar al que ni siquiera le prestaría atención.
Por el rabillo del ojo lo vi sentarse en el césped. Su traje tan costoso ni lo inmutó y como lo haría si tanto él como su hermano tenían dinero para echar al aire a millones sin sentir la perdida. Lo que me sorprendió fue el verlo lucir tan despreocupado, como si el mundo alrededor, ese mundo lleno de negocios y trabajo, ni le interesara.
Bebí un poco de la botella, analizando la situación. Mi mente no estaba en el hombre bailando a varios metros, sino en la forma en que arrasó con mi vida dejando solo caos. Nunca creí que su desinterés me fuese a afectar tanto, pero aquí estaba, dejando que el hecho que estuviera con alguien mas me desnivelara.
Edward me observaba como un halcón, expectante, tan atento que sabía que seguramente estaba contando cuantos sorbos tomaba entre minutos. Me sentía custodiada en medio de mi borrachera, y no me incomodaba.
—Deberías poder verte a través de mis ojos justo ahora —hablé con la voz enredada debido a mi estado de alicoramiento. Incluso reí un poco al final sin importarme nada—. Luces diferente.
—¿Y como es eso? —me enfrentó.
Una vez sus ojos grises se fijaron en mí, vi el atisbo de la duda aparecer, impactando con los pensamientos que estaba teniendo alrededor de mi mente. Edward era guapo, un hombre trabajador y dedicado, ni Emma ni yo comprendíamos el motivo por el cual estaba solo a estas alturas si uno de sus deseos era tener una familia numerosa.
O eso les decía a las revistas.
—Como si no tuvieras preocupaciones.
—¿Y eso es lucir diferente?
—En ti lo es —murmuré pasándome la lengua por los labios secos. Bebí un poco mas de vino soltando un suspiro al sentirlo mirándome—. Por lo general, estás lleno de pensamientos que parecen abrumar tu mirada, Edward Brown.
—¿Ah sí?
Asentí sin saber muy bien el motivo por el cual estaba hablando mas de la cuenta. Edward era demasiado serio, estricto y protector, y era por eso que lo observaba, porque era tan diferente a su hermano que en algún punto tuve la esperanza que Elijah llegaría a ser como él eventualmente, como si estuviese destinado a ser así, como Ed.
—Las preocupaciones, las tareas pendientes, los compromisos... —tomé aire—, la vida que llevas opaca el brillo en tus ojos, Edward.
—¿Tu crees?
Curiosa, lo observé detenidamente. Este hombre frente a mí parecía diferente. Lo era.
—¿Eres feliz?
Bajó la cabeza tan rápido que no pude ver la expresión en sus ojos.
—Yo no soy feliz, Edward —confesé sin que me preguntara—. Perdí a mi madre, mi padre es un idiota al que no consigo odiar del todo, mi vida amorosa es un caos y yo...
Miré al frente, al cúmulo de árboles tan verdes que me recordaban a las películas de princesas que veía de pequeña.
—Yo soy un desastre.
—Todos lo somos, Elena —su voz fue tan baja que me sorprendió. Al verlo, sus ojos estaban en sus manos sin atreverse a mirarme—. Algunos intentamos opacar ese desastre fingiendo una vida vacía, neutral, sin tantos matices...rutinaria. Pero aquellos que ocultamos el caos y el desorden a los ojos del mundo, somos los que mas anhelamos ver esos colores que denotan el desastre.
—Quisiera tu calma, Edward —dije de la nada como si no me acabara de soltar ese discurso.
Me sonrió de lado.
—Y yo tu desastre, Elena.
Mis labios se elevaron regalándole una sonrisa por encima de mi hombro.
—No sabes lo que dices.
—Tu eres la borracha —refutó.
—El alcohol es sabiduría. —Levanté la botella—. ¿Quieres?
Sacudió la cabeza en negativa.
—¿No quieres dormir ya? Te has tomado mas de media botella.
—Lo sé —suspiré queriendo ponerme en pie, pero lo que conseguí fue marearme provocando que la botella resbalara al tener que aferrarme al columpio para no caer—. La cabeza me da vueltas.
—Es uno de los efectos —intentó bromear, pero su voz salió preocupada. En instantes, se acercó—. Elena.
—No te me acerques que voy a... —Apreté los ojos cuando la primera arcada apareció. No ahora—. Mierda.
—¿Vas a vomitar?
—No, estoy jugando a provocarme arcadas —hablé con sarcasmo.
No supe en que momento pasó, tampoco me detuve a pensarlo, simplemente comencé a sacar todo el alcohol que me bebí de mi sistema en segundos. Edward lo notó primero que yo porque acortó nuestra distancia, tomó mi cabello y lo sostuvo sin importarle que mi vomito le estaba salpicando los zapatos.
La garganta me molestaba y cuando pensé que había terminado, mi cuerpo me gritó «ilusa» e hizo de las suyas en el bien cuidado césped del hotel de mi ex mientras su hermano me ayudaba.
Que manera de terminar la noche.
—Edward. —Lo miré, recibiendo el pañuelo que me tendió. No pude evitarlo y le sonreí. Debía verme espantosamente desastrosa—. Gracias.
—Ven aquí.
No pude rechazar el abrazo en el que me envolvió. Él solo me rodeó como si no necesitara el permiso y yo no me negué. Él olía bien, demasiado. Y con el pañuelo sobre mis labios, lo sentí tan cerca que me abrigó su protección.
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Editado: 19.04.2024