Elena.
—¿Ya tienen el nombre? —pregunté ocultando mi sonrisa mientras posaba mi mano sobre el vientre de Emma.
—Tal vez.
Mi amiga sonrió, su mirada buscando a Nicholas en la habitación el cual estaba sentado en una silla demasiado pequeña para él, encorvado, mientras escuchaba atentamente como su hija le mostraba los colores a través de sus cubos.
—¡Velde!
—Azul —la corrigió, conteniendo la sonrisa que amenazó con salir.
—Es velde, papi —habló con tal confianza que fue imposible no perderse no solo en la seguridad en su voz sino también en los ojos de cachorro que le lanzó a su papá como siempre—. ¿Veldad?
—Emma...
La voz de Nicholas sonó ansiosa a medida que miraba a su niña, la cual omitió cualquier nerviosismo en la voz de su padre y se lanzó a sus brazos, corriendo segundos después en dirección a nosotras.
—¡Velde! —Nos mostró un cubo color azul con decisión—. ¿Veldad?
—Es azul, mi pequeña estrella —la corrigió Emma causando que Alaia frunciera el ceño—. ¿Verdad?
Le lanzó una mirada cariñosa, esperando a que la sonrisa de la niña se hiciera presente.
—Azul —repitió mirando el cubo en su mano pasándolo de la una a la otra—. ¡Azul, papi!
Corrió en dirección a su papá nuevamente, dejándonos solas.
—¿Aún no han querido decirles a todos que tendrán un niño? —cuestioné, poniéndome de pie. Emma arrugó las cejas, notando que estaba por marcharme—. ¿Y bien?
—Queremos esperar un par de semanas mas hasta que nos hagamos a la idea de que tendremos que comprarle ropa nueva —bromeó, recordando lo que dijo Nicholas sobre que le colocarían la ropa vieja de Alaia de ser una niña—. ¿Por qué te marcharás tan temprano?
—Tengo un compromiso.
—¿Con quién?
Con tu hermano.
—Cosas del hospital, ya sabes como se ponen con la asignación de los turnos. —Me incliné, besando su frente y luego dejando un suave beso en su vientre de seis meses—. Adiós, príncipe mío.
—Lo vas a malcriar, ¿verdad?
—Consentir —corregí—. Después de todo, será el sobrino que mas cerca tendré —hablé recordando a mi hermano en Chicago. Sus hijos verían a su tía Elena seguido, pero no tanto como lo harían los de Emma.
Me despedí de un Nicholas repitiéndole a Alaia que el rosa no era el mismo amarillo antes de marcharme, pero no sin antes dejar un sonoro beso en la mejilla de la niña que siguió gritando «¡rosa!» en dirección a la salida a medida que veía como me marchaba.
Con mi coche en el taller y sabiendo que tendría que buscar la manera de cambiarlo pronto, intenté llamar al servicio de taxis debido a la lluvia. No saldría de aquí si esperaba que aplacara un poco y había quedado con Edward de que esta noche no me dormiría en medio de la película cortesía de las largas horas a las que tenía que hacerle frente en el trabajo.
—¿Me estoy equivocando o de verdad mis ojos están mirando a la mujer que casi me arranca la ropa en nuestra segunda cita? —
Apreté los ojos desde mi lugar, sintiendo el cálido aliento de Edward golpeando en mi cuello. Mi mirada se encontró con la de Vincent, provocando que me alejara un poco, dándole la cara a Edward.
—¿Me extrañaste, Williams? —se burló sin modular la sonrisa que inevitablemente apareció.
—No.
—Yo sé que sí. —Me tendió la mano, mirando de soslayo al hombre con sus ojos puestos en nosotros. Ni siquiera dudé al dársela, torciendo la boca cuando la llevó a sus labios, presionándolos en mis nudillos—. No sabía que estabas aquí.
—No te digo cuantas veces voy al baño tampoco —bromeé.
—¿Cuántas?
Ambos estallamos en carcajadas al mirarnos.
—No sabía que vendrías —le dije de vuelta—. Emma no lo mencionó.
—Solo vine a dejarle algo sobre la empresa, insiste en meter su mano en los reportes y quien soy yo para hacer enojar a mi hermana embarazada.
—Hombre inteligente. —Lo apunté—. Aprendes rápido, Edward Brown.
—Está en mi naturaleza —comentó, guiñándome—. ¿Por qué no me esperas? Subo, saludo y bajaré en cinco minutos.
—Alaia no te dejará bajar tan rápido.
Sus ojos se iluminaron ante la mención de la pequeña con ligeros rizos que parecía estar enamorada de los brazos y cobartas del hombre con el que estaba saliendo. A ella le encantaba ser el centro de atención de Edward, y siempre lo era cuando estaban en la misma habitación. Él la acogió como si fuese su sobrina desde que Emma comenzó a salir oficialmente con Nicholas.
Era imposible no enamorarse de esa niña.
—Puedo ir a casa e ir haciendo la cena —anoté frunciendo el ceño al verlo sacarse el saco—. Edward, ¿Qué haces?
Le siguió la corbata ante su falta de respuesta y luego, colocó todas las prendas junto a sus llaves sobre mis manos.
—Hoy se enojará porque no tengo corbata y será mas fácil que se distraiga con algo más.
—No tienes que hacer una visita rápida solo por mí, de verdad puedo tomar un taxi —lo calmé—. Haré la cena y...
—Quedamos en que yo haría la cena —me interrumpió, exigente—. No me lleves la contraria, mujer.
—No me retes, hombre —solté, burlona.
Quería abrazarlo, tocarlo, mis manos se aferraban a sus cosas con fuerza ante la falta de posibilidad de lograr llegar a él. De verdad me encantaba estar a su lado, y no podía no pensar en las diferentes maneras en que intentaba hacerme sentir cómoda sin saber que siempre lo estaba con él a mi lado.
Nuestras dos primeras citas habían sido geniales, y Edward envió flores luego de la segunda. No hubo notas extensas, solo un «Buen día en el trabajo, Dra Williams». Si una nota pudiera conquistarme, esa sería y nada tenía que ver su simpleza, sino que él estaba al tanto de sacarme una sonrisa nada mas despertar.
—Sube, que yo te espero.
—Ve al auto y espérame allí.
—¿Puedo toquetear tus cosas? —pregunté, curiosa—. Para distraerme.
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Editado: 19.04.2024