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CAPITULO 18

Elena

Comprobé mi teléfono por tercera vez en la hora que había estado sentada en el pasillo del departamento de Edward. No contestaba mis mensajes o llamadas y llevaba intentando comunicarme con él durante todo el día. Eran las seis y desde hace horas había llenado su buzón con mensajes de voz esperando que respondiera, pero nada.

Sabía que había visto la foto que había enviado por la mañana, pero aún así no me respondió, entonces solo supuse que estaba ocupado con los problemas de la empresa, pero estaba comenzando a preocuparme. Elijah también había saltado al contestador por lo que no supe nada más suyo en el resto del día.

Tal vez estaban juntos.

Estaba por irme cuando mi teléfono vibró en mi mano, avisándome de la llamada entrante del causante de mis preocupaciones. Al fin.

—Voy a matarte por no responderme, Edward Brown —bromeé, pero un carraspeo femenino me aturdió por varios segundos.

—Señorita Williams —la neutral voz de Marie me tomó por sorpresa al responderme—. ¿Está ahí?

Asentí ausente de que no podía verme aún sorprendida.

—Claro —murmuré en un hilo de voz, sintiendo la opresión en mi pecho que advertía un mal presentimiento—. ¿Edward está bien? —mi voz se quebró ante el recuerdo de lo del avión hace varias semanas. Un suspiro cansado me recibió por su parte poniendo en alerta cada uno de mis nervios—. Marie.

—Él lo está —se apresuró a responder, ansiosa—, pero me pidió que le dijera que no va a estar disponible en un tiempo. No podrá tomar sus llamadas por un par de días —su voz no sonó tan segura al final.

Mi ceño se profundizó ante sus palabras. ¿De qué demonios me hablaba esta mujer?

—No logro comprender bien de que va todo esto, Marie —mis palabras salieron rápidamente intentando conseguir una respuesta al montón de preguntas que se estaban formando en mi cabeza—. ¿Le pasó algo?

—No sé mucho más, señorita —contestó—. Él no está bien, no sé que sucedió, pero algo va mal. No sé que decirle porque me prohibió comentarle algo sobre su paradero a usted o a cualquiera que pidiera información. Dice que necesita tiempo —puntualizó.

Miré confundida mi teléfono sin creer las palabras saliendo de su boca.

— ¿Necesita tiempo? ¿Tiempo para qué? —inquirí asustada.

—No lo sé. Me pidió que le informara que, si tenía alguna duda, el señor Elijah podría resolverla.

Seguía sin comprender absolutamente nada. ¿Qué carajos estaba sucediendo aquí?

—Marie...

—Solo sé que se reunió con el señor Elijah, señorita Elena. Luego de eso, tuvo una emergencia y solo me informó esto que le estoy comunicando.

—¿Dijo algo más?

—Que la llamaría pronto —hizo una pausa—. Y que la ama.

¿Me amaba? ¿Entonces que demonios estaba pasando? No entendía nada.

—Gracias, Marie. —No pude evitar que mi voz se quebrara sin saber que decir—. Avisame si sabes algo —anoté con la preocupación en la garganta. Sin esperar respuesta alguna por su parte, colgué la llamada recostando mi cabeza sobre la pared del pasillo consciente de que la única forma de saber algo sobre lo que estaba sucediendo sería comunicarme con Elijah, y el bastardo no me respondía.

La noche se me pasó en vela a la espera de un mensaje, una llamada o alguna señal por su parte. Mañana tendría que iniciar mi turno a las once y sabía que no me concentraría si no obtenía alguna información por su parte que me hiciera saber que se encontraba bien.

Quería estar con él, pero sabía que tal vez eran cosas del trabajo en las que no tendría ni idea de como ayudarle. Eran las ocho cuando salí de casa en dirección al complejo de oficinas donde mi padre tenía las suyas. Llegué casi a las nueve debido al tráfico que me estancó por una larga hora a varias calles del lugar, obligándome a bajarme y caminar.

Corrí al elevador al llegar, guardando mi celular en mi chaqueta tras presionar el botón que daba el último piso. Seguramente estaba aquí. Papá me habría llamado enojado de no haberse presentado, lo conocía y no le gustaba que le hicieran perder el tiempo.

Margaret, la asistente de mi padre, no consiguió ocultar la sorpresa en sus ojos marrones al verme llegar, aun agitada por correr desde el taxi al edificio. Su mirada cayó en mi rostro, su ceño fruncido me hizo sonreír para no preocuparla y su sonrisa no tardó en aparecer segundos después.

—Cariño, qué gusto me da verte por aquí —comentó, emocionada, abriéndome los brazos al verme caminar en su dirección—. Me tenías abandonada.

No pude evitar encogerme de hombros, ocultando una sonrisa al ver la advertencia en sus ojos. Sí, hacía mucho tiempo que no me pasaba por aquí.

—Entre el trabajo y las rabietas de tu jefe me es imposible venir tan seguido por aquí —solté, riendo un poco. Su sonrisa igualó la mía mientras sacudía la cabeza, su corto cabello canoso moviéndose un poco mientras lo hacía.

—¿Qué te trae por aquí? —habló volviendo a su lugar—. Tu padre no me comentó que vendrías y sabes que ese hombre lo habría hecho para atacar a todos si algo andaba mal.

Lo sabía.

—¿Papá está ocupado?

No tardó en asentir.

—El señor Brown está con él —suspiré aliviada, mi sonrisa haciéndose mucho más amplia ante la posibilidad de saber que se encontraba bien—. ¿Te anuncio?

—Sí, por favor.

—Sabes que tu padre odia que lo interrumpan.

—Se le pasará —bromeé, sabiendo que valdría la pena el regaño o la mirada enojada en mi dirección.

—Ay, Elena, ¿qué voy a hacer contigo, ah? —se burló, tomando el teléfono para marcar a la oficina de mi padre—. Señor. —Blanqueó los ojos ante cualquier cosa que mi padre le hubiese dicho al otro lado de la línea y mis ojos vagaron alrededor.

Los retratos en la pared llamaron mi atención al igual que siempre, encogiéndome el corazón ante el vistazo de la foto de mis padres en la pared junto a la oficina de mi padre. Ella fue la imagen de la empresa durante años y él no quiso que dejara de serlo incluso después de su muerte.




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