Edward
—¿Y qué parece, Elijah? —Escondí la burla al notar como el rostro de mi hermano se tornaba mas pálido de lo que ya se encontraba—. ¿Qué coño pasa aquí?
—Estoy enfermo —se apresuró a responder—. Y Elena amablemente vino a comprobar que estaba bien.
—Yo te veo bien —refuté. Elena escondió una carcajada con una ligera tos—. Además, no veo el motivo por el cual mi novia tiene que estar cuidándote.
—Elena solo... —la realidad de mis palabras se asentó en su cabeza y como si sus neuronas comenzaran a funcionar, se fijó en la bolsa con el logo de la farmacia estampado en la parte posterior—. ¿Novia?
—Bueno, eventualmente será mi esposa, pero no puedo decirlo aún.
Caminé hasta él, riendo al ver el aire abandonar sus pulmones.
—A la próxima avisa que estás a punto de morirte y voy preparando el funeral. —Empujé los medicamentos a su pecho, sosteniéndole la mirada—. No pienso abordarte estando enfermo así que te espero en mi oficina mañana.
—¿Mañana? —Frunció el ceño—. Vuelvo a Atlanta mañana.
—Ya no.
—Edward, puedo venir la próxima semana, pero... ¿por qué coño no puedes atenderme la próxima semana?
—Porque estaré de viaje. —Mis ojos se cuadraron en una Elena sonriente, la cual no intervino mas que para tomar sus cosas e instalarse a mi lado, aferrándose a mi cintura—. Elena y yo saldremos de la ciudad y tú te harás cargo del negocio familiar mientras yo no estoy.
Abrió la boca, cerrándola de golpe. Por mi parte, no esperé que refutara o lanzara alguna respuesta rápida a la información que le di, solo palmeé su hombro, le dije que se tomara los medicamentos y me marché con Elena tras asegurarme que él no moriría esta noche.
—¿Nos quedaremos en tu departamento? —Asentí, tomando su mano cuando la apartó, dejándola nuevamente sobre mi muslo mientras conducía—. Tendré que cuadrar mis horarios, tendrás que decirme cuando volveremos porque...
—Marie puede hacerse cargo de eso.
—Es tu asistente, no la mía y puedo hacer mis horarios yo sola, Edward Brown. —No oculté la sonrisa, de hecho, me carcajeé frente a ella sin importarme el manotón que dio en mi brazo—. No te rías de mí, señor millonario que no puede hacer sus propios horarios.
—Tu eres millonaria también —le recordé.
—Pero puedo hacer mis propios horarios.
Elena sabía que incluso si no mantenía una buena relación con Jacob, a ella y a Jeremiah le quedarían todos sus negocios, que ya había propiedades a su nombre y que a menos que repudiara lo que el hombre le daba, no podía hacer mas que aceptarlo.
—¿Solo iremos a Destin?
—¿Quieres ir a otro lugar? —pregunté, atento. Me lanzó una mirada enojada—. ¿Qué? No he dicho nada.
—Solo quiero saber que empacar.
—Nada.
Reí. Pese a que quiso enojarse, soltó una carcajada al igual que yo.
—No pienso andar desnuda todo el día.
—Yo pensaba en algo como comprarte ropa nueva, pero ya que insistes —bromeé, estacionándome en el parqueadero.
El día de mierda que tuve en medio de tantas reuniones preveía un mejor final a medida que los minutos pasaban. Elena se inclinó, desabrochó mi cinturón de seguridad y ocupó su lugar en mi regazo sin previo aviso, sosteniendo mi rostro entre sus manos.
—¿Hablarás con Elijah mañana?
Asentí.
—¿Y por qué no hablamos tu y yo esta noche?
—Porque quiero que estemos lejos —aparté su cabello de su hombro—. Quiero un tiempo para nosotros, no un par de horas, sino días. Un mes entero si se puede.
—No serías capaz de dejar tu trabajo un mes.
—Yo puedo trabajar desde casa.
—Pero yo no. —Pegó su frente contra la mía—. Una semana es lo máximo que puedo conseguir lejos del hospital. La vida de muchos depende de mí.
—Y la mía también.
—¿Te estás muriendo? —bromeó, pasando sus pulgares por mis mejillas.
—Sin ti.
—No te sale lo poeta, Edward.
—¿Segura? —Se rio por lo bajo, besando castamente mis labios. Un beso tan tierno, que sin ser intenso transmitía el anhelo que sentíamos por el otro, dejándonos esa brecha entre los dos que ya quería que se desvaneciera—. Vamos a dormir.
Intentó bajarse de mi regazo, pero la sostuve con firmeza.
—Edward, no pienso volver a dormir en el auto. Me duele la espalda.
—Esta noche dormirás en mi cama —la calmé, pero en lugar de soltarla, presioné el botón que elevaba el techo del auto y sosteniéndola, salí como pude del auto, escuchando su risa en el proceso. Sin embargo, solo se aferró a mí, tomando las llaves por mí—. Buenas noches —saludé al portero.
Él no pronunció palabra alguna, solo miró a Elena ondeando su mano y se carcajeó, viendo como fue ella la que presionó los botones del ascensor, besándome cuando estuvimos solos dentro de la cabina, pero apartándose cuando alguien mas se subió en el camino a mi departamento.
—¿Viste como nos estaba mirando? —preguntó, molesta, cuando llegamos al pasillo y le tocó rebuscar en mi chaqueta por las llaves.
—Te estaba mirando las nalgas.
—¡No me estaba mirando las nalgas! —Me hice el tonto al no decir nada, pero vi al hombre mirándola de más. Se bajo antes del piso que presionó en primer lugar porque vio mi mirada que advertía que estaba por golpearlo, pero Elena no vio eso—. Tengo hambre.
—No pienso cocinarte.
—El Edward de antes me cocinaba. —Hizo un puchero.
—El Edward de antes quiere comerte a ti.
—Toda suya, señor Brown. —Abrió los brazos, descendiendo de mi cuerpo con una sonrisa. No me moví—. Era broma, ¿no es así?
—No era broma, pero será después de que hablemos. —La abracé—. A dormir. Mañana te llevaré al trabajo e iré a hablar con Elijah.
—¿Sabías que estoy pensando en cambiarme de residencia? —comenzó a contarme a medida que caminábamos hasta mi habitación y solo pude pensar en lo cómodo, familiar y natural que se sentía todo esto.
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Editado: 19.04.2024