Capítulo 8
— ¿No va huir? si la dejamos aquí sola. — Protestó por decima vez Anselmo.
Hubiera puesto los ojos blancos, si no estuviera haciéndome la dormida. Me encontraba con la cabeza apoyada en un árbol, así había dormido toda la noche. Hace media hora que había despertado y al encontrar a los dos sujetos a mi lado reposando, intente huir, pero antes de siquiera ponerme de pie. Anselmo empezó a removerse en su lugar para después incorporarse. Así que solo me quedo fingir que aún estoy descansando. Es la única oportunidad que tendré para escapar. Ezar le comento a su subordinado que fuesen a pescar antes de partir al palacio.
Escuche a Ezar chasquear la lengua, exasperado.
— No — Su voz sonó firme. Si tan solo supiera, pensé —. Si se atreve hacerlo, la encontrare, sea a donde sea que vaya. Nadie puede huir de mí.
Un estremecimiento me recorrió en todo el cuerpo, al percibir su voz tan fría, oscura, una sensación perturbadora de que me estaba metiendo en terreno peligroso. La anciana me lo había advertido. Era tarde para echarme para atrás. De algún modo debía huir de estos dos.
Cuando no escuche más sus voces cerca, expulse aire ruidosamente y abrí lentamente los ojos, encontrándome solamente con el ambiente verdoso que adornaba la vista. Busque el bolso de Anselmo, al encontrar la daga tire de ella y comencé andar. Volví mis ojos al artefacto que poseía en mi muñeca, ¿Cómo una cosa tan simple puede ser mortal? Y es que de no ser por las palabras que estaban talladas en la hoja, seria cualquier daga común. Pero esta no era ordinaria, podía matar a un Galeano con ella. ¿Entonces a parte de este objeto nada más podía matarlos? Quise cuestionarle a alguien. Si que me apetecía localizar a Baltazar él era el único que hasta el momento podía confiar. Por eso no lo pensé dos veces, corrí con pasos seguros chocando con un par de hojas filosas que me rasguñaron las manos. No me importo.
Doble las rodillas un par de segundos descansando. Me percate que ya estaba muy lejos. Respire tres veces para seguir. Me pase los dedos por los rayones que ya se estaban poniendo rosados. Situé la daga entre mi cintura, escondida de las miradas de galeanos. No iba matar a nadie, solo era por precaución que la cargaba. Volteé a ver para atrás en el instante que oí unas precavidas pisadas. Entonces le vi.
Anselmo.
Corriendo directamente donde mí para darme caza. Los pies me dolieron cuando retome el camino deslizándome entre los matorrales filudos. Él estaba aproximándose. Me precipite más. No podía parar.
—¡Detente ahora mismo, humana! —Me golpee con una roca en el tobillo, pero no pare. El dolor se escurría en mi tobillo, lo ignore. Me urgí mas en correr. Estaba a unos pasos de alcanzarme, no lo permitiría. Con el aliento acelerado recogí una roca grande y unos garrotes de madera. Se los avente con fuerza. Mi acción lo descoloco y le tome ventaja. Cuando estaba por perderlo de mi visión. Percibí su voz gritando con intimidación.
—¡Su majestad te encontrará y te asesinará maldita humana! —rio con una sonorosa carcajada que resonó hasta no oírsele más. La amenaza me calo hondo. Era certero que lo de asesinarme lo cumpliría de no ser así no estuviera en esta situación.
Examine la zona asegurándome de que no me persiguiera. Solté el aire con alivio. Al no ver rastro de Anselmo. Pero no me fie. Continue caminando rápido a pesar de la molestia de la percusión en mi pie. Los minutos se me hicieron largos y no vi ningún movimiento cercano, pude sonreír tranquila con la corazonada de que logré dejarlos atrás. La travesía que tome no me estaba llevando a ninguna estancia trascurrida. Habían pasado horas y aun no daba con una región habitable. En verdad que gaelania es extraño. Las nubes que fondeaban el cielo se fundieron de color purpura de repente sin explicación. Bajé la mirada centrándome en mi marcha.
Agudicé la vista, a unos metros de distancia se ubicaba un caserío ajetreado, pero para llegar tenía que atravesar un puente de madera en mal estado. El musgo y plantas se cernían en el. Llené mis pulmones de aire y con pasos pausados me subí al puente. Primero me sujete de la cuerda que detenía las tablas. Mis dedos se apretaron a la cuerda y aun sin desearlo mis pupilas dieron con la gran altura del puente y el rio que se acumulaba abajo. El material se movía por cada zancada que daba. A esto también se le agregaba que mis dedos no se estaban deteniendo por el resbaladizo musgo. No mires, no mires, no mires... me repetí apretando los dientes. Le tengo pavor a las alturas. No sé cómo me he convencido de estar arriba. Los muslos me bailaron en cuanto puse un pie en tierra firme. Mire al cielo con agradecimiento y me limpie las gotas de sudor que resbalaban en la frente.
La población esta concurrida, en la entrada hay dos soldados con espadas custodiándola. La gente pasaba a la par, pero nadie se fijaba en mí. Es como un mercado, solo que la vestimenta es antigua. Las mujeres con vestidos largos y un trapo amarrado a su cintura, con un moño alto afianzado por una cinta del color de su vestido. Los hombres con trapos hasta la rodilla de dos fondos y cabello extenso que les colgaba debajo de los hombros.
Me quise reír por tan extraño panorama. Parecía que estaba metida en una de esas películas arcaicas. Detuve la risa, no es conveniente llamar la atención. Los gaelanos comerciaban frutas, pan, animales y varias clases de telas. La calle es empedrada, en la línea de en medio pasa la gente comprando y en el lado izquierdo y derecho lo ocupan los vendedores ofreciendo su negocio.