El crepitar de unas ruedas me zarandea, me remuevo inconforme de que alguien fastidie mi descanso. Me recuesto sobre un hombro, importándome no saber su procedencia. Acomoda, vuelvo a reposar es así por un tiempo considerado. Hasta que mi anatomía sale desbordada hacia delante, amplio mis pupilas. Una muñeca de piel de porcelana me aferra con agilidad. Subo mis ojos buscando a mi héroe que me ha salvado de romperme la cara.
Mauro.
Le contemplo, sonriente. Me alegra que Sabas los dejará libre. El de pronto me agarra firmemente y me jala hasta envolverme con su cuerpo. Aún adormilada solo ubicó mis manos rozando su espalda. Es entonces cuando capto mi brazo izquierdo amarrado por un trapo negro. Alguien debió tancar mi sangre. Me pregunto, ¿qué tan furioso esta Sabas? Me meneo tratando de apartarme en cuanto Mauro por muchos minutos no se separa. Después de mucho por fin me suelta. Me apoyo con firmeza en el asiento. Celina esta posada a mi lado me observa con una mirada brillante.
—Gracias, ¡gracias a usted salimos! —Se me tira encima y sonrío por su entusiasmo.
—¿No te duele nada? ¿Estás bien? —Palpó su cuerpo con disimulo, buscando heridas. Me alivio al detectar que no las hay.
Celina niega.
—¡Estoy muy bien! Solo duele en el momento que me hirieron. Después las heridas sanan en un corto tiempo. —Contesta.
—Oh, entonces...¿aunque los hieran jamás les quedara permanente?
—No. Salvo que sea el fuego del Rey Sabas, esas heridas si que son permanentes. —Dice mirando a su hermano que está distraído.
Vaya, no se si es una fortuna o una maldición. No les queda cicatriz, pero el dolor siempre estará ahí. ¿Pero porque con Sabas es diferente? Realmente no comprendo este mundo.
Me enfoco en mirar el precioso atardecer que se está manifestando en todo su esplendor que con el pasar de minutos empieza a oscurecer. Escucho el canto de los grillos que salen al nomas percibir la oscuridad. Colocó mi mano en mi barriga al oír mis tripas rujir de hambre. Me agarro de un lado del carruaje al sentirlo frenar sin cuidado. Los tres nos movemos con incomodidad al chocar nuestros cuerpos por el poco espacio. Desde el interior acató los gritos furiosos de Sabas. Debe estarles regañando. Me compadezco de esas pobres almas.
El carruaje es abierto y un señor con un gorro nos recibe con sus pupilas azules cristalinas.
—El rey ordena que bajen. Pasaremos la noche en el bosque. Hasta mañana seguiremos con nuestro viaje, hasta llegar a Endenia. —Se pasa los manos por su pelo corto y con una pequeña reverencia se va.
Volteo a ver a Celina.
—¿Endenia? —Consulto.
—Es una región un poquito grande, tiene muchos habitantes. El Rey Sabas desea que todos los pobladores le sirvan y sigan obedientemente. —Explica Celina sin titubear.
Asiento, abarcando sus palabras. Y me pongo de cuclillas.
Me entretengo un rato viendo al montón de hombres que trae consigo Sabas, todos inician a clavar unos varas en la tierra, una en cada lado. Formando un cuadro. Y otros se encargan de recoger hojas secas.
Al voltearme, miro que estoy sola. Celina pensó quizás en ir ayudar. Me paró al sentir mis pies adormecidos por estar tanto tiempo acurrucada. Doy vueltas por el alrededor. Estirándome. Me quedo quieta. Estoy sola. Es el momento. No hay nadie cerca. El solo pensarlo una vez más mi cerebro se activa. Ayer perdí mi oportunidad, pero no podía luchar contra mis principios. Era primero salvarles. Tal vez pueda lograrlo. Soy consciente que estoy en desventaja, porque no se en donde estamos varados. Pero prefiero mil veces intentarlo que quedar con la duda.
Tarareando troto despreocupadamente, examinó una vez más el area y no mirando presencias cerca ingreso en un camino estrecho y oscuro. Aglomerado de palos secos. Ando despacio, no creo que alguien se dé cuenta que me he ido. Todos estaban concentrados en sus respectivas tareas. Exhalo, al descender una bajada llena de piedras. Tengo que tener más cuidado, al no tener nada que me alumbre. Estoy casi caminando a ciegas.
Me quito del camino en el instante que escucho el relincho de unos caballos. Me ubicó detrás de unos trozos gruesos recién cortados. Un carruaje se para en el centro y un hombre vestido todo de negro sale del otro lado de la calle.
—Su alteza, Sabas Spinsters está de camino a Endenia. —Esa voz. Creo haberla escuchado en algún lado. El individuo que guía a los caballos se baja de su asiento y pone una pequeña escalera, extiende su mano y un gaelano se presenta con orgullo.
Alza su cabeza y un escalofrío me recorre en mi piel.
Ezar.
Detallo más al hombre de negro, hasta percibir que es Anselmo. Esta muy oscuro, pero esa cabeza rapada es inconfundible. Suponía que estaban en Penia ...¿acaso está calle es para llegar a Penia ?
Joder.
—Sabas, Sabas...—Murmura Ezar con enojo. —¿Piensas aliarte con Berenet?...eso...—Se ríe. —Es tan ridiculo de tu parte. El inútil de Berenet no puede hacer nada contra mí.
—¿Mantengo la vigilancia en ellos? —interroga Anselmo.
Los están espiando. ¿Lo habrá notado Sabas? Seguro que si. Sabas no es ningún tonto.
—No es necesario. —Dice mirando en dirección en donde se está hospedando su enemigo.—Él ya no puede hacer nada contra mí. Yo soy el Rey le moleste a quien le moleste. —Se gira a ver a Anselmo. —¿Has encontrado a la humana ? —Su voz sale fuerte.
¿Qué? Aún me están buscando. Pero si ya paso casi una semana, pensé que ya me habían descartado. No entiendo cuál es su obsesión por matarme. Dejarme ir no le hará daño a nadie.
—La humana...—Anselmo vacila en responder. No...él...¡¿me vio?! —.Esta con Sabas, su alteza.
Estaba con él.
Suelto una fuerte exhalación.
—¡¿Qué hace la humana con él?! —Brama Ezar encolerizado. Ensarta un puño en el carruaje.
—No lo sé. Pero...
—¡¿Pero que ?!
—Sabas parece protegerla, le vi subiéndola al carruaje y poniéndole un trapo a su brazo herido. —Ezar se tira una carcajada. Anselmo y el hombre del carruaje lo ven en silencio.