El cielo está muy nublado, las nubes parecen cargadas de mucha agua que está a punto de caer y mojar nuestros cuerpos.
Anselmo está sentado en un trozo de madera y cada cinco segundos gira su cabeza aguardando por alguien. Trato de alzarme, pero con mis pies y manos amarradas es inaccesible. Me quejo y revuelvo en el suelo, convulsiono intentando botar el trapo que metió en mi boca y que me impide hablar.
Introduzco un dedo con dificultad en el lazo. Buscando el nudo para poderme soltar, justo cuando lo tengo a mi alcance, el monte se menea y Anselmo sonríe.
Un estremecimiento me sacude al ver a Ezar parado con sus ojos sombríos puestos en mí. Con cada paso que da una sombra de oscuridad se apodera de sus pupilas dilatadas. Su rostro está pintado de gotas de sangre que le chorrean hasta llegar a su cuello. Alejo mi cara en el instante que el aproxima sus dedos queriendo tocar mis pómulos, incapaz de resistirme el atrae mi cara hasta tenerme cerca suyo.
—Te encontré— Ríe.
Aprieto los dientes.
Uno de sus dedos tantea mi cuello, me agito rechazando su contacto.
—Su alteza, creo que deberíamos marcharnos, Sabas Spinsters no tardará en alcanzarnos. —Recomienda Anselmo vigilando a su costado.
Una vena salta en la frente de Ezar al oír el nombre de Sabas.
— ¡Cállate! ese maldito... —Cierra sus párpados y respira entrecortadamente.
Su odio es notorio. Me giro al escuchar un pequeño ruido, casi inaudible entre los árboles. Nadie. Arrugo mi cara cuando percibo el ardor en el borde de mi boca por tenerla tanto tiempo en esta postura. Pruebo verbalizar alguna palabra, pero solo me salen oraciones incomprensibles.
Ezar me arroja de cabeza en su torso.
—Hoy es el día que todos los galeanos te verán morir, humana. — Comienza andar. Niego.
Anselmo va liderando el camino, apartando y cortando con su espada unas ramas que obstaculizan el paso. Me sangoloteo, cuando observo que estamos llegando a un carruaje que está muchos metros de distancia de donde deje a Celina.
Ezar me está tirando a la tierra, cuando de la nada un feroz aire lo manda a volar varios metros lejos, su cuerpo cae desplomado y un gemido de dolor sale de su boca. Anselmo gruñe enardecido y busca la causante, pero solo estamos nosotros.
—¿Qué mierd... —Es aventado más lejos que Ezar. El polvo se levanta cuando el cae.
Anselmo se mueve vomitando sangre.
Ezar pone una mano en el suelo logrando erguirse. Pero una llamarada de fuego del tripe de su altura se coloca en el centro, dejando una división entre ellos y yo.
Suspiro aliviada. Sabas está aquí.
Su pelo plateado se mira casi rojo al igual que su piel. Sin hablar rápidamente me toma en sus brazos y subimos en el aire.
—¡Sabas! —Ruge Ezar, su voz se la traga la lejanía.
De improviso, Sabas pierde el control y sudor recorre su cara, el viento nos empuja violentamente hacia abajo, por unos segundos se asimila que está estable pero somos expulsados. E impactamos en un terreno que está próximo de un inmenso abismo.
El choque hace que la bola de trapo salga despedida de mi boca. Afortunadamente estoy encima de Sabas, que aún no me suelta.
Sabas se encorva palpando su pecho. Sus uñas se traban en su ropaje y un tortuoso gruñido brota de sus labios, como si estuviera siendo perforado por algún objeto. Su mano aprieta mi muslo que es de donde me está agarrando. Me muevo y alcanzo el nudo, liberándome. Sabas está demacrado y rechina sus dientes con algo de furia.
Induzco su muñeca a quitarla de mi pierna cuando me estruja con demasiada fuerza. Pero él levanta sus ojos y me mira con rabia, sin retirar su mano.
—¿Deseas huir nuevamente, humana?
Lo veo sin entender.
—No estaba huyendo, al menos no de ti.
Suelta una exhalación violenta.
—¿Qué mierdas de relación tienes con Ezar? ¿Qué carajos hacías con él? —Sus pupilas naranjas me ven intensamente con el enfado pronunciando cada uno de sus rasgos.
—Yo...él...—Vacilo en responderle sus luceros me intimidan.
Paso saliva.
—Él desea matarme.
—¿Él. Te. Quiere. Matar? —Verbaliza con lentitud.
—Si...
En un par de segundos Sabas está solo un paso de mi. Parpadeo y mi corazón brinca en un latido.
—¿A caso el desea morir? — Roza mi cuello, y permanece viendo fijamente mi pecho.
Sus pupilas chocan con mis ojos, mirándome, soy consciente de cómo sus orificios revolotean en mi cara. Hasta enfocarse en mis labios. Humedezco mis labios sintiéndolos muy secos. De repente Sabas se endereza, dándome la espalda. Agacho mi cabeza, sintiéndome extrañamente exaltada. ¿Porque mi rostro está caliente?
En un santiamén estoy detrás de Sabas con él poniéndome la mano y un molesto Ezar enfrentándonos.
—No te la puedes llevar, Sabas. — Masculla Ezar.
Anselmo está atrás de él.
—¿Quién lo impedirá? ¿Tú? —Habla sarcásticamente Sabas.
Ezar se tensa. Sus mejillas están coloradas por la ira. Se para firme y saca a relucir su espada afilada, tomándola con sus puños apretados.
—Yo no, mi espada si. —Ataca, echándose a correr con un gran salto y lanzando la espada en dirección de la cabeza de Sabas.
El hombre de fuego pone su mano, bloqueando el ataque, pero desafortunadamente el dolor que lo asaltó hace unos minutos, vuelve y esta vez yo lo experimento, también.
El golpeteo de mi corazón se agiliza, la molestia me rodea hasta llegar a mi pecho. Las punzadas me embisten una por una, cada pinchazo es más doloroso que el primero. Sujeto mi pecho, aprisionándolo para que pare de martillar. Es.. desgarrador. Es como si muchos agujas están excavando en un solo lugar.
Sabas apenas logra estar de pie con su brazo aún levantado. Entre la bruma sus pupilas me atrapan.
—No te apartes de mi lado. —Articula con vigor.
Ezar nota lo débil que está Sabas. Y no desaprovecha la oportunidad. Poco a poco va dando un paso más y depositando más empuje en su espada, hasta que Sabas se encuentra retrocediendo para que no me toque. Anselmo se pone a la par. Rápidamente estamos a la orilla del acantilado que solo se atribuye neblina hasta el fondo.