El lunes por la tarde, el director aún no había llegado al colegio, así que el profesor Carbajal les pudo prestar los tambores durante una hora para que practicaran y se adaptaran antes de su prueba de ingreso. Después de esto, los llamó y luego los puso a tocar los tambores. Tocaron bien las tres marchas seguidas, pero el profesor insistió, y les dijo:
—Ahora toquen la marcha tres de nuevo —les dijo mientras ellos tocaban a mitad de la marcha dos—. ¡Ahora la uno, cambien rápido! —Cambiaron, pero trastabillaron con las baquetas—. ¡La tres! ¡La dos! ¡De nuevo la tres! ¡La uno!
A Julius se le cayó una baqueta y Ósver se confundió de marcha. El profesor, con una cara seria, les dijo:
—En un desfile escolar, yo guío como un director de orquesta. Les voy indicando las marchas que tienen que tocar en el orden que yo decida. ¡Son ocho marchas!, y estamos por sacar una nueva. Si durante el desfile alguien deja caer una baqueta o se equivoca, ¡nos hará quedar como payasos frente a todos! ¿Está claro?
Los dos permanecían en silencio, con miradas luctuosas, mientras sus ilusiones se desvanecían. «Las embarramos», pensó Ósver. «Las fregué», pensó Julius. El profesor siguió añadiendo:
—Sin embargo, lo hicieron mejor de lo que esperaba. Es la primera vez que tocaron los tambores y, además, tocaron las tres marchas seguidas —suspiró, los recorrió con la mirada y remató—: Están adentro.
Ellos iban a saltar de la emoción, hasta que el profesor les dijo:
—¡No se emocionen tanto! Todavía les faltan seis marchas por aprender, y la última es la más difícil. Además, en un mes tenemos el concurso departamental de bandas escolares que se realizara en esta ciudad. Así que, si no ensayan y se ponen al nivel de sus compañeros, ¡los saco de la banda! ¿Entendido?
Contendidos de emoción respondieron:
—Sí, profesor.
Todas las tardes practicaban con la banda marchando alrededor de la gran cancha de tierra. Edmundo se había ausentado durante dos semanas por motivos de salud. Una tarde, al regresar, se llevó una gran sorpresa al descubrir que Ósver y Julius ensayaban con la banda. La noticia no le sentó bien.
—Y ustedes, ¿qué hacen aquí? —preguntó Edmundo.
—Nosotros ya pertenecemos a la banda —respondió Ósver.
—Pero ¿cómo? O sea, ¿han ganado una convocatoria? No me explico.
El profesor escuchó lo que les preguntó Edmundo, pasó entre las filas donde estaban ellos, y dijo:
—Sí, ganaron mi convocatoria. ¿Algún problema?
Edmundo contrariado, bajó la cabeza y siguieron tocando las marchas musicales. Ósver y Julius nerviosos, comenzaron a tocar sus tambores de forma agitada, lo que hizo que no marcaran el paso en armonía con la marcha musical.
—¡Marquen bien el paso, carajo! ¡¿Qué les pasa?!
El profesor sabía bien qué les pasaba; tenían miedo de que Edmundo vaya con el chisme al director, y eso también le preocupó; no quería meterse en líos con el director.
Al día siguiente, en el colegio, Edmundo confabuló con algunos compañeros del aula, para no incluir a Ósver y Julius en el fulbito del recreo. Durante toda la semana les daban excusas: «¿Por qué no llegaron antes? Ya estamos completos», o «Estamos practicando para el campeonato del próximo año y solo juegan los titulares», y cosas por el estilo. Nunca les permitieron jugar. Sin embargo, Edmundo no se quedó tranquilo; subió al segundo piso, a la oficina del director para contarle el chisme. Justo lo encontró saliendo de su despacho y le dijo:
—Director, muy buenos días. Soy Edmundo Corvejón, alumno del cuarto «B» de primaria. Me gustaría comentarle algo que sucedió en la banda musical del colegio.
—Dime, Corvejón, ¿qué sucede?
Le explicó al director las irregularidades del ingreso de Ósver y Julius a la banda, señalando que iban en contra de las normas del colegio y, como director, tenía que hacer prevalecer los estatutos de la institución educativa. El director lo escuchó y le dijo:
—Corvejón, el profesor Carbajal ya me comunicó sobre el asunto. De ahora en adelante, la elección de alumnos para la banda del colegio dependerá de él, ¿correcto?
Edmundo inspiró y exhaló. Luego respondió arrugando los labios:
—Sí, director.
Faltaba un día para el concurso de bandas. Los ensayos se volvieron cada vez más intensos y prolongados, al punto de que Ósver y Julius regresaban a sus casas a las siete de la noche. Se habían adaptado bien a todas las marchas, sin importar el orden; solo les quedaba perfeccionar la marcha nueve. La abuela Lucía le había comprado sus baquetas de lloque, sus escarpines, guantes blancos y una nueva camisa con los cordones distintivos de la banda musical del colegio.
El día del concurso, la banda comenzó a recorrer la avenida principal de la ciudad, subió por la calle Piura que llegaba al inicio de la calle Moquegua. Todas las bandas de distintos colegios a nivel departamental se alinearon en fila india por la calle Moquegua, hasta llegar al estrado principal que era la plaza de armas, donde se encontraban el jurado y la mayoría del público.
La fila de bandas escolares era casi interminable; tan larga que se extendía por calles aledañas, convirtiéndose en una serpiente que abarcó muchas cuadras. Cada banda sería dirigida por su profesor o profesora de música, que estaría al frente conduciendo la marcha. Había varias bandas favoritas para ganar el concurso, la mayoría conformadas por alumnos de secundaria, tanto hombres como mujeres. Sin embargo, la banda del colegio Médico Docente solo contaba con cuatro alumnos de secundaria que tocaban instrumentos grandes y pesados; el resto eran alumnos de primaria.
Editado: 06.01.2025