Game Ósver

Una prótesis en el trasero

La siguiente noche, salieron de casería en busca de presas jóvenes y de cuerpos tentadores. En la calle Moquegua, la pandilla vio a una chica de buen cuerpo que estaba de espaldas. Edú, al verla, le dijo a Ósver:

—Es tu oportunidad... mira, no te pedimos que la manosees, nos conformamos con que inaugures el primer matacholaso de la noche.

Ósver tomó valor y empezó a girar su matachola como una huaraca Inca. Trotó hacia la chica con una determinación desesperada, y al llegar a su lado, le descargó un matacholazo brutal en la espalda que la hizo retorcerse de dolor. Cuando ella volteó, no resultó ser una chica dulce y bella; en cambio, resulto ser un travesti de mediana edad, canoso, con una prótesis en el trasero y pechos postizos que colgaban de forma grotesca. Ósver, horrorizado por la revelación, dio media vuelta y echó a correr hacia el complejo Belén, su único refugio en ese caos. Detrás de él, el travesti, conocido como «Pepi», se quitó los tacones con una furia contenida para lanzarse tras él en una persecución implacable. Pepi se detuvo en el punto donde el resto de la pandilla aún estaba, y les dijo con un tono cargado de cólera:

—¡¿Qué les pasa, críos de mierda?! ¡¿Acaso estoy jugando con ustedes?!

—¡¿Y acaso te hemos hecho algo nosotros?! —respondió Edú, apretando los puños.

—Su compinche se ha metido en el complejo Belén, ¿no es cierto? Ahora mismo voy a sacar a ese crío a patadas.

Ósver, en su desesperación por huir, se adentró en un callejón estrecho. Descendió por una escalera que lo llevó a unas viviendas. Entonces vio un cilindro con bolsas de basura y se introdujo en él. Se acomodó bien y colocó las bolsas malolientes sobre su cabeza para que el travesti no lo viera si pasaba por ese lugar. Mientras tanto, Pepi ingresó al complejo y lo buscó hasta llegar al cilindro de basura. Ósver se aguantaba las arcadas debido al ruido que hacían. Al ver que no había nadie, Pepi, junto al cilindro de basura donde se encontraba Ósver, dijo:

—¿Dónde se habrá metido ese mocoso atrevido? Si no estuviera con vestido, lo hubiera alcanzado.

Ósver estaba a punto de vomitar, pero para su suerte, Pepi se fue del lugar. Ósver salió de su escondite y, mientras subía por las gradas, vomitó.

Pepi salió afuera del complejo, donde estaba el resto de la pandilla. Agarró al menor del grupo, un púber de nombre Ramiro, lo tomó del antebrazo, y dijo al resto:

—¡Traigan a su compinche si no, no lo suelto!

Ramiro empezó a llorar. Al ver esa escena, Kike sintió coraje, y le dijo:

—¡Oye, idiota, suéltalo! ¿Quién te crees?

—¡Entonces traigan a su compinche, carajo! —exclamó Pepi.

—¡Oye maricón de mierda! ¿Sabes lo que haces? Estas forzando a un niño a irse contigo. Además, aquí todos somos menores de edad. ¿Quieres que llamemos a la policía?

—¡Llama a la policía, carajo! ¡Llámala!

—Acá, entre los tres —señaló a Ángel y Edú—, te podemos sacar la mierda y la policía nos va a dar la razón. ¿Tú crees que la policía te va a dar la razón? Eres un idiota si crees que la policía va a darle la razón a un hombre viejo que se viste como mujer y que vende su cuerpo. ¡Imbécil, somos menores de edad! Es mejor que te largues y te la pasamos por esta vez.

Pepi tomó conciencia de que eran menores de edad, se asustó y se fue del complejo Belén. Ósver, desde lejos, observó toda la escena, salió rascándose la cabeza con un hedor a letrina que lo rodeaba como una nube asquerosa. Kike se le acercó, y le dijo:

—¡Oye, huevón, pintaste a un cabro!, ¡ja, ja, ja!

—Pensábamos que se iba a llevar a Ramiro, ¡ja, ja, ja! —empezó a reír Ángel, golpeándose la rodilla con la mano mientras se echaba hacia atrás.

—¡Eres la cagada! Yo pensé que era un hembrón con un culazo, y cuando ella volteó era un cabraso, ¡ja, ja, ja! —dijo Edú, a carcajadas, casi sin poder sostenerse de la risa.

—Todavía no vayas a salir, puede estar esperándote a afuera para llevarte a su gremio, ¡ja, ja, ja! —dijo Ángel.

—Oye, apestas. ¿Qué te ha pasado? —preguntó Kike.

—Es que... me escondí en un cilindro de basura, por eso no me encontró. Je, je, je.

—¡Lo que faltaba! Ja, ja, ja —rió Kike, y todos se carcajeaban tanto que les costaba respirar.

Ósver veía cómo sus nuevos amigos reían de lo ocurrido esa noche. Al final, también decidió reírse; así pudo encajar en el grupo, mientras el hedor a basura se le pegaba a la piel como un percebe.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.