En el billar, Edú y Kike murmuraban entre ellos mientras jugaban: «¿cómo ayudamos a Ósver a ganarse el corazón de Ailice?, ¿cómo este gordo afiebrado podrá ganarse la voluntad de esa flaca petulante?». Ósver escuchaba entre cuchicheos cómo intentaban encontrar una solución a su enredo amoroso; era un nudo gordiano que tendrían que desatar.
—Ósver, presta atención —dijo Edú—. Necesitas comprarle un peluche. Kike se encargará de entregárselo cuando ella pase por el complejo Belén. Por eso, debes venir todas las noches, ya que no sabemos cuándo pasará, pero el peluche debe estar listo y envuelto en su bolsa de regalo.
—Por el momento, es la mejor idea que se nos ocurre —añadió Kike—. En cuanto veamos a la flacucha, la seguiré y le entregaré el regalo en el camino. ¿Estamos de acuerdo en eso?
Al día siguiente, los tres fueron al mercado. Ósver había apartado dinero de sus propinas para comprar aquel peluche. Llegaron a una tienda de regalos para enamorados y observaron cuál podría ser el peluche adecuado.
—¡Ese, al lado del Pato Donald! —exclamó Edú con una sonrisa.
—¿Un Winnie Pooh? —preguntó Ósver incrédulo.
—Claro, se ve gordito y tierno, así como tú, ja, ja, ja. Además, todavía tiene su vasija de miel. Con este peluche, la derretirás.
Así empezaba a gastarse el dinero que había ahorrado para comprarse unas zapatillas Nike Air Presto, puesto que las Nike Air Flight estaban descontinuadas; unas zapatillas por las que había soñado desde niño.
En la noche, esperaron a que Ailice pasara por el complejo, pero no apareció. Todas las noches los tres la esperaban, pero ella no aparecía. «Después del susto que le di con la matachola, dudo que vuelva por esta ruta», pensó Ósver, moviendo las rodillas por la ansiedad.
—No creo que pase por aquí. Será mejor que nos vayamos —opinó Kike.
—¿Cómo qué no? —replicó Edú—. ¿Y quién es esa que se ve al fondo?
Ósver, como un pusilánime, dio un salto y se adentró en el complejo Belén corriendo hasta el parque. Se mordía las uñas por la incertidumbre. Mientras tanto, Kike siguió a Ailice. Después de unos veinticinco minutos, Ósver vio a Kike entrar al complejo Belén. Corrió hacia él y, al acercarse, se dio cuenta de que aún tenía el peluche. Entonces le preguntó:
—¿Qué pasó? ¿No lograste alcanzarla?
—Si lo hice, pero no quiso recibirlo. ¡Me humilló la esquelética!
Kike le relató a Ósver que la había perseguido hasta la calle Huánuco, donde vivía la abuelita de Ailice, y que le había mostrado el peluche diciéndole: «Hola Ailice, esto te lo envía Ósver, ¿te acuerdas de él?». Luego le contó que ella lo había mirado de pies a cabeza y le había dicho: «¡Chino, no me molestes! ¡Voy a decirle a mi mamá! ¡Yo no quiero nada!», para después cerrarle la puerta en la cara.
—Toma tu peluche, no pienso ayudarte más. Esa cría es una creída. No ha cambiado ni mierda, sigue igual de jodida —concluyó Kike.
—Seguro se lo dijiste con una cara de sádico —dijo Edú, que acababa de ingresar al complejo Belén—. Para la próxima, yo se lo entregaré. No te preocupes, «Chino Ósver».
Ósver guardó el peluche en su mochila y se dirigió a su casa. Sacó su Walkman y sintonizó su emisora favorita, Radio A, con Marco Antonio Vásquez al micrófono. Mientras la voz del locutor llenaba sus oídos, sus pensamientos se chocaban entre sí como partículas atómicas, generando un caos de ideas que lo mantenía en vilo. Su mente era una entropía, un torbellino de desorden buscando desesperadamente una forma de llegar al corazón de Ailice. De madrugada, se despertó de golpe, con una idea que emergió de un sueño. Sacó un papel de su cuaderno y comenzó a escribir:
«Hola Ailice. Soy Ósver, el chino gordito que vivía al frente de don Mario. Espero que me recuerdes. Disculpa si te asusté la última vez; sé que en algún momento podré explicártelo. Te envío este presente porque me gustaría volver a conocerte. Sé que nos conocimos desde niños, pero eso quedó en el pasado. Deseo de todo corazón que te haya gustado el obsequio. Atentamente, Ósver».
Lo metió en un sobre, lo dobló y abrió el papel de regalo con cuidado. Sacó el peluche de Winnie Pooh, abrió el cierre que tenía en la espalda y colocó la carta entre la felpa. Después, intentó dormir hasta que lo logró.
A la mañana temprano, se dirigió a su ex colegio Médico Docente, que estaba abierto, e ingresó. Recorrió los pabellones recordando sus aventuras con Julius. Recordó como ciertos alumnos habían encontrado un camote de ocho kilos detrás de un pabellón, y el director lo exhibía con orgullo durante la formación matutina en el patio del colegio, sin saber que el camote había sido nutrido con aguas hervidas debido a una fuga en los baños del colegio.
—¿Habrán comido ese camote? —se dijo a sí mismo Ósver, con una media sonrisa, mientras regresaba hacia la puerta de salida.
Luego, Ósver divisó, a través de las rejas del colegio, a Ailice y a su mamá caminando en dirección al río. Él las observó entrar a una casa. Concluyó que esa pequeña casa era el hogar de los padres de Ailice. «Entonces, la casa de la calle Huánuco es donde vive su abuelita y ella la visita casi todos los días; luego se regresa. Pero, ¿a qué hora? ¿O se quedará a dormir allí?», se preguntó en sus pensamientos, creando un bucle en su cabeza cada vez que los reflexionaba. Más tarde, tuvo una idea y se la comentó a Edú en la misma noche.
Editado: 06.01.2025