—¿Cómo te ha ido? —preguntó Kike—. Por si acaso, le dije a tu abuela que te estabas cayendo a cada rato y que te llevaran al hospital. Después de unos días, fui a buscarte, pero tu abuelo me dijo que habías viajado a Lima.
—Ah, sí, estuve en el hospital, pero no es nada grave, solo es un problema muscular que se arregla con unas terapias, y viajé a Lima por unos asuntos familiares ―dijo Ósver, ocultando la verdad de su enfermedad.
—Vamos donde Edú —propuso Kike—. Su mamá le ha comprado un PlayStation 2 con varios juegos.
En la casa de Edú, jugaron durante horas y horas. Como era de esperar, no lograban vencer a Ósver en ningún juego, pero él se divertía más al ver jugar a Edú con Kike. Por momentos, se olvidaba de sus padecimientos.
—Ósver, más tarde vendrán dos amigas. Quédate para que las conozcas —le dijo Edú.
Saúl, Cristopher y su padre habían viajado a la ciudad de Arequipa para competir en un torneo de pelea de gallos. La mamá de Edú trabajaba en una posta de salud en un poblado de la serranía de Moquegua. Así que la casa estaba a merced de Edú y sus amigos.
Ellas llegaron en la noche, y las condujeron al cuarto de Saúl. Ósver y Kike estaban en la habitación contigua.
—¿Te vas a quedar aquí? —preguntó Kike—. Yo me voy, tengo que cuidar la cochera.
Kike estaba intranquilo, incómodo, algo raro en él, a diferencia de Ósver que estaba relajado, tumbado en la cama jugando con la PlayStation.
—Yo me voy a quedar, pero no voy a ir al cuarto de Saúl —dijo Ósver.
Unos amigos de Edú, a quienes Ósver no conocía, llegaron y se dirigieron al cuarto de Saúl. Ósver los vio pasar por la ventana. Edú abrió la puerta donde estaba Ósver, y le dijo:
—Vamos al otro cuarto para que conozcas a las chicas.
—Me quedaré aquí jugando con la Play, vayan ustedes, diviértanse —dijo Ósver, sin soltar el mando de la Play, concentrado en su juego.
Las horas pasaban y Ósver no se aburría de jugar. Era la primera vez que tenía a su disposición una PlayStation. Él escuchaba en el cuarto de al lado como reían, tomaban y bailaban. Pero unas horas más tarde, solo se escuchaban algunas palabras mezcladas con la música: «ahora es mi turno, sácala a tiempo, no te vayas a vaciar adentro, ya la cagaste». Los amigos de Edú salieron del cuarto de Saúl y se fueron a sus casas. Edú entró al cuarto donde estaba Ósver, y le dijo:
—Ven, ayúdame.
Ósver entró a la habitación de Saúl. Las chicas yacían desnudas en la cama con chorros de semen por sus cuerpos. Ósver salió de la habitación porque le dieron nauseas por los olores fétidos de tragos y fluidos corporales, pues ellas parecían estar drogadas y alcoholizadas.
—Ayúdame a bañarlas y a ponerles su ropa, no tengas miedo, están dormidas —dijo Edú.
—Te ayudo a vestirlas, pero tú las bañas —dijo Ósver.
Edú llevó una tina con agua y un jabón al cuarto y les dio un baño de esponja.
—Listo, ya las bañé, ayúdame a cambiarlas. ¿Qué pasa?, ¿acaso no has visto a una mujer desnuda?
Ósver nunca antes había visto a una mujer desnuda en persona, salvo en las páginas pornográficas de las cabinas de internet o en las antiguas revistas de Playboy, Penthouse y Hustler de su padre.
—¡Carajo! Ahora este calzón, ¿de cuál chica será? —preguntó Edú, confundido—. Hay que ponérselo a cualquiera —agregó, riéndose.
Ósver ayudaba a Edú a vestir a una de ellas, y trataba de no mirar las partes íntimas de la chica. Sin embargo, Ósver cedió ante la curiosidad y se quedó perturbado al ver la vagina entreabierta de aquella adolescente, la cual desprendía un olor desagradable que revelaba la vida promiscua que ella llevaba. Entonces, Ósver, reconoció el rostro de esa chica. Era la amiga con la que Édgar había cometido la perfidia contra Ailice. De pronto, ella comenzó a moverse.
—Esta pendeja ya se está despertando. Apúrate, pásame su sostén para ponérselo. Cuando despierte, tiene que estar vestida —dijo Edú en apuros.
Edú y Ósver terminaron de vestirlas. Una de ellas, la misma que Ósver había visto con Édgar, se sentó en la cama agarrándose la frente debido a la migraña. Minutos después, la otra despertó, pero Ósver ya no estaba en la habitación.
—Me voy a mi casa; van a ser las seis de la mañana, mis abuelos deben estar preocupados porque me fui —dijo Ósver.
—Quédate para que las conozcas, les vas a caer bien —dijo Edú.
—Pendejos, ¿ustedes no las violaron? Van a pensar que yo estuve involucrado.
—¡Ja, ja, ja! ¿Violarlas?, nada que ver. Ellas ya sabían a qué vinieron; es más, se quedarán aquí hasta el mediodía.
Editado: 06.01.2025