Game Ósver

El borracho

Ailice, en su cocina, preparó un cóctel a base de macerado de damasco para celebrar el encuentro improvisado. Sus manos se movían con destreza al preparar aquel trago, mientras el aroma del damasco inundó el ambiente con su fragancia embriagadora. De repente, tocaron el timbre del departamento. Ailice se acercó a la ventana, miró quién era y, del susto, retrocedió dos pasos atrás. Después, se aproximó a Ósver y, en un susurro apenas audible, le dijo:

—Es Kike, está borracho... y quiere entrar.

Ósver le entró un profundo terror que se tornó pálido como las caras pintadas de los actores de un teatro japonés Kabuki. El hecho de pensar que podría enfrentarse a Kike en ese estado le parecía más terrorífico que ver El Exorcista en una casa abandonada a media noche.

—¿Tiene llave? —preguntó Ósver, susurrando.

—No tiene, se la quité —dijo Ailice en el mismo tono.

Ailice llevó a Ósver a un baño de visitas que estaba por la sala, y le dijo:

—Quédate aquí. Voy a intentar no abrirle, pero si Kike sigue tocando como un desesperado, tendré que hacerlo para evitar un escándalo. Lo haré pasar a la habitación para que duerma. En ese momento, tú sales del baño, abres la puerta, caminas y me esperas en la esquina para llevarte a tu casa. ¿De acuerdo? —Ósver no respondía, estaba paralizado por el miedo—. Tranquilo, una mente ágil sobrevive incluso en la cueva del león. ¿Estamos de acuerdo? —agregó Ailice, tratando de darle valor.

Ósver se obligó a mantenerse calmado, trató de contener ese tornado de emociones que se formó en su interior, y respondió:

—Sí, estamos de acuerdo.

Kike seguía tocando la puerta, y en su borrachera decía:

—Amor, ábreme, no me dejes... quiero seguir viviendo contigo... ábreme.

Se sentía abatido. Aunque seguía siendo pareja de Ailice, sentía que ella se alejaba de él; que alguien se la arrebataba. Kike recordó cada mirada esquiva, cada gesto distante de Ailice, lo que le hacía golpear aún más fuerte la puerta. Ósver estaba sentado en la taza del baño, esperando que el enfado de Kike se apagase. Ailice, Minutos antes, había ayudado a Ósver a sentarse, pero en su desesperación, Ósver olvidó que sería mejor esperar de pie. Le sería complicado levantarse si Kike llegara a entrar a la casa. Entonces, Kike empezó a patear la puerta y Ailice no tuvo más remedio que abrirle.

—Amor, no me abandones, yo te amo mucho —dijo Kike, a punto de caer al suelo.

—Cariño, yo no te abandonaré, no sé de dónde sacas esas ideas. Vamos al cuarto para que duermas —respondió Ailice, sosteniéndolo, y se lo llevó a su habitación.

Ósver sintió unos celos que lo carcomían por dentro porque Ailice le había llamado cariño a Kike, algo que aún no había escuchado de ella hacia él. «No es momento de ponerse celoso, concéntrate en levantarte y no hacer ruido», pensó Ósver, tratando de controlar sus emociones. Entonces se puso de lado y se impulsó agarrándose del tanque de agua del inodoro. Con la mano derecha se aferró al lavamanos y, con las piernas temblorosas, logró levantarse. Abrió la puerta del baño con suma cautela y se dirigió hacia la salida mientras Ailice le decía a Kike, quien estaba recostado en la cama:

—Cariño, no pienses que te voy a dejar, nunca lo haré.

Al escuchar esas palabras tranquilizadoras que Ailice le decía a Kike, Ósver se sintió herido como si le hubieran apuñalado hasta hacerle caer los intestinos al suelo. Salió a la calle y cerró la puerta. No quiso esperar a Ailice en la esquina para que lo llevara a casa.

—Cuatro cuadras y llegaré a casa —se decía a sí mismo para darse ánimos.

Al caminar percibía la tensión en sus músculos mientras estos luchaban por superar una suave pendiente. Se apoyó en su bastón y en las barandas de las casas para avanzar, sintiendo como cada fibra muscular experimentaba el maltrato. Su corazón sufría el esfuerzo adicional que él le imponía. Cuando llegó por fin a su casa, sacó su celular del bolsillo y encontró un mensaje de Ailice que decía:

—¿Dónde estás?

—En mi casa —respondió Ósver, tecleando el celular con la frente arrugada.

—¿Por qué no me esperaste? Me tenías preocupada.

Ósver, no le quiso responder la pregunta. El eco de aquellas palabras que Ailice le había dicho a Kike aun sonaban en su mente como una trompeta desafinada, áspera e irregular. Aquel maravilloso encuentro improvisado y furtivo con Ailice se había convertido en un trago amargo como el tocosh. Ósver había entrado de manera oficial a un terreno desconocido: un triángulo amoroso.




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