A la semana siguiente, Kike le dijo a Ailice que viajaría con Abel a la ciudad de Tacna para comprarle ropa, pero no le mencionó que lo iba a llevar para que le hagan un análisis. Cuando llegaron a la ciudad, fueron a un laboratorio que trabajaba en conjunto con otro en la capital, donde se realizaban análisis de ADN. Ahí le sacaron muestras a su hijo para un análisis posterior y luego regresaron a Moquegua. Al día siguiente, retornó a Tacna y primero fue al laboratorio con el que ya había coordinado el día anterior. Le entregaron dos recipientes con hisopos bucales para que pudiera recolectar muestras de cabello y saliva. Aunque los encargados del laboratorio no proporcionaban recipientes estériles a personas ajenas al personal para trajeran muestras de ADN, accedieron debido a que Kike fue recomendado por su jefe, el médico fisiatra, quien tenía relación con los encargados del laboratorio. Después de que le dieron el recipiente, fue con su auto a la dirección que estaba impresa en la tarjeta de la mamá de Ósver. La puerta del estudio jurídico estaba cerrada, pero tocó el timbre del intercomunicador. Pasado un rato, Margarita contestó:
—¿Quién es?
—Mi nombre es Kike, doctora Margarita. Soy amigo de infancia de Ósver y también soy licenciado en fisioterapia y rehabilitación. Le había dado terapia a Ósver cuando él vivía en Moquegua.
—¿Eres Kike? Ya bajo para abrirte, un momento.
Margarita recibió a Kike en la sala de espera del consultorio y le comentó que su hijo a cada momento hablaba de él. También le dijo que Ósver ya no estaba en las mismas condiciones físicas que cuando él lo había visto en Moquegua. Tras estas palabras, ella condujo a Kike a la habitación de Ósver.
El corazón de Kike se contrajo de dolor y angustia al ver a Ósver postrado en una cama. La vista lo golpeó al verlo tan pálido, menoscabado y disminuido. En aquel instante recordó cuando, de niños, competían para ver quién era el más veloz, y cómo nunca pudo superarlo. También evocó los días en que recorrían las calles de Moquegua en sus patinetas, desafiando cuestas y esquinas como si fueran reyes del asfalto sin límites ni barreras. Todo parecía eterno en ese entonces. Pero ahora contemplaba a su mejor amigo conectado a unas cánulas nasales, dependiendo de un concentrador de oxígeno, consciente de que, sin ese aparato, su amigo perecería.
Ósver estaba absorto en la lectura de un libro cuando alzó la vista y divisó a su amigo Kike. Sus ojos se humedecieron de lágrimas. Kike se acercó para abrazarlo y Ósver empezó a llorar.
—Perdóname por no haber venido antes a visitarte, querido amigo y hermano —expresó Kike con emoción.
—No hay nada que perdonar, hermano —respondió Ósver con voz entrecortada, secándose las lágrimas con el antebrazo—. ¡Oye, siempre llegas sin avisar! ¿Y si me estoy cambiando y me ves en cueros? —Ambos estallaron en risas.
Tras una larga conversación, Kike le propuso una terapia completa con masajes, desde los pies hasta la cabeza, y Ósver no dudó en aceptar. Kike empezó con suavidad, trabajando las piernas de Ósver con movimientos lentos y controlados, buscando relajar los músculos tensos sin forzar el cuerpo. Cada masaje era delicado, enfocado en flexionar las piernas de manera cuidadosa para aliviar la rigidez causada por la distrofia. Al llegar a la cabeza, comenzó a masajearle las sienes y el cuero cabelludo, y le arrancó algunos cabellos de raíz con la excusa de que le estaba sacando algunas canas. Los guardó en un tubo estéril, sin que Ósver se diera cuenta.
—A ver, abre la boca. —Ósver obedeció y abrió la boca—. Parece que tienes una periodontitis —dijo Kike, examinándolo.
—Otra enfermedad más en mi vida. No puede ser —dijo Ósver, asustado.
—Pero no es nada grave. Sin embargo, te voy a hacer un hisopado bucal para descartarlo. Justo estoy trabajando con un laboratorio y tengo los hisopos —dijo Kike, mintiendo con el fin de sacar más muestras para asegurarse.
Kike frotó el hisopo en el interior de las mejillas y sobre la lengua. Luego guardó el hisopo en un contenedor estéril. Ósver no sospechó nada, pues Kike era su amigo y solía relacionarse con médicos traumatólogos; no le parecía extraño que ahora estuviera trabajando con algún laboratorio. Después, Kike llevó las muestras al laboratorio y regresó a la casa de Ósver. Se quedó con él hasta altas horas de la noche jugando con la PlayStation 3. Como era de esperar, no podía ganarle, sobre todo en ese momento en que su mente estaba ocupada pensando en los posibles resultados de los análisis.
Editado: 25.02.2025