Lucas vivía por la adrenalina. Desde que descubrió el ciclismo extremo, su vida se convirtió en una constante búsqueda de la bajada más peligrosa, el salto más imposible y la acrobacia más insensata. Su lema: "Si no da miedo, no vale la pena".
Un día, encontró el reto definitivo: una rampa improvisada en la azotea de un edificio abandonado. La idea era simple (y estúpida): tomar impulso, saltar al otro edificio y aterrizar con estilo. ¿El problema? Había un callejón de veinte metros entre ambos.
Con su GoPro grabando, Lucas pedaleó con todas sus fuerzas. En el último segundo, tiró del manillar para levantar la rueda… pero olvidó un pequeño detalle: la ley de la gravedad no perdona. Su bicicleta se elevó gloriosamente por el aire… y luego cayó con una precisión quirúrgica directo al vacío.
El impacto contra un toldo le dio una fracción de esperanza, pero la suerte no estaba de su lado. Rebotó, golpeó un cartel de neón y terminó aterrizando en el interior de una tienda de colchones. Ironías de la vida: el letrero que cayó sobre él decía "SUEÑA EN GRANDE".
El dueño de la tienda, atónito, solo pudo decir: "Bueno… al menos tuvo un aterrizaje cómodo".
Game Over.
Editado: 19.03.2025