- ¿Qué planes tenéis para mañana?
Estábamos recogiendo la mesa, a punto de despedirnos, cuando Julia preguntó.
- Mañana tenemos comida popular. - Le respondió Estela. - Habéis llegado justo para las fiestas del pueblo. Sois muy oportunos.
- ¿Tenéis un plan mejor? - le guiñé un ojo a Lucas. - Os podéis unir, no le importará a nadie.
Se escuchó un golpe en la cocina antes de que Leo apareciera por la puerta. Llevaba toda la camiseta manchada de agua.
- ¿ Qué has hecho?
Todos nos reíamos pero no nos hizo ni caso.
- Ni se os ocurra escaquearos. - Señaló a mi novio y a Julia. - Tenemos que organizar las cosas en el estudio que nos han dejado para cuando lleguen los demás mañana. No me vais a dejar con todo el trabajo.
No sería la primera vez que lo hacían, les gustaba dejarle con toda la faena después de alguna de sus liadas. Como la vez que desapareció un día entero después de salir de fiesta, o cuando terminó cogiendo un avión hacia otro país por ver a una chica, mientras los demás trabajaban.
- ¿Has hecho algo para que te la lien? - Lucas se rió a mi lado.
- Tuve que hacer su turno de conducir en la furgoneta - negó con la cabeza. - Todavía no me explico como bebió tanto en el pueblo donde estábamos. Tuvo que pasar la borrachera durmiendo de camino.
- Y sabía que tenía que conducir. - Añadió Julia a su lado.
- ¡Pero eso no es nada! - Los miró a los dos que escondían sus sonrisas. - No podéis dejarme solo mañana. ¿Sabéis cuánto pesan las cosas que hay que bajar?
- ¿No te acuerdas que eso lo traen mañana? Vas a tener incluso más ayuda. - Se giró a Julia. - Creo que podemos dejarlo solo.
- Reyna, convéncelo. Que no me haga esto.
Levanté las manos, sin querer entrar en la conversación. No podía dejar de reír.
- Si queréis podemos tomar algo cuando acabéis de trabajar. - Intentó apaciguarlo Estela. - Así tenéis que terminarlo todo más rápido.
- O por lo menos intentarlo - añadí.
No quería presionarlos, al final ellos habían venido por trabajo y tenían que cumplir. No iba a ser yo la que incitara a lo contrario.
- Pues ya está, aclarado. - Leo dio una palmada al acabar la frase. - Mañana nos tomamos algo por la tarde. Ahora todo el mundo a su casa, que mañana se madruga.
Su última frase hizo que todo el mundo se volviera a reír.
- Anda, os acompaño a la puerta.
Lucas apoyó su mano en la parte baja de mi espalda cuando empezamos a dirigirnos a la calle. Estela salió la primera pero yo ralenticé mis pasos, disfrutando más del contacto y alargando el momento.
Antes de salir junté un poco la puerta y me di la vuelta. Le rodeé el cuello con mis brazos y me dejé caer, apoyándome en él.
- Que sepas - le susurré en el oído - que te he echado mucho de menos. Me alegro de que estés aquí.
Le dejé un beso en los labios antes de irme, sin dejarle tiempo de responder.
Si empezábamos no me iba.
El camino a la casa se nos hizo corto. Entre que el pueblo no era muy grande y nos lo pasamos hablando cuando nos quisimos dar cuenta ya estábamos delante de la puerta.
Dentro nos encontramos a parte de mi familia delante de la tele. Parecían estar viendo una película.
Al entrar todos levantaron la cabeza y se nos quedaron viendo.
- ¡Esa es mi sobrina! - Mi tío Luis se puso a celebrar mientras se acercaba a mí.
Los miré extraña. Me había perdido algo. Mis primos se reían en voz baja y mis padres miraban con una sonrisa.
- Ya empezábamos a pensar que te los habías inventado pero no, aquí están, durmiendo en la casa rural.
Tardé unos segundos en reaccionar.
- ¡Oye! ¿Os pensabais que os estaba engañando? - Se limitaron a seguir riéndose. - Esto me parece muy fuerte.
- Anda, no te enfades. - Me rodeó con un brazo y me apretó.
Respiré profundamente mientras pude, me estaba empezando a apretar las costillas. Me removí un poco para liberarme mientras que mi tío me revolvía el pelo.
- Pero no huyas, cobarde.
Antes de que se dieran cuenta ya me estaba dirigiendo hacia las escaleras.
- ¡Buenas noches!
Había sido un buen día.
Al día siguiente me levanté con todo el jaleo de la cocina. Habían empezado a preparar la comida.
El menú del día era una barbacoa y cada familia del pueblo estaba encargada de cocinar uno de sus componentes. En la plaza del pueblo los sobrinos de Maruja estaban haciendo la carne mientras que otras, como la nuestra, estaban asignadas a las ensaladas y los acompañantes. En nuestro caso eran las patatas.
La cocina estaba llena de bandejas de patatas, eso daba para alimentar a gran parte del pueblo, podía contar al menos seis bandejas de comida industrial. Después de tantos años de práctica ya habían adoptado un mecanismo imbatible y efectivo: mi abuela se encargaba del fuego y todos los demás pelaban y cortaban.
Éramos su pequeño ejército.
- ¡Reyna! - Mi tío levantó la cabeza de las patatas por un momento - Ven a hacer tu faena.
Tenía las manos ocupadas así que señaló con la cabeza su cerveza.
Mejor dicho, eran su pequeño ejército, porqué dejarme con un cuchillo era peligroso y todos lo sabíamos.
Yo me encargaba de reponer bebida, mantener hidratadas a todas las personas, y asegurarme de que los cubos para la piel de las patatas no se llenaran.
- Había pensado en jubilarme este año. - Me fui alejando poco a poco de la cocina, intentando huir disimuladamente. Hasta que noté como alguien dejaba caer el brazo en mi hombro. Llevaba una cerveza en la mano.
- Menos mal que todavía no tienes la edad para hacerlo, ¿no crees?
El único de mi familia que faltaba en la mesa, el tío Santi.
Me dirigió sin quitar el brazo de sus hombros hacia la mesa y recogió la lata de Luis para dejármela en la mano.
- Ahora a trabajar - dijo antes de ponerse con más patatas.
Tenía un último intento para librarme.