Odiaba los días en los que no sabía qué hacer.
Hoy se suponía que tenía la cita con Evan, pero ugh, debí dejar que siguiera molestando en vez de aceptar, pero en realidad ya no me quedaba de otra. Así que aquí estaba, arreglándome para salir a una cita que realmente no quería.
Todavía no había abierto el mensaje que me había llegado por la noche; además, no pasó nada importante en ese momento. Claro que no iba a abrirlo. ¿Y si era un virus? Bueno, tampoco me dejaba intimidar por un virus que probablemente quemara mi computadora o lo que fuera que tuviera en mano para abrirlo. El hecho de que solo me siguiera a mí era más curioso todavía.
Y obvio que le conté a mi amiga. Claro, y su mayor consejo, como mi mejor amiga de hace varios años, fue que no le tuviera miedo al éxito y que solo abriera el mensaje sin importar qué fuera.
Y claro que le dije que no.
Pero la curiosidad seguía ahí.
Me seguí arreglando el cabello mientras pensaba en las mil cosas que podría ser aquel mensaje. Quizás un viejo compañero de clase o de trabajo, pero, ¿y si no? O si solo era Evan por molestar. ¿Pero y si no lo era y era un extraño que solo buscaba secuestrarme y no iba a pedir recompensa porque resulta que es millonario y solo me quiere para su disfrute personal?
¡Ya no sabía en qué más pensar!
—Solo vas a una cita, Ivell, solo una cita con el chico que conoces hace ya varios años y que quiere algo contigo, pero tú no quieres nada porque, en realidad, te da miedo ese tipo de compromiso con alguien— le hablaba al espejo mientras trataba de no perder la paciencia.
Salí de mi pequeña cueva; claro, me gustaría decir que mi gato se despidió de mí, pero ni eso era cierto. Soy alérgica a los animales, tristemente.
Me gusta mirar mi celular mientras camino; se me hace un poco terapéutico de cierta manera. Entré a Facebook y lo cerré de inmediato. Me llegó un mensaje de Evan... claro.
"Te espero".
Rápidamente le respondí:
"Voy por la escuela abandonada, estoy cerca".
A veces entrar a esa escuela era divertido, sobre todo en la noche para evitar a los policías. Llegué a estudiar ahí cuando era niña. Solía ser una escuela enorme y con muchas áreas verdes; recuerdo que solíamos hacer picnics para "estudiar" y terminábamos haciendo totalmente lo contrario. Tristemente, no había fondos para mantenerla, ya que perdieron mucha matrícula, y cerró hace ya como ocho años.
Llegué al café. No era un café cerrado como la mayoría; estaba construido con un contenedor reciclado, pintado de negro mate, con letras grandes que decían "A Café". Suena raro, lo sé.
El bar está justo frente a una enorme pantalla donde siempre hay algún partido de fútbol o baseball encendido. La barra está llena de botellas alineadas, y el interior está abierto hacia afuera, con ventanales de cristal que te permiten ver todo desde el exterior.
Lo que más me gusta es la parte exterior, tiene mesas de madera sobre un césped perfectamente cuidado, con plantas que, si mi madre las viera, no dudaría un segundo en llevárselas a casa. Allí, en la barra, estaba Evan, bien vestido; no era como si él se vistiera solo con shorts y una camisa de algún equipo deportivo.
—¿Llegué tarde? —pregunté.
—No, no te preocupes, yo acabo de llegar.
Sabía que era mentira porque él era un poco impaciente cuando se trataba de una cita.
—Toma asiento —dijo, mientras deslizaba la silla hacia mí. Esperé a que se acomodara antes de que él mismo tomara su lugar frente a mí—. ¿Y qué has hecho estos días?
Pensé un poco antes de contestar.
—He estado programando bastante en la noche y, como verás, ya no tengo el cabello platinado.
—Sí, ya no pareces anciana.
—Muy gracioso de tu parte.
Me miró aún riendo, de esa manera que me hacía querer golpearlo.
—¿Qué vas a ordenar? —preguntó él, mientras miraba la pantalla donde había un partido de béisbol.
—Creo que lo mismo de siempre.
—¿No piensas cambiar?
—No.
Nos miramos seriamente; era como si quisiera que yo dejara de ser yo, cuando claramente iba a seguir siendo yo. Siempre he tenido cosas que me dan comodidad, y una de ellas era el matcha frío, con caramelo, sin azúcar y leche de avena. O sentarme a programar en las noches en vez de durante el día, solo porque se siente un ambiente diferente, aunque me compare con un murciélago.
—Te vi conectada en Instagram a eso de las 4 a.m. Pensé que estabas programando o durmiendo, algo opcional para ti.
—¿Ahora me estás stalkeando?
—No, no, solo te vi en línea.
Levanté una ceja. Claro, sí, porque ahora a eso se le llama "accidentalmente te vi"
—Claro. ¿Y qué hacías tú despierto a esa hora?
—No pude dormir luego de que terminamos la llamada —dijo Evan mientras le daba un sorbo a su café.
Lo miré con cara de "¿y eso qué tiene que ver conmigo?", pero sin decirlo, mejor me concentré en revolver mi matcha mientras los hielos chocaban con el vaso. Siempre me gustaba ese sonido. Sonaba como... no sé, como cuando las cosas están por desbordarse, pero aún no.
—¿Y eso por qué? ¿Te quedaste pensando en mí o en qué?
—Tal vez —respondió, con esa media sonrisa que usa cuando cree que está diciendo algo encantador. Spoiler: no lo es tanto.
—Bueno, yo me quedé pensando en que el tinte negro se me va a deslavar y voy a parecer un mapache. Así que estamos igual.
Se rió bajo, como siempre hace cuando sabe que no puede seguirme el ritmo. Me gustaba eso, que no me contradijera en todo. Pero igual, no dejaba de pensar que estábamos aquí porque me dio lástima porque me cansé de esquivarlo.
La conversación siguió. Me preguntó sobre un proyecto que le conté hace como tres meses y del que había olvidado que le había mencionado, le dije que lo pausé, que preferí empezar otra idea: una app para cambiar estados de ánimo con colores, me miró raro, pero luego dijo "eso suena muy tú".