Decidí salir de mi zona de confort un lunes por la mañana.
Odio madrugar; de hecho, odio el día, y creo que se nota bastante en el simple hecho de que trabajo de noche. Salí a correr, algo que casi nunca hago porque detesto la actividad física, pero necesitaba despejarme y darme un respiro de la programación por un rato. Dalia aún estaba en mi apartamento y se sorprendería al no verme allí tan temprano.
La música inundaba mi cabeza mientras corría por la acera. Vi a una pareja de ancianos sentados en un banco cerca de un café poco concurrido. No me imagino así con otra persona; me veo en un asilo, rodeada de ancianas chismosas a las que solo les importa que sigas su propio orden.
Continué corriendo.
Pasé por la escuela abandonada de la última vez y por el café al que fui con Evan; estaba vacío, algo muy común a esas horas de la mañana. Seguí adelante, la batería de la canción me taladraba el cerebro, pero me mantenía alerta. Pasé por la tienda de vinilos de la esquina; no solía entrar mucho en esos días, pero cuando era niña, no salía de allí con mi hermana. Amábamos los vinilos. Mi padre tenía muchos en el garaje, pero con el tiempo se estropearon. Pasábamos nuestras tardes eligiendo qué vinilo comprar. En ese entonces, eran muy baratos. No es que yo sea ya una anciana; apenas tengo veintitrés, aunque a veces parezco. No me gusta salir mucho y prefiero estar en casa, metida en la computadora.
Recordé lo que estaba haciendo antes de salir. Me di cuenta de que estaba creando una web, sin sentido, escribiendo códigos a lo loco, sin pensar. En realidad... no sé qué estoy haciendo con mi vida.
Decidí entrar a la tienda, aunque no llevaba dinero y tampoco venía a comprar.
La tienda era igual de pequeña a como la recordaba, olía a un armario viejo, a humedad, pero estaba limpia. Me acerqué a una de las estanterías y comencé a mirar algunos discos.
—Cyndi Lauper, Bruce Springsteen, Bonnie Tyler...—murmuré mientras observaba algunos de la estantería que parecía a punto de caerse—David Bowie, este se va conmigo.
Agarré el vinilo; por suerte, llevaba mi tarjeta, que espero que tenga algo.
En la caja estaba un señor, algo intimidante, pero resultó ser amable.
—¿Solo te vas a llevar este?—preguntó con voz temblorosa.
—Sí.
—Déjame llamar a mi muchacho, él te va a cobrar. Yo no soy bueno con... esto de la tecnología.
Sonreí un poco, como diciéndole que no se preocupara; no es que tuviera prisa tampoco.
—Cóbrale la joven, por favor—escuché que le decía a un chico.
Me quedé frente a la caja sin mirarlo todavía.
—Serían diez dólares.
Iba a pasar la tarjeta cuando de repente me interrumpió.
—Oye, yo te he visto antes.
Levanté la mirada y lo miré: ojos azules, cabello negro, una cicatriz en el labio... no podía ser posible.
—No creo.
Terminé de pasar la tarjeta, tomé mi vinilo y me fui. Ni siquiera volteé al salir de la tienda. Su voz era igual, y sus ojos, bueno, no eran similares; quizás estaba alucinando y viendo cosas que no estaban ahí, pero aún sentía que me miraba a lo lejos.
Caminé rápido hasta mi apartamento, y al abrir la puerta, Dalia estaba ahí, pero no sola; Evan estaba en el sofá.
—¡Ivell! ¿Dónde estabas? Es muy temprano—soltó Dalia acercándose a mí como para revisar que estuviera bien.
—Dalia, solo salí a correr.
—Y de compras, al parecer—intervino Evan al ver el vinilo entre mis manos.
—Los dos son unos exagerados.
Y tenían razón de estar así, casi nunca salgo, y menos en el día, tenían todo para estar así de sorprendidos.
—Olvidando esto, ¿qué haces aquí, Evan? — pregunté, mientras colocaba el vinilo en una repisa cerca del tocadiscos
—Te estuve enviando mensajes y no me contestaste así que pensé en venir personalmente.
Claro, no había otra excusa.
—Estuve ocupada.
—Sí, sí, ocupadísima —se burló Dalia, rodando los ojos antes de dejarse caer sobre mi cama deshecha— Ocupada corriendo por primera vez en tu vida.
Evan se instaló en mi silla giratoria, dándose impulso como un niño. Hizo una mueca aprobadora cuando la pantalla se encendió sola.
—Vaya, Ivell, la web que tienes aquí se ve brutal. ¿Es...Un clon de Instagram? —tocó el monitor con un dedo, sin pedir permiso, por supuesto.
—Eso no es mío —dije, yendo directo a desconectar el cable de red, porque la confianza era justa—Mi proyecto lo tengo en otra carpeta, esa cosa la dejé abierta anoche solo para probar un par de filtros.
Él alzó las manos, con aire inocente, pero con esa sonrisita de "me interesa demasiado"
—Traducción: no tiene idea de lo que hace su propio ordenador.
—Cállate —le lancé una almohada que ella esquivó riendo.
El móvil vibró en mi bolsillo. Lo saqué sin pensar... hasta que vi el usuario en la pantalla:
Mensaje:
gaVriel: pretty little liar.
Se me heló la sangre.
Respondí con el emoji del dedo medio y dejé el móvil boca abajo sobre el escritorio, no podía darme el lujo de pensar en eso ahora, con el hecho de que creo pero no estoy segura de que vi su rostro hasta apenas una hora.
—¿Todo bien? —preguntó Evan, girando en la silla.
—Spam —mentí—
Dalia me miró, sabiendo que no era spam, pero no dijo nada en vez de eso, se levantó y chocó los puños con Evan.
—Sabes que mi hermana odia los lunes, el sol y el ejercicio, hoy hizo las tres cosas, creo que deberías invitarla a desayunar; está en racha.
—Oye, yo estoy aquí —protesté.
—Precisamente —replicó ella, triunfal— ¡Shipeo oficial! #Evell. Suena perfecto.
—Qué horror de hashtag —murmuré, sintiendo las mejillas calientes.
Evan se rascó la nuca, divertido.
—Podríamos celebrarlo con café, al "A Café" se que ya fuimos ahí pero es el mejor lugar del pueblo, después me voy al estudio, tengo turno de fotos a las once.
—Yo entro a la clínica a las doce —añadió Dalia—Me da tiempo para un brunch, para que ustedes se besen en algún momento y para llegar puntual.