Gen

3

Caminábamos a través de un laberinto de pasillos anodinos y de paredes blancas, tenuemente iluminados por esas raras bombillas ambarinas. Sería un lugar claustrofóbico si no fuera porque había visto zonas iluminadas con luz del exterior. Parecía un lugar hermoso. Como si leyera mi pensamiento de nuevo, Víctor comentó:

—Todos tenemos especial cuidado con exponernos al exterior. Pueden descubrir nuestro refugio. Espero que también tengas esa precaución.

Se paró y me taladró con la mirada. Vaya, desde luego que me lo había dejado claro. Asentí obediente.

—Ari, debes saber que, durante estos meses que has estado convaleciente, han cambiado muchas cosas.

—¿Qué cosas?

—Hasta donde conocemos, hubo un ataque con un pulso electromagnético1 pocos días después de encontrarte. Muchos lo llamamos «el temblor». Esto ha inhabilitado cualquier central eléctrica, ignoramos hasta dónde alcanza, estamos trabajando en ello, por suerte, estas instalaciones estaban protegidas, y poseemos nuestro propio generador aquí, aunque somos prudentes con su uso. Cualquier lugar hasta donde conocemos está afectado. Todo se ha convertido en un caos y, a causa de ello, la gente se ha desquiciado…

Suspiró pensativo, después continuó:

—Hemos sido durante demasiado tiempo dependientes de la electricidad. Ahora, las calles se han vuelto peligrosas; no hay internet, ni luz y cualquier dispositivo de comunicación está anulado; no hay vehículos, sus baterías se dañaron y ya no funcionan… Hay hambre, muerte y enfermedades por doquier. Se puede decir que en estos momentos la humanidad se encuentra en una encrucijada.

Me quedé sin habla, este hombre desconocido me acababa de decir que el mundo que yo conocía había dejado de existir. Me detuve, demasiado impresionada como para moverme, hasta que Víctor me instó con un ademán a cruzar una puerta que había a la derecha y me moví por pura inercia.

Entramos en una cocina que estaba totalmente equipada y ordenada. No había nadie, por lo que nuestros movimientos eran lo único que se percibía. En uno de los mostradores vi una bandeja con una sopa y un sándwich.

Me hizo un gesto con la mano para que me sentara en una silla que había enfrente de los platos.

—Sé que tienes preguntas por hacer, pero será mejor que primero comas.

Me senté en silencio. Estaba tan hambrienta que lo devoré todo en poco tiempo. Durante lo poco que tardé, deliberé mentalmente mis preguntas. Cuando terminé, todavía deliberaba, pero, por lo menos, mi estómago estaba saciado y mi vientre ya no dolía. Se me escapó un suspiro de alivio.

Después de rebuscar algo en los armarios, Víctor se giró hacia mí y me ofreció una píldora de color rojo, parecida a un caramelo. Vio la incredulidad plasmada en mi rostro; no se creería que me tomaría tranquilamente medicamentos sin saber qué eran. Eso me trajo a la memoria que debía tomar mis medicinas, mi madre siempre insistió mucho en eso. Anoté mentalmente que debía consultar con algún médico para poder continuar mi tratamiento.

—Tómala, no es un medicamento, es simplemente un potenciador de propiedades energéticas de los alimentos, es como un suplemento vitamínico. Es una buena manera de aprovechar los nutrientes de lo que has comido, de esta forma tu sistema lo absorberá todo.

—Lo que tú digas, Morpheo2.

Alargué mi mano y, con una mirada de advertencia, la cogí, pensé que si quisieran envenenarme, ya lo habrían hecho. Así que encogí los hombros y me la tomé.

—Venga, pregunta —me animó Víctor.

—¿Dónde estoy?

—En Girona, entre Barcelona y Francia.

—Sí, lo conozco, viví aquí, siempre me sentí bien en esta ciudad, ¿en qué lugar estamos?

—Esto es un antiguo monasterio, hace más de mil años que está en pie, de ahí que tenga una energía de paz especial. Pertenece a una Orden Benedictina, compartimos este refugio con catorce monjas, ya que nos necesitamos mutuamente. Ellas están instaladas en la planta baja, la mayoría de nosotros en las superiores. Gracias a ellas podemos mantener un perfil discreto. Cristina, la abadesa, te acogió enseguida, sin su aprobación no estarías aquí.

—Vaya, no lo recuerdo. ¿Qué pasó? ¿Por qué estoy aquí?

—Tu madre nos llamó, dijo que corríais peligro, que os habían encontrado y no había tiempo de preparar una huida.

—¿Quién nos encontró?

—La Orden de los Rum. Son gen, humanos mutados, poderosos. Buscan la supremacía de la raza. Desean eliminar a los seres humanos. También buscan nuevos adeptos en los recién convertidos, o en aquellos que desconocen los complejos y refugios. Pensamos que querían reclutaros. Tuviste suerte, si hubieras caído en sus manos, te hubieran puesto el traje de tortura para interrogarte. Creemos que te abandonaron un momento para ir a buscarte después, no obstante, te dejaron muy mal herida. Afortunadamente, nosotros llegamos antes.

No pude evitar un estremecimiento ante sus palabras, sabía que lo que decía Víctor era cierto, aunque no lo recordara todo con claridad, la sensación de estar sola y malherida pensando que era el final me resultaba familiar. Tras un tedioso silencio me atreví a preguntar:

—¿En qué me he convertido?

—Te has convertido en una de nosotros, una gen, Ari. —Víctor me miró muy serio, prosiguió—: Lo tienes en tu carga genética, que te cambió debido a la radiación. Estamos estudiando cómo empezó. Todo indica que fue la lluvia radioactiva que derivó de la última guerra mundial, en el 2043… De esto hace ya diez años; los seres humanos empezaron a cambiar hace seis. Estas mutaciones nos dotaron de poderes y características físicas diferentes. Las irás descubriendo con los entrenamientos. Te ayudaremos.

No podía creer que existieran seres humanos mutados con poderes, y que estuvieran mezclados en la sociedad. Nunca oí nada parecido ni me había dado cuenta, mucho menos que yo pudiera ser una de ellos. Y hablaba de entrenamientos…



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En el texto hay: juvenil

Editado: 27.11.2020

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